No lo había visto en más de 10 años. Fue un amigo común quien lo llamó para decirle que José Carlos Ramos quería verlo para conversar de sus proyectos. En su casa en Miraflores, coincidió con otros curadores como Rodrigo Quijano y Augusto del Valle, para escucharle oír sobre sus planes futuros. El pintor se había recuperado de un cáncer que lo tuvo postrado todo el año anterior, y volvía al ruedo lleno de proyectos. Hablaba de hacer una exposición en el Centro Cultural de San Marcos, un libro, una serie de cuadros de gran formato vinculados al Bicentenario que pensaba exponer en China. Su auditorio creía escuchar sueños del futuro: lo que no le habían entendido era que Ramos ya había empezado a pintar. Era comprensible, era difícil seguir el discurso del artista, conocido por su abuso de símbolos y salidas verbales indescifrables, casi un lenguaje cifrado.
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Ahora el curador Jorge Villacorta recuerda conmovido aquellas reuniones entre agosto y noviembre de 2019. Siempre había sentido admiración por el artista nacido en Izcuchaca, Huancavelica, de entonces 73 años. Lo sentía un artista entonces oculto en un paisaje de nuevas voces, cuya obra era necesario destacar. El artista siempre pensaba en exponer en el exterior, como acostumbraba en los últimos años: entre los años 90 y los 2000, el artista compensaba la poca atención de los coleccionistas locales haciendo exposiciones fuera del país: Tokio, Beijing, Dubái, Nueva York, Santo Domingo. El 2010, su última gran exposición en Lima fue “Circo Sour” en el Centro Cultural Ccori Wasi, bajo la curaduría de Alfonso Castrillón. Luego, optó por el silencio en el circuito limeño. Con mucho tacto y educación, Villacorta le decía que pensara en una exposición local porque en su país se estaban olvidando de él.
Quizás el propio artista pudo percibirlo en su última exposición, presentada en agosto de 2019 en la galería de Yvonne Sanguineti en Barranco. Rodeado de sus amigos y contemporáneos, pero sin jóvenes. Villacorta quiso visitarlo luego, pero la cuarentena frustró un nuevo contacto. Luego supo que el artista falleció el pasado 22 de setiembre, luego que el mal recrudeciera. No vivió un mes tras la recaída. La noticia de su muerte casi no circuló en la prensa.
Un hallazgo bicentenario
Más que investigar en la obra de Ramos, lo que buscaba el curador era un acercamiento nuevo a la obra de un artista por la que siempre sintió admiración. Tras la muerte del artista, se contactó con su hermana, Elena, interesado en este primer tanteo en su obra. “¿No quieres ver su última obra? Está arriba”, le dijo ella.
Subió con ella al taller en el tercer piso de la casa y, de pronto, enfrentó ese cuadro enorme, de una complejidad y síntesis asombrosa, donde podía encontrar todos los elementos que caracterizaron los distintos momentos de su trabajo plástico. En sus 170 centímetros de alto por 360 centímetros de largo, el cuadro reúne los símbolos circenses de su recordada exposición de 2010, pero ligados con sus reflexiones al mestizaje y la arquitectura religiosa andina. Es visible su estilo naif, su vocación por lo fantástico, los personajes de la Commedia de´ll Arte, los elementos del teatro Kabuki, su parodia al surrealismo. Al centro de la obra destaca el científico alemán Alexander von Humboldt, como si observara con objetividad el acontecer de las nuevas repúblicas. Y al lado izquierdo, el libertador Bolívar aparece sostenido por Alexandre Pétion, presidente de Haití entre 1806 y 1818, un personaje casi desconocido para nosotros, pero que en su momento fue fundamental para el general venezolano, a quien apoyó tanto material como anímicamente en momentos en que Bolívar flaqueaba. Vestido de uniforme militar, el afroamericano con la misma investidura sostiene al libertador, demostrando una solidaridad más allá del origen étnico.
El descubrimiento del cuadro resultó para Villacorta una epifanía. Lo pasmó largo rato. Salvo el pintor y su hermana Elena, nadie lo había visto. Parecía un cuento de Balzac o de Henry James, en el que el protagonista entra al taller de un artista para encontrarse con un verdadero testamento artístico. “Nunca había experimentado ese impacto en mi vida”, recuerda. Ramos la había terminado esa obra en julio del 2020, días antes de caer enfermo nuevamente. Según las personas más cercanas al artista, el proyecto de Ramos era pintar cinco cuadros de gran formato a propósito del Bicentenario.
“Recién entonces entendí lo que implica investigar la obra de José Carlos Ramos. Recién en el momento en que vi ese cuadro supe que todo lo que sabía, todo el material que había reunido, era solo el inicio de una investigación”, explica el curador de la muestra que, con el cuadro del Bicentenario como pieza central y otras treinta piezas del artista, abre sus puertas el 19 de marzo próximo en la sala Miró Quesada Garland de Miraflores. Para Villacorta, está claro que se trata de su testamento artístico, pero también una obra sumamente enigmática.
¿Crees que el éxito que José Carlos Ramos pudo tener en el extranjero se deba a su intención de sumar lo universal con elementos de la identidad popular local?
Él siempre corrió todos los riesgos. En 1987, hizo una gran exposición en Lima, en el Banco Central de Reserva, que también expone en la municipalidad de Miraflores para luego irse a exponer en el Hall de ingreso de la ONU, en Nueva York, cuando Pérez de Cuéllar era Secretario General de las Naciones Unidas. En esta exposición él opta por abrazar su estilo naif, que cruzaba la veta erudita de su pintura con la recreación de elementos de la pintura andina tradicional y la pintura barroca. Con ello generó un estilo que mantuvo por 20 años, desde 1987 hasta el 2007, dominado por sus caballos, los elefantes, los huevos fritos, y la vegetación, a lo Henri Rousseau. Hasta entonces, en los años setenta principalmente, él se había nutrido del arte tradicional andino, fijándose en el bordado, el trabajo con cera, la hojalatería, una plástica andina basada en tradiciones existentes, producida para la demanda de los ritos sociales y religiosos de las comunidades, a diferencia de las piezas masificadas para el turismo.
El caballo es un personaje crucial en su periodo naif.
Así es. Él decide que el caballo es universal. Y claro, es una decisión visionaria y meditada, en términos de a lo que quiere llegar: el caballo es tan importante para el mundo árabe como lo es para los chinos, implica energía, fuerza espiritual, potencia. Y en lo que se refiere a nuestro medio, implica la presencia española en el Perú, la dominación tras la conquista. Hay una trasmutación del signo en lo que se refiere en la pintura de José Carlos, que aspira a lo universal, definitivamente, y el caballo es lo que enarbola este propósito.
Sobre un cuadro de gran formato, protagonizado por tres enormes huevos fritos, Ramos alguna vez dijo que había querido retratar a los líderes de la izquierda unida. ¿Cuánta razón crees que hay más allá del chiste? Al final, el huevo frito nos habla de procesos germinales que no llegan a ninguna parte...
Era parte de su sentido del humor. El huevo, mientras clara y yema están dentro del cascarón, da idea del origen. Pero muchas veces lo germinal termina en nada. Y ese es el huevo frito, convertido en símbolo humorístico por excelencia, donde transmuta la carga negativa del humor limeño. Pero por otro lado se suma al absurdo que alimenta su arte fantástico. En muchas pinturas suyas aparece el huevo, aunque más atención se ha puesto a sus huevos fritos. Es muy interesante recordar que José Carlos venía de una familia aprista, su padre era hombre de confianza de Víctor Raúl Haya de la Torre. Creo que la gran desilusión de José Carlos fue Alan García, como lo fue para gran parte de los apristas de corazón. Hay que recordar que los apristas de la generación de su padre veían al APRA como un movimiento internacional. Y yo creo que algo de eso le quedó como parte de su estructura de pensamiento. A mí me parece fascinante encontrar significados políticos dentro de ese simbolismo tan presente en su personal versión del naif.
¿En qué punto se entronca lo naif con el surrealismo?
Lo que hace Ramos es una parodia del surrealismo, una parodia muy distinta a la que hizo Botero con el retratismo académico. Es muy peculiar la ubicación de Ramos en la plástica peruana. Para empezar, a diferencia de los surrealistas más insignes como Tilsa, Chávez o Leoncio Villanueva, todos ellos de Bellas Artes, él es de la escuela de artes plásticas de la Católica, dirigida por Winternitz. Los surrealistas más conocidos tienen un origen de provincia, pero encuentran en el surrealismo una forma para ennoblecer sus aspiraciones artísticas. Lo que sucede con José Carlos Ramos, más bien, una revaloración de la cultura popular, toda la producción artesanal, interpretada a su manera. Se da cuenta que él no necesita ser surrealista, que puede absorber o dejar de lado lo que quiere. En ese sentido, su versión del naif no se entronca con el surrealismo, sino que lo anexa, como lo hace con la obra de los primitivos italianos del siglo XIV, con las pinturas de Giotto, entre otras referencias eruditas.
Muchos años antes que nos pusiéramos a hablar del Bicentenario, ya Jose Carlos Ramos venía trabajando la imagen de Bolívar entre otros íconos de la gesta libertaria. ¿Cómo entra este imaginario en su trabajo?
Bolívar es el héroe latinoamericano, el hombre representativo, retratado de una forma atrevida, irreverente, audaz. Pero en su obra hay un elemento previo, que tiene que ver con la pintura rural andina de siglo XIX y siglo XX, y especialmente la obra de Gil de Castro. Creo que en este pintor Ramos encontró la posibilidad de su arte naif. Como nos revelaron Natalia Majluf y Luis Eduardo Wuffarden en la muestra presentada en el MALI, Gil de Castro no era un retratista académico. Era un pintor de imágenes religiosas y santos, que de pronto pasó a pintar próceres para una sociedad criolla ilustrada y emancipada. Y eso me parece a mí fascinante.
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La exposición:
Cuándo: Desde el 19 de marzo
Lugar: Sala Luis Miró Quesada Garland, Av. José Larco 450, Miraflores.
La visita está sujeta al protocolo que reduce el aforo de público a galerías. Máximo 30 personas.
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