El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, se enfrenta a Kamala Harris, su rival demócrata para el cargo, en su único debate el miércoles, en una situación excepcional en la que su rol de eventual sucesor se ha vuelto prominente tras el contagio de coronavirus del presidente Donald Trump.
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El tranquilo Pence, de 61 años, enfrentará una de las noches más importantes de su vida política en momentos en que los estadounidenses reflexionan sobre la posibilidad de que se le pida a este hombre detrás de escena que asuma las funciones de presidente, o incluso que tome la iniciativa en una carrera electoral que casi ha sido completamente sobre Trump.
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Ese sería un giro profundo para alguien forzado a pasar a un segundo plano durante una presidencia ruidosa y polémica como la del magnate republicano de 74 años.
“Lo que está en juego en esta elección nunca ha sido tan grande. La elección nunca ha sido más clara”, dijo Pence el lunes mientras se dirigía a Salt Lake City, Utah, donde debatirá con la senadora de California Harris, compañera de fórmula del candidato demócrata Joe Biden.
“Y espero la oportunidad de llevar nuestra causa al pueblo estadounidense durante cuatro años más del presidente Donald Trump”, agregó.
Hace cuatro años, el compañero de fórmula de la demócrata Hillary Clinton, Tim Kaine, se burló de Pence como “el aprendiz de Trump” durante su debate, pero el republicano tuvo una actuación más sólida que su rival.
Pence y Harris han dado negativo para el coronavirus desde el diagnóstico positivo de Trump el viernes. Pero están muy divididos en su respuesta al virus que ha matado a más de 210.000 estadounidenses.
Harris, de 55 años, usa tapabocas en público, mientras que Pence se inclina más por no usarlo, tal como Trump. El vicepresidente estuvo incluso con el rostro descubierto en una ceremonia reciente en el jardín de la Casa Blanca a la que asistieron varios funcionarios de la administración y legisladores que desde entonces resultaron contagiados.
El yin del yang
Pence ha sido crucial para la administración de Trump, un pilar de estabilidad en una Casa Blanca que ha descartado a muchos altos funcionarios y un imán para una parte de la base republicana que duda del magnate devenido presidente.
Abogado de formación y expresentador de programas de radio que sirvió en el Congreso durante 12 años, Pence era gobernador de Indiana en 2016 cuando Trump lo reclutó como su compañero de fórmula.
Este hombre de cabellos blancos trajo credibilidad como un cristiano evangélico tradicional que podía atraer a los estadounidenses que asistían a la iglesia y a los conservadores de las zonas rurales.
Es el yin del yang del presidente: donde Trump es ruidoso y ofensivo, Pence es taciturno y educado; donde Trump burla la moral, Pence es profundamente piadoso. Y, en lo personal, mientras Trump ha presentado a tres esposas y muchas más novias, Pence es conocido por acatar una regla cristiana que le prohíbe estar solo con cualquier mujer que no sea su esposa.
Ceder el escenario
Después de asumir el cargo, Pence dejó que Trump ocupara todo el escenario. Se ocupó silenciosamente en trabajos importantes, como ser el enlace con el Congreso y los republicanos, y realizar importantes misiones diplomáticas. Y adaptó sin problemas sus posturas políticas anteriores al enfoque de Trump sobre comercio, relaciones diplomáticas e inmigración.
En sus primeros viajes a Europa y Asia, preparó el escenario para los cambios radicales de la política estadounidense empujados por Trump mientras tranquilizaba a los aliados preocupados por la retórica explosiva del presidente.
Pence siguió siendo un jugador de equipo, nunca ventiló sus diferencias con Trump ni se promocionó a sí mismo, pecados que truncaron las carreras de otros en el gabinete de millonario republicano.
Eso no cambió en marzo, cuando Pence fue nombrado como la cara del grupo de trabajo sobre el coronavirus de la Casa Blanca. Haciéndose eco de la propia personalidad de Pence, las reuniones informativas diarias del grupo, con un gran número de científicos, buscaban introducir calma, claridad y rigor en la información pública, hasta que Trump socavó sus mensajes sobre el distanciamiento social, las máscaras faciales y los posibles tratamientos.
La motivación de Pence nunca ha sido clara. ¿Ha estado, como muchos vicepresidentes, esperando el momento oportuno para su propia oportunidad en la presidencia? ¿O tolera a Trump, como muchos republicanos, porque en su posición puede impulsar la agenda de los conservadores sociales?
A principios de este año, se especuló que Trump, que enfrenta una lucha cuesta arriba por la reelección, reemplazaría a Pence con alguien que podría entusiasmar a más votantes, como la exembajadora en la ONU Nikki Haley o el secretario de Estado, Mike Pompeo.
Pero al final, la extraña pareja se mantuvo unida, y Trump aclamó a su número dos en agosto al decir que es “sólido como una roca”.
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