El título combina utopía andina con ideario feminista: un pachakuti, la intención de poner el mundo de cabeza, y con ello romper con el silencio frente a décadas de abuso. Para el libro lanzado por la editorial Caja Negra en tan oportuna fecha como el Día Internacional de la Mujer, la escritora Claudia Salazar reúne a creadoras feministas que provienen de las letras, las humanidades, las artes o el activismo, para reflexionar sobre los cambios que las mujeres vienen experimentando en los últimos años.
Se trata de una imaginativa suma de textos, que arranca de la forma más militante: la reflexión sobre los carteles en las marchas convocadas por el movimiento Ni Una Menos. Salazar lo usa como tema en su prólogo, la artista Natalia Iguíñiz lo conceptualiza en su obra y su colega María María Acha-Kutscher lo convierte en ícono en su crónica visual de luchas cuyo principal escenario es la calle, una forma de hacer política distinta a la habitual.
Para Salazar, enfocarse en los carteles no es algo gratuito, tiene que ver cómo en los últimos años la potencia de la calle como escenario de acción política ha cobrado una irrefrenable fuerza. “En los años 90 se hablaba de una generación que ya no estaba interesada en la política, como parte del llamado fin de la historia. Sin embargo, ahora vemos cómo la calle ha recuperado su fuerza política frente a la supuesta apatía previa”, afirma.
A la editora de “Pachakuti feminista” le encanta esta forma de resurgimiento, no solo del feminismo, sino también de movimientos como el que lucha contra el cambio climático. “Los carteles expresan la voz de la calle, y simbolizan dos temas que marcan al movimiento feminista: por un lado, su anonimato; por otro, su carácter colectivo y horizontal, sin caras visibles, sin líderes”, explica. Su libro también resulta colectivo, le pertenece tanto a ella como a Violeta Barrientos, Ani Bustamante, Mónica Delgado, Francesca Denegri, Victoria Guerrero, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, entre otras autoras, incluyendo a la fallecida Patricia de Souza.
Desde la primera marcha Ni Una Menos, en el 2016, el Perú experimentó una ola de movilizaciones de mujeres. Hoy tenemos una mayor conciencia social sobre la violencia, aunque, como lo advierte en su ensayo Julissa Mantilla, carece de un correlato en términos jurídicos. ¿Cómo resolver esa brecha?
No podemos estar solo en la calle o en redes sociales. Hace falta un correlato jurídico, sobre todo respecto a las denuncias por violencia de género. Ese texto de Julissa Mantilla evidencia ese vacío. ¿Cómo hacer que el ideal feminista aterrice en lo práctico? Una de las intervenciones más importantes ahora, además de las protestas, es que los jueces y los operadores de justicia reciban una educación de género. Esa sería una manera concreta para hacer cambios. Muchas veces, por ejemplo, una víctima de violación llega al Poder Judicial y muchas veces su proceso no avanza, congelado “por falta de pruebas”. Hasta donde tengo entendido, hay iniciativas impulsadas por el Ministerio de la Mujer con el sector Justicia, pero deberían hacerse con mayor organización y constancia. Hay una brecha muy grande aún.
Hoy las mujeres han tocado el núcleo de la reproducción del poder: el patriarcado, y con ello se ha abierto un proceso de crisis. Sin embargo, la crisis también es capitalizada por una reacción. ¿Qué piensas sobre el repliegue social hacia posiciones ultraconservadoras que vivimos hoy?
Yo aquí en Estados Unidos he visto lo que puede ocasionar esta tendencia neofascista. Toda crisis ocasiona miedo a lo desconocido, miedo a perder ciertas posiciones y privilegios. Uno podría pensar que el que más tendría miedo sería el sector que incluye a hombres, blancos, heterosexuales, de clase media y alta. Sin embargo, en Estados Unidos llama la atención ver cómo gente de clase trabajadora también muestra temor. En el caso peruano, en los sectores evangélicos ese temor alcanza la irracionalidad. No hay fórmulas para afrontar esto, pero lo que es necesario pensar es que el feminismo no es solo la rabia mostrada en la calle, sino también la inteligencia del cuidado. No se trata de poner todo patas arriba, sino de pensar qué mundo podemos crear que pueda incluir a todos.
Rita Segato, la ensayista feminista, decía que la reacción de quienes odian el feminismo es una demostración de lo avanzado.
Prefiero no darle tanta importancia a ese odio. Sigo pensando que el odio es producto del miedo. En el caso de la marcha Ni Una Menos del 2016, por ejemplo, recuerdo que días después se empezó a ver muchos casos de violencia. Probablemente ya venía de antes, pero empezó a hacerse más visible casos de mujeres quemadas por sus parejas o exparejas. En el fondo, era la imagen del inquisidor quemando brujas. Son reacciones de odio, basadas en el terror de enfrentarse a mujeres diferentes.
Según Griselda Pollock, citada por Acha-Kutscher en su ensayo, el feminismo nunca fue un movimiento artístico, sino un recurso para las prácticas artísticas. ¿Hablamos de un recurso o un punto de vista?
A mí me gusta la imagen de “los lentes morados”. No me gusta ver al feminismo como una herramienta, no me gusta instrumentalizar el arte, pero sí pensarlo como una manera de ver el mundo y enfocar el trabajo de creación.
En tu ensayo hablas de los intentos de censurar ciertas obras de arte, por personas ofendidas por la representación que se hace en ellas de las mujeres. ¿Por qué la reacción puritana se confunde con el feminismo?
El movimiento Me Too fue una reacción por los abusos sexuales sistemáticos que sucedían sobre todo en el cine. Tiene que ver con reconocimiento y el reclamo frente a cómo se ve y se explota el cuerpo de las mujeres. Desde los años 60, el feminismo propugna la liberación sexual de la mujer, pero lo que se ha confundido es la cuestión del consentimiento. Y no hay que confundirlo con el puritanismo.
Vuelvo a Rita Segato. Ella alerta que hay grupos que se dicen feministas, pero que se comportan de forma patriarcal y puritana.
Empecemos por lo esencial, ¿qué entendemos cuando hablamos de feminismo? Por ‘default’ hablamos del “movimiento”, pero la verdad es que no hay un solo feminismo. No es un movimiento unificado, responde a muchas dinámicas de género dependiendo de cada situación y contexto geográfico, histórico o cultural. Es muy diferente el feminismo blanco anglosajón de los feminismos latinoamericanos, y dentro de estos, las llamadas feministas “autónomas” y las “institucionales”, es decir, las que están dentro de estructuras organizadas, frente a las que organizan su movimiento dentro de sus propias bases sin recibir ayudas oficiales o de organismos internacionales. Estas diferencias quizás expliquen parte de su potencia y de su debilidad a la vez en sus perspectivas y formas de lucha.
En buena parte de los ensayos se habla de la batalla por reivindicar una visibilidad mayor de las creadoras. ¿Se ha alcanzado ya cierta reivindicación?
El siglo XX ha sido una constante reivindicación por recuperar voces y obras perdidas. Y en el XXI eso es evidente. En ámbitos académicos, la recuperación de voces femeninas es cada vez más fuerte y productiva.
Frente a los privilegios masculinos, Gabriela Wiener afirma en su ensayo que se justifican las cuotas. ¿Cuál es tu punto de vista?
Es un arma de doble filo. Gabriela habla sobre esos paneles literarios en que te invitan por una cuestión de “cuota”. En ese aspecto, siempre queda la duda de si te invitan por cubrir una cuota o porque les interesa lo que una tenga que decir. Creo que son oportunidades que hay que seguir tomando, pero al mismo tiempo es importante seguir haciendo el reclamo. Protestar al ver paneles copados por hombres hablando de temas en los que las mujeres han ganado tanto espacio es una cuestión de sentido común.
Los feminicidios no paran, la violencia crece cada vez más. ¿Qué futuro ves para el feminismo en el Perú en los próximos años?
Veo las cosas bastante complicadas. Noto una radicalización de cierto pensamiento conservador, opuesto a todo lo que el feminismo quisiera lograr. Y esto obviamente tiene un correlato en el tema de los derechos sexuales y reproductivos. Por ejemplo, plantear el derecho al acceso al aborto va a ser una lucha muy difícil pero no imposible, hay que seguir con ese debate.
Pienso en el caso de Ana Estrada y su derecho a la eutanasia. ¿Crees que su lucha demuestra lo mucho que a los peruanos nos falta para entender de qué se trata la libertad individual?
Yo veo la lucha de Ana Estrada también desde el feminismo. En el sentido de que su lucha, además de la libertad en sí, tiene que ver con la capacidad de decidir sobre tu propio cuerpo. Esta es una de las luchas centrales del feminismo. Y me alegra mucho que Ana Estrada lo haya conseguido.
Finalmente, ¿por qué aún tantas mujeres jóvenes no se identifican con el término feminista?
Eso no me es ajeno en mi propia historia personal. Yo también, de joven, sentía cierto rechazo por la etiqueta. Y la entiendo. Venía por la idea tergiversada y muy restrictiva que presentaba al feminismo como un movimiento anti hombres, y por allí me causaba repelencia. Pasó el tiempo y me fui enterando. Y descubrí que era una lucha que tenía que ver con una mejor vida para hombres y mujeres. Y en los últimos 20 años, he percibido ese mismo temor a las etiquetas entre escritoras. Pero en los últimos 5 años, me sorprende para bien, ver a escritoras que decían yo nunca voy a utilizar esa etiqueta, que ya están entrando al feminismo también.
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