Durante un año, Stockton Rush había intentado convencer al inversor Jay Bloom, asentado en Las Vegas, de que comprara un par de plazas en el sumergible de su empresa para que junto con su hijo pudieran experimentar la emoción única de visitar los restos del Titanic en el fondo del mar.
Bloom estaba intrigado, dijo en una entrevista el viernes. A su hijo Sean, que ahora tiene 20 años, le fascinaba la historia del malogrado transatlántico británico cuando era niño.
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Pero cuanto más leía sobre el sumergible Titán, más se preocupaba por su seguridad, explicó. Por ello, detalló que había rechazado amablemente una oferta de última hora para unirse a la expedición, alegando conflictos de agenda.
En su lugar, Bloom señaló que los dos asientos disponibles a bordo fueron para el magnate de origen paquistaní Shahzada Dawood y su hijo, Suleman, que perecieron, junto con Rush y otras dos personas, esta semana cuando el Titán hizo implosión bajo la superficie del Atlántico.
“Cada vez que veo una foto de ese hombre de negocios paquistaní y su hijo de 19 años, pienso en lo fácil que podríamos haber sido yo y mi hijo de 20 años, de no ser por la gracia de Dios”, afirmó Bloom.
El jueves, después de que la Guardia Costera estadounidense anunciara que había localizado trozos del Titán en el fondo del océano, Bloom publicó en Facebook (NASDAQ: META) una serie de mensajes de texto entre él y Rush de principios de año, en los que este último descartaba la idea de que el viaje fuera peligroso.
“Aunque obviamente hay riesgo, es mucho más seguro que volar en helicóptero o incluso bucear”, escribió Rush en un mensaje, afirmando que nadie había resultado herido a bordo de un submarino no militar en 35 años.
A Bloom, que tiene una licencia privada de helicóptero, le preocupaba especialmente el uso por parte de Stockton de aparatos como un joystick de videojuego para controlar la embarcación y el novedoso casco de fibra de carbono, y estaba “asustado” por que el submarino no se podía abrir desde dentro, ni en caso de emergencia.
Guillermo Söhnlein, cofundador de OceanGate con Rush en 2009, dijo que este último era “muy consciente” de los peligros de explorar las profundidades oceánicas y era “muy reacio al riesgo”.
Pero las cuestiones de seguridad sobre el diseño del Titán se habían planteado ya en 2018, tanto por expertos de la industria como por un exempleado de la firma de Rush.
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