NELLY LUNA AMANCIO

Un arquitecto es un filósofo de las formas: piensa en ellas como el sofista en las ideas. Carlos Enrique Guzmán piensa desde hace más de 20 años en las formas que ocultan las ciudades incas más importantes del Cusco: está convencido de que estos complejos fueron diseñados con las formas de los animales más preciados del Tahuantinsuyo. Arqueólogos e historiadores fruncen el ceño cuando lo escuchan relatar sus hallazgos, pero él –hombre de mediana edad, con maestría en Planificación Urbana, catedrático y candidato a doctor– replica rápido y mueve los dedos señalando en sus mapas cómo los perímetros de las llactas dibujan la forma de un puma, una llama o un picaflor.

“En las publicaciones sobre Machu Picchu y otros sitios incas se hace mención de la belleza y armonía de sus edificaciones, terrazas y andenerías, pero nadie analiza sus formas. Yo planteo que para la construcción de estos centros urbanos los arquitectos incas tuvieron en cuenta que la geografía les permitiese dar al asentamiento una determinada forma, tal como ocurrió con el Cusco, la llacta en forma de puma”, dice Guzmán. No hay en él siquiera esa mirada nerviosa de la duda. Tiene la seguridad de un matemático.

UNA OBSESIÓN Las obsesiones se forjan de pequeñas casualidades. Es un día de febrero de 1990 y Carlos Enrique Guzmán sube las gradas del recién inaugurado Museo de la Nación, en la avenida Javier Prado. Son los últimos meses del primer gobierno aprista y él es un joven bachiller egresado de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), que ha llegado hasta aquí en uno de tantos buses repletos de gente. En la Sala Inca ve una maqueta de Machu Picchu. La rodea y contempla con sorpresa que la ocupación del conjunto arqueológico tiene la forma de un ave. La maqueta lleva la firma de un tal A. Flores y un número de teléfono. El arquitecto lo anota. Días después visita al autor y le compra una copia de casi 3 m2, la misma que ahora ocupa un amplio espacio de su casa.

“Después de analizar varios días las dimensiones corroboré que el conjunto arquitectónico tenía volumétricamente la forma de un ave que parecía volar dinámicamente hacia el cerro Uña Huayna Picchu. Le daba vueltas a la maqueta, la observaba de diferentes ángulos, y mi percepción no varió”, recuerda Guzmán. Desde entonces ha visitado y analizado –por tierra y Google Earth– la ocupación del espacio de más de 30 sitios incas en todo el Cusco.

LA CURVA EXISTE El arquitecto ha visto pumas, picaflores, pavas y otras aves. Sayaqmarca, una de las llactas que se encuentra en el Camino Inca hacia Machu Picchu, se asemeja a un picaflor: el pico está definido por el largo camino empedrado. Las formas de Machu Qente, otro complejo próximo a la ciudad sagrada, distinguen a un gallito de las rocas, una de las aves más comunes del santuario. La cresta del animal la configura una fila curva de andenes perfectamente delineados.

– ¿Pueden tratarse solo de coincidencias? Los arqueólogos dicen que cada quien mira en las llactas lo que quiere ver.

– ¿Coincidencias en más de 30 llactas estudiadas? Imposible. Hubo un patrón en la construcción de estos centros urbanos para que, como parte de esa armonía con la naturaleza, conservaran las figuras de algunos de sus animales. Es lo que se denomina geografía sagrada.

Son varios los investigadores que han tratado de entender estas formas. En 1967, John Rowe recogió el testimonio de los cronistas y escribió que la ciudad del Cusco había tenido el contorno de un puma. En el 2010 Erwin Salazar delineó la forma de una perdiz en el centro arqueológico de Pisaq. Y pisaqa era precisamente el nombre con el que los incas nombraban a un ave parecida a la perdiz. En la planificación urbana de los incas no hubo espacio para el azar.

“Las construcciones incas se han analizado siempre desde un punto de vista arqueológico o histórico, pero no desde la arquitectura que nos detalla la ocupación del espacio”, insiste el arquitecto, y remarca –con una seguridad que avasalla– que si la planificación inca tomó en cuenta el acondicionamiento con el medio natural y los elementos de la cosmovisión andina, no debe sorprendernos que sus centros urbanos guardasen todas estas formas.

LA GEOGRAFÍA SAGRADA No existían centros urbanos incas de cuadrados perfectos. Los complejos se acondicionaban al espacio geográfico, respetaban las rocas y sus irregulares formas. La construcción no se imponía a la naturaleza, se subyugaba. Eso fue Machu Picchu y Ollantaytambo, espacios incas que, según Guzmán, fueron concebidos con formas de aves.

¿Cómo los incas, que manejaban cada detalle de sus construcciones, no iban a fijarse en las formas de sus llactas?, se pregunta el arquitecto, quien detalla sus hallazgos en el libro “Llactas incas, la concepción del planeamiento e interacción con el medio natural”. “No, no hubo espacio para la coincidencia”.

“La arquitectura –decía Oscar Niemeyer, el célebre arquitecto brasileño– tiene cierta fantasía, igual que la poesía. No es una caja rígida, algo resuelto con regla, es algo que surge así, como un sueño”. El sueño de los incas, cree Carlos Enrique Guzmán, habría sido alinear las formas de sus llactas con las de sus animales más preciados. Geografía sagrada, asegura.