MELVYN ARCE RUIZ (@Estenopeica) Redacción Online

Laura Restrepo escucha mi nombre y empieza a reír. Seguramente recuerda algunas de las rarezas con las ha bautizado a sus más recientes personajes y sigue con una reflexión sobre esa costumbre tan colombiana- y tan peruana, agrego yo- de ponerle nombres gringos a los niños. Lanza un chiste sobre la posibilidad de que un Papa colombiano se llame John Jairo I, y cuenta que su nombre es, no tan raro, pero bastante extenso: María Laura Carlota Ignacia. La autora que ganó en el 2004 el premio Alfaguara por “Delirio” ha llegado a Lima para presentar “Hot Sur”, su más reciente novela y, de entrada, todo nos lleva a la latinidad. En esta historia, una mujer colombiana llamada María Paz, personaje central del libro, es el motivo para reflexionar sobre temas como la caída del mito del “sueño americano” y la crudeza de la vida en las prisiones de los Estados Unidos. Antes de partir hacia Venezuela, donde continuará con la presentación de su novela, Laura Restrepo nos recibió en el hotel donde se hospeda para darnos una visión ya más personal de algunos de estos puntos.

Supe que la publicación de este libro se retrasó porque usted sufrió un accidente El año pasado, como en octubre, iba a salir el libro. Ya estaba editado y listo, pero llegué de Berlín a mi casa después de un par de meses de viaje y salieron mis perros a saludarme. Me hicieron caer de una escalera de piedra y mi pierna tronó. Me romí este hueso y este otro. Una operación, dos operaciones… y me pidieron quietud absoluta. Tuve que avisarle a mis editores, que ya tenían separados hoteles y pasajes, y ellos paralizaron todo hasta que yo pudiera volver a trabajar.

¿Cuánto tiempo estuvo trabajando en el libro? Tres años.

¿Tres años solo de escritura o contando la investigación y la gestación de la historia? Solo de escritura. Pensando y recogiendo, yendo de aquí para allá, ya le suma más tiempo. Es que yo soy bastante obsesiva a la hora de trabajar. Me levanto muy temprano y le doy hasta tarde. Así, en ese tren de trabajo, llevaba yo tres años.

¿Y cuál fue la génesis de esta historia? Yo creo que es una historia muy latinoamericana y que todos los latinoamericanos, de alguna manera, hemos vivido. Pasa que, de pronto, te pica la mosca de que tienes que buscarte la vida en otro lado y que tienes que irte y te vas a como sea. Si no hay visa, pues sin visa; si no hay papeles, sin papeles; si no hay plata, sin plata. Y esa es la historia del libro: un grupo de latinoamericanos, desterrados, indocumentados, que se encuentran en Estados Unidos. Y es una novela de aventuras en la medida de que a ellos les suceden un montón de cosas, obstáculos inclusive espeluznantes. Pienso que hay una generación, que en la novela es encarnada por el personaje de Bolivia, que está convencida de que la felicidad está en el Norte y de que el llegar allá es tocar el cielo con las manos. Cuando las hijas de este personaje finalmente logran reunírsele allá, ellas se dan de narices y es el fin del sueño americano. Una va a parar a la cárcel con cargos bastante graves y tiene que salir; es decir, emprender el camino contrario de la madre: volver a su tierra.

María Paz, el personaje central de la historia, decía que de niña pensaba que los Estados Unidos tenían el sabor de los chocolates Milky Way y que olían como el Heno de Pravia. Como que todo le entró desde la niñez, como suele pasar con países como el Perú, por ejemplo. ¿Crees que es una influencia perjudicial la que tienen los Estados Unidos sobre nosotros? Porque en buena medida estamos como colonizados voluntariamente por la cultura “americana”. Creo que ha habido una cosa que se ha extendido y que es este sueño global americano, que implica además una forma de economía, una forma de relacionarnos los unos con los otros. Vivimos ese modelo de una manera mucho más intensa de la que nosotros mismos calculamos. Mucho de lo que hacemos, nuestra concepción de la vida, de la muerte, de las relaciones humanas, de la relación con el trabajo, con los objetos que poseemos, hacen parte de todo ese montaje. Pero yo creo que ese montaje se está viniendo abajo. El presupuesto era que esa forma de vida nos iba a llevar a vivir en democracia, a una cierta forma de igualdad, de garantía, de techo, de educación, de salud, de felicidad por llamarlo así. Pero parece que cada vez está más claro de que eso no se da y que esa sociedad montada en el afán de lucro está llevando a la destrucción del planeta. Ese es un hecho muy evidente y tiene los años contados.

¿Usted alguna vez tuvo ese “sueño americano” tan común en nosotros los latinoamericanos? Es que yo en muchos sentidos sigo encontrando muy admirable a los Estados Unidos. Me encantan lugares como Nueva York. Me encanta ir a Nueva York, pero muchos allá se han dado cuenta de que ese tipo de sociedad ya no va. Una ciudad como Nueva York precisamente va encausada hacia otro lado. Uno siente allí otro tipo de inquietudes. Muchos de los grandes críticos de este sueño americano son escritores norteamericanos. Por ejemplo, Gore Vidal y Normal Mailer . Ellos dan el campanazo: por aquí no es, esto es un callejón sin salida. Entonces, no es que el Norte sea malo y el Sur sea bueno. Decir eso no es mi intención con este libro. Yo hablo de una necesidad de encontrarnos como pueblo por encima de los pueblos que nos dividen.

¿Cree que se está gestando una literatura de migración? Porque, además de este libro, hay publicaciones como Sam no es mi tío o “Norte”, que tienen esa misma temática y que son dos, entre varios ejemplos* Yo creo que sí. Creo que lo característico y lo que unifica a los distintos narradores latinoamericanos es precisamente la diáspora. Hay una dispersión. Es como si hubiera un territorio común como el que unificó a los escritores del boom y que, de pronto, desaparece. No por nada se viven épocas de disolución de las naciones. Cada quien anda como disparado por su propio lado haciendo lo que quiere desde un espacio distinto y se produce una visión de América Latina muchas veces desde afuera. La exploración del mundo se vuelve el gran tema. Peruanos en Berlín, Colombianos en Australia. La diáspora es la señal de los tiempos. Yo creo que la migración es como que el único gran tema que abarca más o menos todo.

Cleve, otro de los personajes de “Hot Sur”, explica, al referirse a las cárceles, que le parece injusto que una parte de la población tenga que estar encerrada para que otra parte pueda dormir tranquila. Personalmente, he tenido esa discusión de si, como derecho fundamental que es la libertad, se debería poder privar a una persona de ella. ¿Qué cree usted? A mí me parece un pésimo invento de la civilización eso de tener que encerrar a la gente. Además en lugares donde no solo no se reforman ni aprenden nada bueno, sino que al contrario son como vidas tiradas al basurero para que se pudran, porque eso de estar allí no va para ningún lado. Además, fíjate, el hecho espeluznante de que las cárceles se han vuelto un gran negocio privado. Así como se privatiza el agua o las semillas, en las cárceles pasa lo mismo. Se necesita que las cárceles estén llenas para que la gente que maneja ese negocio pueda tener ganancias. En estas investigaciones que yo hice para la novela me encontré con revistas satinadas muy bonitas, al estilo “Good Housekeeping”, donde te venden materiales y objetos para cárceles: uniformes para presos, el catering, elementos de seguridad, cadenas, escusados para celdas Allí te das cuenta de lo que es ese gran y millonario negocio de las cárceles. Eso hace todavía más aborrecible la idea de encerrar a la gente, aunque ya la sola idea de castigar y de encerrar me parece totalmente absurda. En Colombia hay una cosa interesante con la Constitución del 91 que es que a las comunidades indígenas les concedieron el derecho de aplicar su propia legislación. No tienen que someterse a la legislación de la Nación y n muchas de esas comunidades el concepto de cárcel y de encierro no existe. Por ejemplo, a un muchacho que ha herido alguien, lo juzgan, lo condenan y lo ponen a trabajar cuatro años para esa familia. Eso tiene un sentido humano más profundo que eso de hacinar gente en esos pudrideros que son las cárceles y que, además, en los Estados Unidos tienen (encerrados) en su mayoría a latinos y negros. Y esa población carcelaria, además, es altísima. Proporcionalmente es la más elevada y por mucho.

La mayor parte de la novela trascurre en la cárcel y usted es muy descriptiva al momento de narrar. Da la sensación de que relata una experiencia propia. ¿Cómo fue su investigación para conseguir eso? No partí de una investigación para hacer mi novela, sino que empecé a montar mi ficción y, en la medida que la ficción lo iba pidiendo, yo iba investigando. Cuando María Paz va a parar a la cárcel, yo me preguntaba, ¿y cómo es esto?, ¿a qué huele acá adentro?, ¿qué se siente? Bueno, yo tengo amigos que estuvieron presos y era fácil preguntarles

Le dedica el libro a uno de ellos. A Javier Sí, es un hombre al que yo no conozco personalmente. Él está condenado a 30 años de prisión en los Estados unidos y hemos mantenido una correspondencia de muchos años. Tengo dos cajas con sus cartas manuscritas. Es un hombre muy inteligente, que me daba mucho el tono, el sabor, los olores, la sensación del encierro. Una sensación que para uno es difícil de imaginar. Uno puede tal vez pensar, pero se necesita que de adentro te cuenten cómo es amanecer encerrado en un espacio tan reducido. Una idea que, de alguna manera, es semejante a la de la tumba. Estar enterrado en vida. Esas cosas se las iba preguntando, aparte de leer porque hay mucha documentación carcelaria. Había muchas historias y allí estaba también ese dato del terror de las presas a la sangre ajena, que a mí me pareció espeluznante. Que les tengas terror a las guardianas, a las rejas, a los castigos, pero que la sangre de tu compañera sea motivo de máxima alerta me parecía un ingrediente bastante tétrico de lo que podía ser la convivencia.

Y usted lo consigue porque hay mucha gente que tiene la idea de que en las cárceles como las de Estados Unidos la gente se la pasa, digamos, bien. Es decir, puedes pensar. Bueno, tienen techo y comida, pero resulta que no. Usted narra las prohibiciones que les hacen a las presas para hablar en español, de este mal que llaman “La causa” y que es una depresión extrema… Hay un personaje en la historia, el de Mandra X, que se convierte en la líder de las presas latinas y que tiene claro eso que estás diciendo. Una de sus consignas es no bañarse, aferrarse a la mugre, pintar las paredes haciendo graffitis con mierda. Reivindica su mugre como lo único propio. También están las escarificaciones, el dolor sobre el propio cuerpo, el dolor que implican los tatuajes..

María Paz hablar de la relación que se da entre un lector y un escritor. Y es una parte muy bonita de la novela. ¿Usted es tan consiente como este personaje de los lazos que se generan entre uno y otro? Más que como escritora, yo me identifico como lectora. Por cada libro que escribo, me leo como cien. Entonces soy más lectora que escritora, pero siempre me ha llamado la atención la convivencia con un libro que te gusta. Es muy estrecha: llevas el libro contigo en el bus, incluso lo metes a tu cama. Le dedicas muchas horas del día y otras muchas más íntimas como las horas de la noche. La lectura es, en buena medida, una actitud solitaria, pero también nocturna. Aunque no estás solo, estás con ese autor que te está contando una historia, que se vuelve tu cómplice.

Usted hace varias referencias en el libro, la mayoría de ellas a autores clásicos como Capote , Dostoievski o Dante . ¿Es usted lectora de autores clásicos, de los que se consideran literatura vital, o también se abre a cosas nuevas? En la novela yo quise hacer como una mezcla. Me gustaba pensar que este libro era uno de frontera y que lo era en muchos sentidos. Que daba la sensación de cruzar de aquí para allá y de allá para acá. Y eso también en términos de lo que se considera la literatura culta y la literatura inculta, que a mí esa me parece una barrera absolutamente arbitraria. Entonces están estas referencias que tú dices, pero también referencias a Juanes , a El Hombre Araña …

A Shakira, a Kate Moss …* Claro, y todos están al mismo nivel, porque yo creo que cultura es cultura. Desde luego, hay monumentos y otros que no lo son tanto; aunque en determinado momento pueden resultar para un gran sector de la población símbolos tan lúcidos y válidos “El hombre araña” como uno de los hermanos Karamazov. No es que yo no entienda las diferencias o que no quiera aceptar esa jerarquización, pero creo que la mentalidad de la gente es una mezcla de las dos cosas. En la cabeza de una persona todo eso baila y adquiere la misma jerarquía.

¿Ha leído “La civilización del espectáculo”, de Mario Vargas Llosa? No, no lo he leído. Tengo que hacerlo.

Él es muy estricto con la definición de cultura y, hasta cierto punto, elitista. Personalmente, prefiero la visión que usted tiene de la cultura Un pensador como Joseph Campbell , que a mí me encanta leer porque es un gran analista de los mitos y un tipo bien lúcido, agarra los mitos griegos pero también los contemporáneos. Entonces, por ejemplo, le dedica un análisis extraordinario a “La Guerra de las Galaxias”. Es que no es cierto que hubo culturas que tuvieron mitos y esta cultura actual es carente de ellos. Lo que pasa es que los mitos han cambiado y lo que nos parece desdeñable son los que hay en nuestra época. Es decir, Brad Pitt hará buenas o malas películas, pero es un símbolo de los tiempos y un punto de referencia para muchos. Eso es un hecho y eso lo vuelve muy interesante. Además, claro, de que él está bastante bonito también.

EL DATO “Hot Sur” ya se encuentra a la venta en el Perú bajo el sello editorial de Planeta.