PABLO ESPARZA BBC Mundo

El 13 de marzo a las 20:12 de la tarde, cuando el cardenal Jean-Louis Touran pronunció el clásico habemus Papam, Jorge María Bergoglio no estaba en las quinielas.

La sorpresa que trajo su nombre y la alegría desbordada de miles de personas bajo la lluvia en la plaza de San Pedro son mis primeros recuerdos de la elección del papa Francisco.

Asombro y entusiasmo irrefrenable en un lugar poco amigo de lo inesperado, el Vaticano, donde todo parece suceder según un guión escrito hace siglos.

En ocasiones, cada 600 años o así, se rompe el molde. Fue lo que ocurrió la mañana del 11 de febrero, cuando el papa Benedicto XVI, afectado por la edad, pero también por las críticas a su manejo de los escándalos de abusos a menores en la Iglesia y los malos manejos del banco Vaticano, anunció su renuncia en forma sorpresiva, la primera desde 1415.

El nombre y la identidad de quienes han de convertirse en Papas son otra excepción.

En esta ocasión, más que Bergoglio, sonaban otros nombres como favoritos: el brasileño Odilo Scherer, el italiano Angelo Scola Nombres que pocos fieles recordarán.

Un cónclave tiene un único ganador y una de las primeras reglas no escritas de una elección papal es que las listas de favoritos no sirven. Quien entra papa sale cardenal, reza el tópico que, una vez más, se hizo cierto.

SERÁ BERGOGLIO Aquella tarde recorrí la plaza de arriba abajo varias veces. Buscaba testimonios de latinoamericanos y entrar en calor bajo la lluvia, aún fría, del mes de marzo.

Recuerdo que en medio de un ambiente lleno de emociones me preocupaba quedarme sin batería en el móvil en el momento justo del anuncio y que miles de personas tuiteando al mismo tiempo colapsaran la red, como finalmente sucedió Inquietudes mundanas de periodista.

De los muchos fieles con los que hablé, sólo un joven colombiano me dijo: será Bergoglio.

Otra mujer, con una bandera argentina a modo de capa, lanzó una buena aproximación: Que sea latinoamericano. Ojalá argentino.

Los demás –como una devota ataviada con adornos de la virgen de Guadalupe que había llegado desde San Diego, en Estados Unidos- soñaban con un nombre cercano, pero no se atrevieron a aventurar cuál.

Era la tercera jornada de cónclave y todo podía terminar como los dos días anteriores: con fumata negra, decepción generalizada y desbandada masiva de los asistentes, que durante horas habían animado su espera con cánticos religiosos.

Otra norma de los cónclaves: se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo terminan.

Y en esta ocasión, el humo comenzó a surgir de la chimenea de la Capilla Sixtina a las 19:06.

Al principio todos los humos parecen grises y ante ese tono indeterminado, en una plaza con miles de personas anhelantes, se hizo el silencio.

O quizá no. Pero yo así lo recuerdo. Y el silencio se rompió con un estallido de júbilo cuando el humo empezó a clarear.

Luego, tras una hora de espera que pareció eterna, llegaron dos nombres: Jorge María Bergoglio será el papa Francisco.

¡Papa Francisco!. Los cantos en español llenaron la plaza. Y el joven colombiano, con los ojos en lágrimas, me repitió una y otra vez: Te lo dije, te lo dije.

Orgullo y emoción. Al ser latinoamericano puede ser alguien que nos entienda. Que sea nuestro abogado, que defienda los derechos de los desprotegidos de la gran región latinoamericana. Él sabe que existimos y él va a estar con nosotros, me dijo una fiel paraguaya.

ORGULLO Y EMOCIÓN Quizá sus dos primeras palabras –orgullo y emoción- resumieron bien el sentimiento de muchos de los fieles latinoamericanos congregados en San Pedro.

Para algunos, me dijeron, la elección de Bergoglio fue una recompensa por la que habían esperado mucho.

Y en Roma, los años pueden ser mareantes como cifras macroeconómicas: pasaron 598 años desde la anterior renuncia de un papa, 1.000 desde que un no europeo fuera Sumo Pontífice e hicieron falta 2.000 para que un latinoamericano ocupara la silla de San Pedro.

Calificar los acontecimientos de históricos es un lugar común del periodismo. Pero creo que en esta ocasión el calificativo estaba justificado.

El papa número 266 fue el primero de la historia procedente de la región del mundo con mayor número de fieles católicos, el primer jesuita en llegar a dirigir la Iglesia Católica y el primero en llamarse Francisco.

DESDE EL FIN DEL MUNDO Ustedes saben que el deber del Cónclave era darle un obispo a Roma. Siento que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo. Les agradezco la bienvenida, dijo, vestido de blanco y sin apenas ornamentos, el nuevo Papa desde el balcón de la basílica de San Pedro.

Desde aquellas palabras han pasado sólo 9 meses y nos hemos acostumbrado a la imagen del papa Francisco y a su acento familiar en los medios.

No es extraño: al día siguiente de su elección, su retrato llenaba las vitrinas de las tiendas de suvenires de Roma, en clara competencia con el del carismático Juan Pablo II.

El Vaticano necesitaba decían los vaticanistas en los ríos de tinta que inundaron Roma durante esos días un Papa que fuera el reverso de Benedicto XVI en ciertos aspectos: menos intelectual y más próximo a la gente, más Wojtila y menos Ratzinger.

El nuevo pontífice, decían, debía hablar de cerca a los fieles y hacer de la evangelización y la reforma de la Iglesia los principales objetivos de su papado.

Sencillez fue la palabra más repetida en los días siguientes en las ruedas de prensa del Vaticano.

Y a medida que pasa el tiempo, esa parece ser la cualidad a la que ha quedado asociado Francisco.

Quizá sea pronto para saber si Francisco está cumpliendo con las expectativas que despertó la noche del 13 de marzo en la plaza de San Pedro, si esa sencillez es algo más que un término asumido por los medios.

Al fin y al cabo, 9 meses son solo una gota en el océano de la historia romana.