ADRIÁN FONCILLAS Desde Beijing para El Comercio
El final del milagro chino, otra vez. Tres décadas lleva Occidente anunciando el colapso inminente del gigante asiático, ya sea de su economía o de su gobierno, o preferiblemente los dos a la vez. El proyectado caos social que sucedería a un crecimiento por debajo del 8%, y dispararía el desempleo hasta niveles intolerables, se convirtió en un argumento predilecto de la literatura catastrofista.
China cerró el segundo semestre del año con un crecimiento del PBI de ‘solo’ 7,5%. Ya es el noveno de los últimos diez que se interpreta como ralentización y coincide con lo que el Gobierno tiene planeado para todo el año: también 7,5%. Sería el crecimiento más bajo en 23 años y casi la mitad de lo que se registró en el 2007: 14%. Igual, Beijing considera que el umbral de peligro está en un 7%.
De todas formas, hay otros indicadores negativos: caída de las exportaciones, aumento lento de los salarios, desajustes por los excesos crediticios, endeudamiento galopante de los organismos locales y miedo al estallido de la burbuja inmobiliaria.
¿La crisis, finalmente? Javier Serra, consejero jefe de la Oficina Económica y Comercial de España en China, considera que no. “Es una deseada desaceleración con reestructuración”, opina. “Lo peligroso sería acabar el año con un 9 % y no con un 7 %, porque otro paquete de estímulo sería desastroso en pocos años”.
HACIA UN NUEVO MODELO La desaceleración responde a que China necesita tiempo para cambiar. De un patrón económico basado en las exportaciones, debe migrar a otro más racional, que descanse en el consumo interno. El primer modelo funcionó durante 30 años y sacó a cientos de millones de chinos de la pobreza, pero la crisis de sus tradicionales compradores (Estados Unidos y Europa, principalmente) ha castigado su eficacia.
El nuevo gobierno de Xi Jinping, que llegó al poder en marzo, está acometiendo las reformas urgentes pendientes. Entre ellas figura la de un sistema de crédito financiero aún en manos de los bancos estatales y la estimulación de la empresa privada. Son medidas drásticas pero muy necesarias, algo que se agrava en un país de 1.349 millones de personas.
Hay que hacer sacrificios a corto plazo para preservar la viabilidad futura. Beijing ha repetido que no cederá otra vez a la tentación de lanzar un paquete de estímulo. En el 2008 ya lo hizo, inyectando cuatro billones de yuanes (586 mil millones de dólares), algo que alimentó el crecimiento y el empleo, pero disparó la inflación inmobiliaria y el endeudamiento de las instituciones locales, causó destrozos medioambientales, fomentó la corrupción y castigó a las empresas privadas.
Ahora, Beijing subraya su apuesta por un modelo más lento, con menos participación estatal y endeudamiento.
“El actual desaceleramiento es consecuencia por igual de una tendencia cíclica y de las reformas estructurales. Hay peligrosas bolsas de deudas en sectores y regiones que pueden explotar y generar una crisis financiera, pero Beijing ha sido siempre un buen bombero. La cuestión es si será capaz de apagar todos los fuegos y concentrarse en levantar el nuevo modelo de desarrollo”, señala Scott Kennedy, director del Centro de Investigación de Negocios y Políticas Chinas. Kennedy juzga que el rumbo es el correcto, aunque aún está por ver la velocidad de los ajustes. La rapidez es más eficaz desde el punto de vista económico, pero más costosa desde el social.
Durante décadas, el mundo se ha beneficiado del ‘made in China’, un modelo basado en traer materias primas de África o Latinoamérica y componentes de Asia, ensamblarlos en el país con mano de obra barata y enviarlos a Europa y Estados Unidos. La preocupación de Beijing pasa ahora del consumidor global al nacional, de modo que la fábrica global muta en un centro comercial mundial. Los efectos variarán en función de cómo se esfuercen los agentes en contentar al consumidor chino.
EL IMPACTO EN EL PERÚ “Es una buena noticia para las empresas europeas y estadounidenses con nombre y tecnología, porque venderán más, mientras quedarán más afectados los países que suministran materias primas”, señala Oliver Rui, profesor de Finanzas del China Europe International Business School. China ha engrasado el despegue económico latinoamericano adquiriendo los metales que exigían sus gigantescas infraestructuras, pero la reducción en inversión pública trae consigo una caída en las órdenes de compra de materias primas, y también su precio.
Brasil, Colombia, Chile y el Perú han decuplicado sus exportaciones a China desde el 2011. La economía peruana está ligada a China porque este país es ya su segundo socio comercial por detrás de Estados Unidos. Las exportaciones totales peruanas bajaron un 2,2 % en el primer trimestre después de haber crecido a un 30% en los últimos tres años. La demanda de minerales aumentó, pero bajaron los ingresos, por la caída de los precios internacionales.
Para Fernando González Vigil, director del Centro de Estudios APEC de la Universidad del Pacífico, el Perú debería acelerar la diversificación de la oferta exportable hacia bienes y servicios con más valor agregado, tanto por sus beneficios intrínsecos como para reducir la vulnerabilidad externa.
“El volumen de exportaciones tradicionales se incrementará debido a inversiones como la de Chinalco en Toromocho y otras inversiones que se avizoran en minería y pesca, por ejemplo. Al mismo tiempo, ya está creciendo el volumen de las exportaciones no tradicionales a China. Estas son, de hecho, las que han venido mostrando mayor dinamismo a lo largo de los tres años que lleva vigente el TLC, pues se han incrementado en un 46% versus un incremento de solo 13% en nuestras exportaciones totales a ese país”, afirma.