Detrás de La Maga, el inolvidable personaje que Julio Cortázar nos presentó en Rayuela, hay una mujer de carne y hueso, una mujer a la que conoció en circunstancias parecidas a las que se relatan en el libro, pero que a la vez vivió con él una historia totalmente distinta.

Su nombre es Edith Aron. Nació en Alemania hace 86 años y llegó a la vida de Cortázar un 6 de enero de 1950, cuando tomaron en Buenos Aires, Argentina, el mismo barco (el italiano Conte Biancamano) con destino a Europa.

Lo vi por primera vez en la oficina de cambios del barco. Vi a un muchacho joven, alto, que hablaba con acento argentino, pero pronunciando la r en la garganta a la manera francesa, recordaría Aron en una entrevista publicada en el 2010 por la agencia DPA. Pero ese no sería el encuentro definitivo de Julio y Edith. Deberían pasar varios meses, recorrer algunas ciudades y ser elegidos en más de una ocasión por el azar antes de empezar una historia juntos.

SI TE VUELVO A VER

En el barco nunca hablé con Cortázar. Me bajé en Cannes y el siguió hasta Génova, destino final del viaje. Luego, en París, me lo encontré tres veces en distintos lugares de la ciudad. Para él, entonces muy influenciado por los surrealistas, la casualidad contaba mucho. La tercera vez lo encontré en el Jardín de Luxemburgo y allí me invitó a tomar un café. Descubrimos que teníamos amigos comunes en la Argentina, en ese momento ya residentes en París, explicaría Aron en la misma entrevista.

Aquí ya se pueden trazar los primeros paralelos con la historia narrada en Rayuela. Era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a La Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico, se lee al inicio del libro.

NO SOY LA MAGA Pero pese a estas coincidencias, a Edith Aron nunca le ha gustado reconocerse como el personaje de Rayuela, pues incluso la primera vez que leyó el libro que Cortázar le enviaba con una dedicatoria, tuvo sentimientos encontrados.

Recibir el libro me produjo un choque tal que arranqué de inmediato la página escrita a mano con una dedicatoria fría y distante, dijo Aron, que por esos días, cuando Cortázar estaba casado con Aurora Bernárdez, discutió con él por haberle negado la posibilidad de ser su traductora oficial al alemán.

Aunque sí hay historias que son tal cual la realidad: como aquella memorable escena en la que sacrifican un paraguas porque, como decía Cortázar en Rayuela, un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de la basura.

Oh sí, todo eso es cierto. Eso fue divertido, muy divertido, recordó Aron en una entrevista con el diario chileno La Nación, donde también explicaría que había muchas cosas que no le perdonaría nunca a Cortázar.

TAN IGUAL, TAN DIFERENTE Además de la eterna disputa por el rechazo de sus traducciones (por la que Cortázar pediría tiempo después tregua en una carta), Aron guardaría otra herida: la de la relación de Julio con Bernárdez.

En diciembre de 1952, Cortázar invitó a Aurora Bernárdez a París. Él la admiraba y tenían muchos más puntos en común que conmigo. A mí me hizo mucho daño su decisión de casarse con ella. Él quería que siguiéramos siendo amigos y me invitaba a su casa, pero a mí me dolió eso, dijo Edith.

Bernárdez también se pronunciaría en su momento sobre Aron. En una conferencia realizada en el año 2010 a manera de tributo en la Casa de las Américas, el crítico peruano Julio Ortega recordaría la siguiente anécdota:

Cuando conocí a Aurora supe que tenía que hacerle una pregunta. Octavio Paz me había dicho que, cuando Julio vivía en París y estaba escribiendo Rayuela, le había dicho: He conocido a una mujer extraordinaria, una maga, una especie de Nadja. Todos le dijeron: Qué maravilla, preséntanosla. Él la llevó y quedaron todos espantados porque no tenía nada que ver con la pintura que había hecho Cortázar de ella. Era todo lo contrario. Entonces, cuando conocía a Aurora le pregunté: ¿Es verdad todo eso que dicen de La Maga? Y ella me dijo: Pues sí que es verdad.

EL DESENLACE La historia de Julio Cortázar y Edith Aron llegaría a su fin en el año 1978, con su último encuentro. Una última coincidencia, de esas que tanto le gustaban al escritor argentino, los llevó a viajar en el mismo vagón de la estación South Kensington en Londres. Él iba acompañado de Carol Dunlop, su última esposa.

Julio se sentó a mi lado y me preguntó si no creía que era una casualidad que nos encontráramos allí, pero no. Yo le dije que ya no creía en las casualidades. Nunca pensé que sería la última vez, por eso me impresioné cuando un día en un café de Londres, leyendo un diario, me enteré que Julio había muerto, contaría Aron a manera de colofón de una de las historias de amor más bellas de la literatura hispana.