Un crucero de lujo que recorre los más importantes puertos asiáticos registra el brote de una enfermedad, hasta entonces desconocida, entre sus miles de pasajeros. Si le mencionara esto en cualquier otro momento, pensaría que le estoy resumiendo un libro de ciencia ficción o la última película posapocalíptica. Pero, por trillado que suene, la realidad no se cansa de superar la ficción.
El 3 de febrero llegó al puerto japonés de Yokohama el Diamond Princess, un crucero de la compañía Princess Cruises, pero a diferencia de lo que ocurrió en Okinawa u Osaka esta vez la nave no atracó. El 25 de enero, se había confirmado que un pasajero que desembarcó en Hong Kong portaba el nuevo coronavirus, causante de la enfermedad hasta entonces conocida como neumonía de Wuhan y hoy denominada COVID-19.
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Entre las 3.700 personas a bordo de la nave se encontraba Rachel Biton, una israelí de 73 años, su esposo Yitzhak y siete familiares.
Al día siguiente, el 4 de febrero, se confirmaron 10 contagios. Las autoridades japonesas los evacuaron y decretaron la cuarentena por 14 días para el Diamond Princess. El crucero se había convertido, de repente, en un confinamiento de lujo.
Aislamiento
“No había información. De pronto, vinieron y nos pidieron no salir de las habitaciones”, narra Rachel a su hijo Dudi, nexo entre El Comercio y la sobreviviente. Pese a saber inglés, la mujer prefiere hablar en hebreo, por lo que fue necesaria la traducción a cargo del profesor especialista en enseñanza del Holocausto, Diego Kierzner.
“Solo buscaron a algunas personas y las llevaron en ambulancias”, recuerda.
Una semana después de impuesto el aislamiento, los contagiados ya eran 136. Para el 18 de febrero, un día antes de levantar la medida, la cifra ascendía a 544, convirtiéndose en el principal foco fuera de China.
Biton detalla que tres veces al día recibían comida, la cual era dejada en la puerta de su habitación y debían esperar hasta que el encargado se alejara para recogerla. Además, tenían un turno diario para salir de su cuarto, en el quinto piso, y subir a la terraza, en el séptimo, para tomar aire fresco.
Desde ahí, en la bahía de Yokohama, Biton recuerda que veía las ambulancias que a diario trasladaban a los contagiados. Una mañana, médicos ataviados en trajes aislantes golpearon su puerta. Los debía acompañar, estaba contagiada.
“Yo no siento que tuve el virus. No presentaba fiebre ni presión alta, estaba totalmente sana”, asegura. Pese a pertenecer al reducido grupo que porta el virus pero no desarrolla síntomas, Rachel –quien asegura ser asintomática gracias a su rutina de nado y caminatas diarias– tuvo que ser internada en un hospital militar de Japón junto a su hermano Dahan.
“Nos tomaban la temperatura y la presión arterial tres veces al día, pero no recibimos ningún tratamiento. Ni medicamentos, ni pastillas, nada”, dice. Según la OMS, el 80% de pacientes se recupera sin necesidad de algún tratamiento especial.
A la semana siguiente, los médicos le realizaron una radiografía para descartar una neumonía. Rachel estaba libre del COVID-19.
Regreso a casa
El 26 de febrero Rachel aterrizaba en el aeropuerto Ben Gurión, en Tel Aviv, donde fue sometida a un nuevo examen de descarte. Según “The Jerusalem Post”, lloró de felicidad al ser recibida por sus hijos. Sin embargo, no todos corrían la misma suerte. Casi al mismo tiempo, el número de contagiados ascendía a 705, incluyendo a su esposo, a quien no veía desde su traslado al hospital.
Yitzhak demoró dos días más en recibir el alta médica y ser repatriado por el Gobierno Israelí, al igual que Rachel. Un video en el que ambos se reencuentran en su casa de la ciudad de Eilat refleja el fin de la angustia.
“Es verdad, sí hay un problema, pero también creo que no hay que entrar en pánico”, reflexiona desde su casa a orillas del Mar Rojo. “Quien tenga fiebre y el sistema inmune débil debe realizarse análisis. Aunque incluso si no presentan síntomas deberían interesarse, podrían ser portadores”.
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¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
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