Julia Wong es una poeta, narradora y gestora cultural de 50 años de edad que se ha formado viajando por el mundo. Por ello su erudición al momento de hablar no solo acerca de sus libros, sino también sobre literatura en general, política o diversos temas sociales que le preocupan.
Esa capacidad para comprender realidades distintas y complejas permitió a Julia escribir una novela como “Mongolia”, en la que una mujer camina por la vida en busca de cumplir su deseo de ser madre a toda cosa.
Sin embargo, el mundo de Belinda, la protagonista, no está completo sin los personajes secundarios: Klaus Palme (su novio), Federico (su hijo), pero principalmente su padre, o más bien el recuerdo de este.
Estos seres y los espacios descritos en las 120 páginas del libro aportan una dosis de realismo y crudeza a una historia de viajes sin rumbo y de goces inexistentes.
Conversamos con Julia Wong sobre su novela, ya a la venta en las principales librerías de Lima.
-¿Belinda, Klaus, Federico y el resto de personajes de la novela surgieron cuando empezaste a escribirla o ya los venías trabajando hace algunos años?
Los venía trabajando hace mucho. Tenía los personajes e incluso les cambié tres veces de nombre. Varios están inspirados en personas reales. Necesitaba que tomen más cuerpo y forma, y que su nombre vaya de acuerdo a su personalidad final.
-¿Y esta circunstancia de que la protagonista haya viajado por tantos lugares y que posea aspectos de varias culturas, es algo parecido a tu caso personal?
Así es. Vengo de padres de diferentes nacionalidades y eso promovió que mis hermanos y yo viajemos mucho desde chicos.
-¿Qué enseñanzas te ha dejado poder viajar por tantos países del mundo?
Viajar me sigue enseñando. Creo que el ser humano que viaja y está en constante aprendizaje es más humilde. Supongo que habrá algunos soberbios que viajan, pero creo que la mayoría de las personas que nos gusta viajar tenemos un don para encantarnos con las cosas. No te quedas en ningún lado. No crees que nada esté hecho. No crees que el límite dado por tu condición de nacimiento te ha construido, sino que en cada viaje puedas reconstruir y re pensar cosas. Sobre todo te das cuenta que es doloroso que nuestra cultura está muchas veces hecha por personas que quieren vendernos una idea de lo que es, y realmente no es así.
-¿Estás adscrita a alguna ideología política?
No soy militante de nada, pero si veo los valores de cómo se ha construido el mundo, creo que es necesario entender la humanidad desde la izquierda. Los grandes movimientos y los grandes cambios se han dado siempre desde ahí, desde entender todos los movimientos intelectuales, desde Marx, y cómo ha cambiado el mundo, a través de la percepción económica y la construcción del hombre como ser económico y social. Esto mucho más allá de estas cuestiones medievales y todo lo que proponía la Iglesia y la religión. Y si no entiendes este gran quiebre pues no estás entendiendo al hombre.
-¿Viajaste muchas veces a Mongolia? ¿Qué impresión te dejó ese país?
Es curioso, solo viajé una vez a Mongolia y por unas horas. Crucé en el ferrocarril transiberiano de Berlín a Pekín y paramos en Mongolia solo cuatro horas. Me impresionó la gente, el parecido que hay con muchas cosas del ande peruano. Hay una dignidad en la resistencia del paisaje que es propia del ande. Y te hablo del ande más duro: Puno, Huaraz, no sé. Yo vengo de Chepén y ahí hay una cierta serranía. Si bien crecí en la playa, cuando entrabas a, por ejemplo, Talambo, notas que ya era sierra y notabas que cambia la gente, el paisaje. Te percatas al caminar esos campos que existe dignidad. Y es algo que vi también en las alturas asiáticas.
-Y en la novela hay cierta crítica hacia esa tendencia errónea que nos hace pensar que la gente de provincias es algo más lenta o sumisa…
Claro. Ahora con el Internet vas a encontrar gente más avispada en Iquitos o Madre de Dios que en la misma Lima. Han cambiado los registros del ser con referencia a veinte años atrás. Antes decías “es cusqueño” y le ponías una etiqueta. Ya no es así. El Internet revolucionó todo. Puedes ver un limeño mucho más ‘provinciano’ que un chico de Huaral que todo el día anda en una cabina ‘matando’ gente o viendo pornografía. Se acabó la construcción de lo que es de acuerdo a dónde vives, cómo naces y qué comes.
-Hablemos sobre la estructura de tu obra. ¿Es una novela a secas o puede verse como un conjunto de relatos diferenciados pero con un tema central común?
Yo vengo de la poesía. No puedo evitar esa fragmentación y esa construcción de universos más pequeños que van armando uno más grande. Escribir algo como lo hace Dostoyevski o Vargas Llosa me resultaría muy difícil. Por naturaleza sientes que hay cosas donde tú te anclas y en esa fragmentación del pequeño universo me siento cómoda.
-¿Qué une a usted y Huaraz, un lugar muy presente en la novela?
Varias cosas. Cuando era muy chica fui con mi padre al Cañón del Pato. Me impresionó el ruido que emitía. Recuerdo a mi padre decir “qué linda es la sierra peruana”, y yo la conocí por Huaraz. La laguna de Llanganuco me impresionó. Luego fui a Huaraz y sentí que era una tierra sacrificada. Me parece que todo el ande peruano es muy complejo pero siento que en Huaraz se han dado coyunturas como el terremoto que han hecho que la belleza como el horror se junten.
-¿A qué se debe las constantes menciones a Hermann Hesse en la novela?
Creo que todos los escritores que tenemos una admiración grande por Alemania hemos pasado por el Bildungsroman (novela de iniciación). Considero que Hesse es especialista en eso. Si lees “Lobo estepario” a los 16 años sientes que te mueres. No creo exista otro autor que le saque tantas cosas complicadas a los jóvenes. Ahora eso lo veo en mis hijas. Aunque he vuelto a ese autor porque había olvidado lo terrible que es la pubertad y la juventud. Además, Hesse es un autor europeo que miró Asia de una forma espectacular.
-El erotismo y la sexualidad está presente en tu libro también. ¿De qué manera deben abordarse estos temas para no terminar haciendo una novela casi pornográfica?
Considero inevitable hablar de sexualidad hoy. Antes fue un tabú y eso construyó una sociedad media enferma. Mira ahora lo que se ve con la pedofilia, o cuando los padres rechazan ciertas tendencias homoeróticas de sus hijos. Venimos de una sociedad muy pacata, hipócrita, donde no se habla de ciertas cosas. Y yo quería soltar eso un poco, sin llegar a hacer un libro porno, tampoco buscaba una novela cucufata.
-¿Cómo se explica este deseo de Belinda, la protagonista, de ser madre a toda costa?
Creo que tiene mucho que ver con el universo femenino que ella construyó a través de lo asiático y por su falta de madre. Es como si ella quisiera darle a alguien todo lo que nunca tuvo. Y todo le sale mal. Por eso es que esta parte es muy dolorosa.
-Y dentro de esta idea de maternidad, el final tan sangriento de la novela, ¿cómo se explica?
Uno se va dando cuenta en el transcurso de la novela que hay un incremento de la agresividad de ella a través de las frustraciones. Y las ventila mediante revelaciones cada vez más pesadas. Al principio crees que solo desea adoptar una niña y luego va contando más cosas. Te percatas de que Federico (su hijo) no cayó, sino que ella lo empujó. Hay toda una construcción de la agresividad a través de las frustraciones que al final termina en no saber qué hacer con la niña y terminar maltratándola.
-¿Eras consciente de que ibas a trabajar muchos temas en esta novela a pesar de que es algo corta?
Sí y no. Suelo trabajar siempre un montón de cosas. Algunos amigos me dicen que saque ideas y trabaje otro libro con eso. Pero yo pienso que el humano debe ser honesto para aceptar que somos un montón de cosas juntas. O sea, decir soy solo esto o lo otro, ¿qué purista no? Y mientras más avanza el mundo vas descubriendo gustos estéticos, musicales, no lo sé. Querer contar que la caperucita es roja es muy cómodo. Mi idea es molestar un poco al lector y decirle ¡tú también eres hartas cosas! ¡Tú también tienes hartos problemas y aquí puedes verlos!
-¿Se puede decir entonces que las reflexiones de Belinda son las reflexiones de Julia Wong?
Algunas sí, pero hay otras de ‘loca-loca’ que no soy yo. Sí, busqué construir un poco de locura en Belinda. Me parece que proyecté en este personaje todo lo que no pude ser. Fue una forma de sacar toda esa carga de agresividad cultural que hay en los medios. Las mismas cosas que leemos en las noticias. Enciendes la televisión y ves que bombardean Siria y mueren niños. A través de los personajes, los escritores sacamos esos demonios.