Hace poco más de un mes que ha dejado su cargo como Ministro de Cultura. Ha vuelto a su vida como funcionario de cancillería, y a su trabajo como escritor. Dos libros de Alejandro Neyra han coincidido en la imprenta: por un lado, su novela “El monstruo sagrado”, ganadora del premio Cope en 2019, donde aborda un sonado crimen pasional en la década del 50, había quedado congelada al llegar la pandemia. Por otro, “Traiciones peruanas”, divertido tratado sobre las traiciones en la historia del país, estaba programada para inicios del 2020, pero también quedó pendiente en los planes de su editorial. Liberados ahora, al leer ambos libros nos encontramos con un escritor en las antípodas del funcionario público: allí donde un ministro apelaba a las formas oficiales para buscar el acuerdo y evitar el conflicto, el novelista busca cuestionar la historia oficial y destapa temas que muchos prefieren no tocar. En un caso de amable esquizofrenia, Neyra ha descubierto la forma de conjugar el servicio público con la escritura.
“Siendo diplomático, tengo una vocación de servidor público permanente. Finalmente, soy una persona pública que intenta trabajar por el país. Lo quieras o no, cuando eres una persona pública terminas interpretando un personaje, que se viste, actúa, habla, se relaciona de determinada manera. Sin embargo, llega un momento en que necesito romper esa formalidad. Y esa libertad es lo que me permite la literatura”, explica el escritor, quien terminada su función ministerial, retoma la disciplina literaria.
¿La escritura revela tu lado Mr Hyde?
Todos debemos liberar nuestro Mr Hyde, aunque sea mínimamente. Aunque no tengo sus pulsiones desenfrenadas, es cierto que me siento más auténtico cuando escribo. En el discurso oficial, uno debe cuidar mucho sus palabras. Como escritor, tengo mucho más campo de juego para abordar temas sobre los que la gente no quiere hablar. La traición y La homosexualidad por ejemplo.
Los temas de tus dos últimos libros. Empecemos por“Traiciones peruanas”. Dice mucho que, terminado tu paso por el gobierno, lo primero que publiques sea un libro sobre la traición.
Aunque el libro recoge el perfil de 16 antihéroes, no todos ellos pueden ser traidores a la patria ni mucho menos. La pregunta que me impulsó a escribir este libro tiene que ver, más bien, con descubrir el momento en que decidimos traicionar convicciones o personas. A todos nos llega el momento en que nos ponemos en una disyuntiva de traicionar la confianza de alguien, una relación sentimental, un partido político, una ideología. Intento responder a esa pregunta de manera entretenida, a la manera de una tradición de Palma en versión moderna. La traición es algo que está en todos nosotros.
¿Traicionar es siempre una decisión consciente?
La traición nos obliga a decidir. Pero, a veces, hay decisiones que tomamos de manera inconsciente. A veces, lo que ocurre es simple mala suerte. Pienso en el caso de Eusebio Acasuzo, por ejemplo, un gran arquero peruano, de notables tardes, que por 25 minutos de mala suerte fue prácticamente condenado para toda su vida. Hubo incluso un congresista que quiso aprovechar políticamente una goleada para condenarlo por traición a la Patria. ¡Algo delirante!
En su Divina Comedia, Dante reservó para los traidores el noveno círculo del Infierno, donde se aplicaban los más crueles castigos. Tu postura es más amable: en lugar de condenarlos, tratas de ponerte en sus zapatos.
Tras pasar por el escrutinio público, te das cuenta de que hay momentos (se nota sobre todo en las redes sociales) en que serás amado por unos y vilipendiado por otros cuando tomas una postura. Los extremismos se han vuelto cotidianos, es muy difícil encontrar un justo medio. Cuando estás en una posición pública, debes acostumbrarte a eso. Pienso en la fuerte controversia entre Ricardo Palma y González Prada en la segunda década del siglo XX, cuando ambos se acusan prácticamente de traidores. Lo interesante es ponerse en los zapatos del otro y entender el momento en que se toma una decisión que para algunos puede resultar traicionera.
Habiendo sido protagonista de la política reciente, no puedo evitar preguntarte por un ausente en el libro: ¿Crees que el presidente Vizcarra puede ser considerado un traidor?
A mí lo que me interesa es ver el momento en el que un político toma una decisión. Para algunos será un traidor, para otros habrá tomado la decisión que correspondía entonces.
Ya te salió el diplomático…
Más que diplomático, trato de ponerme en ese lugar. Hay que ver el contexto de lo que estaba pasando, preguntarle al mismo Vizcarra, también. Por eso he intentado no poner personajes recientes en la historia, o por lo menos, con los que me haya tocado trabajar. Eso sería muy osado.
Déjame replantearte la pregunta entonces: ¿Crees que PPK se sintió traicionado por él?
Seguro. Y mucha gente de su entorno. Pero depende del momento. En el Perú no tenemos el copyright de la corrupción, tampoco el de la traición. Vale la pena el esfuerzo de ponernos en los zapatos del otro.
“Traiciones peruanas” no es un libro inclusivo. No hay mujeres en tu lista de traidores.
No encuentro mujeres traidoras. Algunas aparecen como personajes secundarios, pero creo que es natural: lamentablemente, las mujeres no han formado parte del establishment político ni de la Gran Historia, que es de donde tomo los personajes para este libro. Mientras vayan teniendo más participación en la política, además de los ejemplos positivos que ya aparecen, también aparecerán mujeres que merecerán ser incluidas en una nueva edición de “Traiciones peruanas”.
El libro empieza con Felipillo, considerado el primer traidor de nuestra historia post conquista, pero que luego se reivindicó al enfrentar a los españoles bajo las órdenes de Manco Inca. ¿Por qué crees, sin embargo, que pasó a la historia como un traidor como lo fue La Malinche en México? ¿Es imposible liberarse de la imagen de traidor?
Es algo que yo tambiénintento explicarme. Algunos se quedan solo con una parte de la historia. Quizás tendrían que haber ganado los incas para que Felipillo hubiera sido reconocido. Felipillo y La Malinche son personajes muy similares. Otro caso parecido es el de Mateo Pumacahua, quien persiguió a Túpac Amaru II, pero también tuvo un papel fundamental en la lucha por la Independencia. O Torre Tagle, de quien todos sabemos que murió como un traidor a Bolívar. ¡Pero muy pocos saben que fue él quien declaró la independencia en Trujillo en 1820!
Para forjar la leyenda traicionera de un personaje tiene que verse la fuerza del grupo social que se sintió burlado. Para la izquierda, por ejemplo, no hay traidor mayor que Eudocio Ravines...
Ravines es un personaje interesantísimo, aunque para las nuevas generaciones no signifique nada. Para la generación de mi padre, era el gran traidor. Amigo de Mariátegui, fundador del partido comunista, terminó trabajando para la CIA. Era un “tronchista”, término que aprendí de Max Hernández, un tránsfuga de esas épocas. Hoy los políticos cambian de bandera como si nada, pero en tiempos en que la ideología era algo muy fuerte, esos cambios eran un signo de maldad.
Tu hipótesis es que la muerte de su hijo en medio de la Guerra Civil española lo cambiará políticamente.
Yo creo que sí. Nadie que ve morir a alguien cercano, por culpa del sistema que él pensaba el mejor, puede quedarse tranquilo. Sus memorias son muy interesantes: al partir a la Unión Soviética, vivió una etapa dramática, como fue la hambruna en Ucrania. Allí dejó de creer en el sistema soviético. Y se decidió a combatirlo. Eso me parece muy valiente. Ravines es el gran instigador ideológico en el perú, cuando estas luchas tenían mayor sustento teórico que hoy.
¿Personajes como el Marqués de Torre Tagle y o el general Miguel Iglesias pueden ser considerados traidores o simplemente fueron hombres incomprendidos?
Ambas cosas. Torre Tagle es un personaje que me acompaña por obvias razones, trabajé en su palacio mucho tiempo, y está muy ligado a la diplomacia. Por quedarnos con la información negativa, olvidamos que sus decisiones fueron muy valientes en el momento de la naciente Independencia. Igual incomprensión sucede con Iglesias, cuyo hijo murió en batalla, a sus órdenes, en el Morro Solar. Algo terrible. Iglesias era un convencido de que había que terminar la guerra. Su decisión también fue valiente, pues sabía que lo iban a criticar y que su nombre terminaría siendo un pie de página en nuestra historia. Merecería algo más que eso.
¿Vladimiro Montesinos pertenecería a un nivel de traición superior al de todos en tu libro?
Sí. Él tiene todas las figuritas compradas. Yo desarrollo una anécdota que tiene más bien que ver con su vida sentimental, pero él fue condenado por traición a la patria. Se salvó de ser fusilado por un poco. Siempre fue consciente de que ocupaba el lado oscuro de la historia y no ha sentido reparos por ello. En eso radicaba su poder.
Que él y Abimael Guzmán estén en la base naval habla de su estatus especial como traidores. ¿Piensas que sacarlos de allí sería una buena decisión política?
No tengo una opinión formada al respecto. Si bien es positivo hacerles sentir que no tienen privilegios, lo que debe primar en esa decisión es la seguridad. No sé en qué terminaran ambos.
En “Traiciones peruanas”, hablando de la chifladura de nuestra historia política, llegas a comparar a nuestros políticos con un personaje como el espía Maxwell Smart. ¿Cuánto ves reflejada la historia del Perú en un capítulo del Súper Agente 86?
Muchísimo. La ínica diferencia es que todas las excentricidades que describo en un libro como este son reales. Traidores hay en todo el mundo, pero las particularidades en que contamos la historia definen el esperpento y ridiculez local. Por eso casi todos los personajes políticos están definidos por el humor involuntario. Espero que así se tome este libro, desde su lado más divertido.
EL MONSTRUO EN LOS AÑOS 50
Hablemos de “Mi monstruo sagrado”. En tu novela hay también investigación histórica y traidores, pero enfocada en una historia mucho más íntima, la investigación de un crimen que, pareciera, solo le interesa al propio autor.
Lo has dicho tú: es un libro que solo debería interesarle al autor. Me tomó 10 años terminar este libro, buscando información. Es una historia real, que escribí casi como si fuera una deuda con mi papá. Encontré en la casa familiar el libro de Edgardo de Habich “El monstruo sagrado”, parte de la colección populibros. Ya entonces yo formaba parte del cuerpo diplomático. La novela es muy mala, pero la historia es tremenda: el asesinato del embajador Jorge McLean i Estenós a inicios de la década del 50. Empecé a investigar la historia, conversando con embajadores antiguos. Cuando el un almuerzo familiar solté que me interesaba esa historia, mi papá me dijo: “Claro, fue mi profesor” en el Alfonso Ugarte. Su asesino, Juan Antonio Perazzo, tenía un cargo administrativo. Eso me llevó a escribir la historia. El tema central sigue siendo tabú en el Perú de hoy: la relación homosexual.
En el caso del asesinato del embajador, el gobierno de Odría acalló las noticias cuando todo hacía ver que fue un crimen pasional. ¿Crees que la homofobia ha cambiado poco en el Perú desde los años 50?
Lamentablemente, sí. Ahora hay más visibilidad y apertura, pero sigue siendo una decisión muy valiente la de salir a decir que uno tiene una relación homosexual. Si hoy existe tanta intolerancia, imaginemos cómo debió ser en los años 50, en plena dictadura de Odría, cuando habían censuras oficiales y extraoficiales para contar una historia de este tipo. Al final, todos sabían que el embajador MacLean había sido asesinado por su amante, Juan Antonio Perazzo.
¿El asesinato del embajador Jorge McLean te permite hablar de la construcción de las masculinidades? Pienso no solo en la idea de masculinidad de los años 50, sino como nos relacionamos con la generación de nuestros padres.
Nuestra generación ha recibido una educación fervientemente católica y conservadora, homofóbica, racista. Quizás ahora hay más personas que luchan por los derechos de personas LGBTQ, pero aun es reducido el grupo que cree en estos ideales liberales. Sin embargo, algo se avanza. Mi padre, que también fue homofóbico y racista por su propio formación, en los últimos años cambió su perspectiva para ver las cosas. Ha habido cambios en los últimos años, pero en un país profundamente conservador como el nuestro, hacen falta cambios mucho más profundos.
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