Si le sobra un millón de dólares, una agencia de turismo inglesa ofrece una experiencia única: sobrevolar en planeador, en un solo día, las ocho cumbres más altas del planeta y, de paso, entrar en el Libro Guinness de los récords, además de cuatro semanas de estancia hiperexclusiva en Nepal. El tour aún no se ha realiza, pero ya hay varios billonarios separando cupo para lo que sería, hasta el momento, el viaje más caro del mundo.
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Desde que se inició la búsqueda de Titan, el submarino que terminó implosionando con cinco personas a bordo mientras viajaba hasta las profundidades del mar para ver de cerca los restos del Titanic, no se ha dejado de hablar de las motivaciones de los más ricos, que los llevan a los confines del mundo para experimentar lo que solo ellos pueden pagar gracias a sus abultados bolsillos.
“Estos hombres eran verdaderos exploradores que compartían un marcado espíritu aventurero y una profunda pasión por explorar y proteger los océanos del mundo”, dijo en un comunicado OceanGate, la empresa dueña del sumergible, al lamentar la muerte de los tripulantes. Exploradores que no dudaron en pagar 250 mil dólares, cada uno, para poder estar donde poquísimos humanos han llegado.
El turismo de élite no es una novedad, pero ha aumentado considerablemente en los últimos años, sobre todo después de la pandemia del COVID-19, mientras que desde el 2017 ha subido en 44% el número de individuos cuyo patrimonio neto supera los US$30 millones.
Pero viajar a las profundidades del océano, al espacio exterior o a bosques inhóspitos no es un mero turismo de lujo, sino aventuras que solo pueden financiarse unos cuantos, con el afán de vivir al máximo y, a la vez, diferenciarse del resto.
Un asunto de estatus
Como es obvio, los más ricos del mundo no tienen problemas de dinero. Y lo que buscan son aventuras inolvidables, de esas que marcan hitos.
Por ejemplo, el británico Hamish Harding, uno de los cinco tripulantes del Titan, ya había viajado al espacio en un vuelo de Blue Origin, la compañía de Jeff Bezos; fue una de las siete personas en el mundo en sumergirse hasta la Fosa de las Marianas, el lugar más profundo del océano; e hizo innumerables travesías a la Antártida.
Otro turista de ultralujo es Victor Vescovo, un estadounidense que ha visitado las profundidades de los cinco océanos, y que también ha volado en una nave espacial.
“El estatus que se otorga a los superricos al viajar a miles de metros bajo el mar, o a lugares muy remotos del planeta, o incluso fuera de él, es un factor importante en este mercado de nicho”, cuenta a “The Insider” Adele Doran, profesora titular de turismo de aventura y ocio en la Universidad inglesa de Sheffield Hallam. “El derecho a presumir es importante”, agrega.
Para el psicólogo inglés Charlotte Russell, además de la necesidad de exclusividad y prestigio, el hecho que estos multimillonarios busquen desafíos extremos tiene que ver con la forma en que han conseguido su dinero: “Convertirse en multimillonario tiene sus propios factores de riesgo y ellos ven la vida como una competencia. Por eso suelen buscar cosas más extremas que hacer”, señala a “National World”.
Hacia el infinito
Así, estos multimillonarios no buscan lugares de lujo o comodidad, sino básicamente experiencias, no importa si eso significa estar incluso en zonas de guerra, como Ucrania.
Peter Anderson, director gerente de la agencia de viajes de lujo Knightsbridge Circle, reveló a “The New York Times” que un cliente quería visitar Sudán del Sur, uno de los 19 países considerados más peligrosos por el Departamento de Estado de EE.UU. El proceso de planificación “incluyó consultas con expertos en seguridad sobre la mejor manera de mitigar los posibles peligros”, explicó.
Ante el aumento de la demanda, muchas empresas se dedican a planificar viajes exclusivos a los parajes más salvajes. Es el caso de Abercrombie & Kent, que organiza safaris especiales al África o visitas a bosques inhóspitos, donde sus clientes pueden tener contacto con especies en peligro de extinción, o incluso dar la vuelta al mundo en un jet privado.
A 10.706 metros de profundidad está el Abismo Challenger, el lugar más profundo de los océanos, ubicado en la fosa de las Mariana, en el Océano Pacífico. Acá solo han llegado siete personas.
Las compañías Virgin Galactic, Blue Origin y SpaceX se han enfocado en el turismo espacial, con vuelos a 100 kilómetros de altura sobre la Tierra, minutos de gravedad cero y visitas a la Estación Espacial Internacional.
El viaje al punto exacto del polo sur incluye el transporte a la Antártida, estancia en el campamento Unión Glacer y una caminata de 100 kilómetros sobre el hielo.
Vuelo en jet privado con paradas en Japón, Filipinas, Malasia, India, Madagascar, Kenia, Uganda y Boston, para visitar bosques y participar de safaris.
“Es gente que ha viajado mucho y ahora están interesados en los sitios más remotos”, cuenta a “Newsweek” Pamela Lasser, directora de Relaciones Públicas de la empresa.
Patrick Woodhead, explorador polar que batió récords mundiales, creó White Desert Antarctica para llevar a clientes ricos en viajes de lujo a la Antártida, que cuestan hasta 98.500 dólares por persona. Y para el 2026, una empresa sueca está planificando una travesía al mismo punto del Polo Norte en un futurista dirigible por 200 mil dólares.
Pero la aventura extrema no es suficiente dentro del planeta. En el 2001, el multimillonario estadounidense Dennis Tito se convirtió en el primer turista espacial de la historia al pagar 20 millones de dólares a la agencia espacial rusa Roscosmos para viajar al espacio exterior, donde permaneció ocho días.
Desde entonces, las cifras para llegar a la estratósfera han bajado hasta los 450 mil dólares, el precio que pide la empresa Virgin Galactic, de Richard Branson, que ya ha vendido más de 800 pasajes, en una industria que espera reportar ganancias de 23 mil millones de dólares en el 2030, es decir, en apenas siete años.
Elon Musk ya está pensando llevar personas a Marte, mientras que la compañía estadounidense Orion Span tiene previsto abrir el primer hotel espacial del mundo, a un costo de US$10 millones por persona para una estancia de dos semanas. Un precio que solo unos cuantos privilegiados podrán pagar.
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