El día que Vladimir Putin ordenó a sus soldados entrar en Ucrania, Arina había planeado una clase de baile después del trabajo y luego una fiesta. Tres días después, la profesora de inglés estaba haciendo cócteles molotov en un parque.
La encontré agazapada en el suelo con decenas de otras mujeres, rallando pedazos de poliestireno como si fueran queso y desgarrando sábanas en trapos para hacer bombas con botellas caseras.
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Escenas como estas son inimaginables para la mayoría en Europa. Antes, eran impensables aquí también.
Pero la ciudad de Dnipró se está preparando ahora para defenderse contra el avance de las tropas rusas.
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“Nadie pensó que así sería como pasaríamos el fin de semana, pero parece ser lo único importante que podemos hacer ahora”, me dijo Arina, con la cara y el cabello salpicados con polvo blanco del poliestireno.
“Es bastante aterrador. Creo que realmente no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo; solo necesitamos estar haciendo algo”, dice.
A pocos metros de allí, Elena y Yulia me dijeron que habían dejado a sus hijos con los abuelos para venir a ayudar a fabricar estas armas.
“Quedarme sentada en casa sin hacer nada sería aún más aterrador”, dice Elena, sin parar de trabajar en las bombas ni por un segundo.
Se ríe de que es buena cocinera y de que este proceso no es tan diferente.
“No puedo creer que nos esté pasando esto, pero ¿qué opción tenemos? Nadie nos consultó nada”, dice Elena.
Da la sensación de que toda esta ciudad hubiera entrado en acción.
Los escalones de un salón cercano están repletos de ropa donada, mantas y trigo sarraceno.
Un torrente de personas sigue llegando con más cosas -incluidos gasolina, agua y artículos de tocador- mientras los voluntarios gritan instrucciones sobre dónde dejarlas.
Los suministros son para los combatientes ucranianos, así como para cualquiera que se vea obligado a huir a Dnipró desde otro lugar de combate.
Pero también es una reserva en caso de que esta ciudad estratégica sea sitiada.
Esta gigantesca iniciativa fue iniciada por cinco mujeres y un puñado de publicaciones en las redes sociales.
Ahora, decenas de personas están coordinando un gran esfuerzo de ayuda que parece caótico pero no lo es.
Hay un área completamente separada para aquellos que quieren obtener un arma y registrarse para luchar; esa cola se extiende lejos en la distancia.
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“Las organizaciones oficiales no daban abasto, así que creamos este centro”, me explica Katerina Leonova, con el teléfono despegado de la oreja por un breve momento.
“¿[Putin] realmente cree que puede apoderarse de Ucrania y convertirla en Rusia? No tenemos miedo aquí. Estamos furiosos”, dice.
Dnipró ya ha sentido el costo de esta guerra.
Las 400 camas del hospital militar están ocupadas y el personal ahora recibe cientos de heridos todos los días. Han instalado catres en los pasillos para hacer frente al flujo de pacientes.
“Creo que estamos en un momento álgido. Hay luchas por todos lados”, me dice el portavoz del hospital, Sergei Bachinsky, con voz urgente.
“Antes, sabíamos exactamente dónde se estaban produciendo los enfrentamientos y podíamos prepararnos para recibir a los heridos incluso antes de que nos los evacuaran. Ahora, el flujo es constante”.
Los militares no pueden usar helicópteros: las fuerzas rusas los derribarán. Por carretera, se tarda mucho más en llegar a la atención de urgencia.
Pero Sergei insiste en que la moral es alta, incluso entre los heridos.
“Hasta los hombres con quemaduras o conmociones cerebrales quieren volver a sus unidades para continuar luchando”, asegura.
Mientras hablábamos, dos autobuses salieron del hospital llenos de soldados. Los heridos que caminaban estaban siendo trasladados a instalaciones en otras partes de Ucrania, liberando camas más cerca de las líneas del frente.
No hay escasez de suministros para ellos. La gente lleva bolsas de medicinas, jeringas y vendas al hospital, sin parar. Vi a un hombre entregando un viejo par de muletas. Nada fue rechazado.
Dnipró se las está arreglando. Toda una ciudad se está reuniendo. Pero la presión sobre todos está aumentando.
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