Perú se ha convertido en uno de los destinos preferentes para los venezolanos que abandonan su país por la crisis que sufre desde hace años.
Las últimas estimaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) indican que hay 1,28 millones de venezolanos en el país.
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Su afluencia ha supuesto un gran desafío y a menudo se les asocia con un supuesto aumento en la inseguridad ciudadana que el primer ministro, Aníbal Torres, ha fijado como el “mayor problema” del país y ha llevado al gobierno a decretar un estado de emergencia en las provincias de Lima y Callao, las más pobladas.
Sin embargo, un reciente estudio de la Fundación Konrad Adenauer y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya señala que “la cobertura de muchos medios de comunicación genera una percepción distorsionada sobre la magnitud de la delincuencia venezolana y la idea de un vínculo causal entre migración y criminalidad”.
Otros estudios han mostrado el impacto positivo que ha tenido la llegada de los migrantes venezolanos en la economía peruana. El Banco Central reportó en 2018 que los venezolanos contribuyeron en un 0,33% al crecimiento del Producto Interno Bruto.
Y según el Centro para el Desarrollo Económico del Grupo Equilibrium, un 40% de los que llegan tiene estudios superiores, lo que supone un capital humano del que Perú se puede beneficiar.
No hace falta buscar mucho en el país para encontrar ejemplos de venezolanos que han encontrado en Perú una vida mejor, pero que también han mejorado a Perú.
La vida de Jesús Andrés Rubio, de 29 años, entró en erupción en 2014.
Chucho, como le llaman, fue uno de los muchos estudiantes venezolanos que se lanzó a las calles a protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Su activismo en un partido opositor y su popularidad entre sus vecinos lo convirtieron en una figura emergente de la política en su ciudad natal, Valera, en el oeste de Venezuela.
En 2015 fue atropellado por un auto, un accidente que le cambió la vida.
Cayó en coma y cuando despertó había perdido el habla y la memoria, dice. Ni siquiera reconocía a la joven con la que había iniciado una relación pocos meses antes del atropello.
Solo después de nueve operaciones y meses de rehabilitación con unos médicos cubanos pudo volver a hablar y caminar. El nuevo Chucho tenía placas de metal en cráneo, clavícula, brazos y piernas.
Aunque dice que recuperó parte de la memoria, nunca recordó nada de lo ocurrido en su vida antes de cumplir 18 años. “Me sentía muy frustrado, porque mucha gente se acercaba a saludarme con cariño y yo tenía que fingir alegrarme de verlos cuando en realidad no los recordaba”, le contó a BBC Mundo.
Salió de Venezuela en enero de 2018, después de que las autoridades ordenaran su detención por su papel en las protestas tres años antes, antes del accidente.
“Como ya no recordaba a casi nadie, pensé que la orden de detención era la señal para empezar de cero en otro país”.
Con los US$278 que dice que le prestó un amigo, Chucho emprendió un largo viaje saltando de un bus a otro a través de varias fronteras.
“Mi plan era llegar hasta Chile, donde tenía contactos en el mundo de la política, pero en Lima se me acabó el dinero”.
Chucho aún no lo sabía, pero en su nuevo país iba sacarle partido a la que considera su mejor habilidad: su capacidad para viajar con muy poco dinero en el bolsillo.
Sus comienzos en Lima no fueron fáciles. “Tuve muchos trabajos: en un almacén de muebles, como repartidor a domicilio… Mientras, dormía en un cuarto compartido con otras seis personas”.
Cuando ahorró lo suficiente pudo comprarse un auto usado con el que empezó a trabajar de taxista y cumplir su sueño de visitar Machu Picchu.
“Yo no lo recuerdo, pero mi mamá dice que de niño me quedaba embobado viendo los documentales sobre Perú en la televisión”.
Empezó a viajar siempre que podía. Y siempre por muy poco dinero. Chucho presume de que es capaz de llegar desde Lima hasta la cima de Machu Picchu con solo US$70.
Fue un amigo el que le propuso crear una cuenta de Instagram en la que mostrar sus viajes, un consejo que cambiaría su suerte.
Su cuenta, que hoy tiene más de 50.000 seguidores, fue ganando popularidad, pero terminó de despegar de la manera más inesperada.
“Un amigo peruano me pidió que lo llevara en mi carro a Cusco porque tenía que enterrar a su madre, que había muerto de covid allí. Mientras él hacía los trámites, que se demoraron dos semanas, me dediqué a recorrer la zona y publicar. Era la pandemia, casi nadie viajaba entonces y gané muchos seguidores”.
De vuelta en Lima, les propuso a sus seguidores acompañarlo a excursiones por lugares de la capital peruana que no figuran en las guías de viajes.
“Aparecían siempre docenas de venezolanos”.
Al principio eran paseos gratis, pero Chucho comprendió que lo que se traía entre manos era un negocio en ciernes. Después de darle muchas vueltas bautizó su cuenta de Instagram como “Turistteando” y empezó a ofrecer diferentes destinos y paquetes, siempre a muy bajo coste, para que los inmigrantes venezolanos sin muchos ingresos puedan costearlos.
Entonces cometió un error.
“Había preparado un viaje con 18 cupos a Cusco, pero al publicarlo en Instagram pegué al final del texto los datos de mi cuenta bancaria sin darme cuenta. Esa misma tarde me llamaron del banco para decirme que la habían bloqueado porque habían llegado demasiadas transferencias en muy poco tiempo”.
Resultó que los interesados en el viaje a Cusco eran muchos más de los que Chucho había previsto y se habían apresurado todos a hacer el pago depositando el importe en la cuenta.
“Tenía dos opciones: devolverles el dinero o hacerlo a lo grande”.
Optó por lo segundo. Se pasó tres días comprando por internet los billetes de avión de las 68 personas que se habían apuntado.
“Al final me llamó la aerolínea y me dijo que como había llenado el avión me pondrían un vuelo chárter y yo decidiría el horario”.
Desde entonces, Chucho ha ido ampliando su red de destinos y trabaja con hoteles y restaurantes locales que se benefician con sus clientes. 18 personas trabajan con él.
También se ha convertido en la imagen de una marca de motos que le facilita una y el mantenimiento gratuito a cambio de que aparezca montando sus modelos en sus publicaciones en redes.
Y a sus clientes venezolanos se han acabado sumando peruanos que quieren conocer los tesoros de su país, pero que no tienen ni demasiado tiempo ni demasiado dinero para hacerlo.
“Mi proyecto ayuda a esos peruanos y venezolanos que se pasan toda la vida trabajando. Conmigo pueden tener un día diferente y pasarlo bien juntos”.
Con ese apellido, Leidy Lima, de 35 años, tenía que terminar en la capital de Perú.
“Nunca estuvo en mis planes salir de Venezuela, pero vivíamos en Guarenas y se estaba haciendo cada vez más difícil conseguir comida. Mi tercer hijo estaba a punto de nacer y no quería que viviera en esa precariedad”.
Para conseguir lo que su familia necesitaba, su marido viajaba periódicamente al estado fronterizo de Zulia y cruzaba a Colombia.
Hasta que un día decidió marcharse al Perú a probar suerte.
“A los pocos meses de marcharse él, me dijo que yo también debía irme cuanto antes, porque se iba a poner más difícil conseguir la documentación allí”.
Dejó a sus hijas con su madre y partió para Perú. Era octubre de 2018.
“Al principio vivíamos en un apartamento que compartíamos con otros 10 venezolanos. Había que hacer turnos porque éramos muchos y la cocina solo tenía dos hornillas. No podíamos pagar otra cosa”.
Aunque a algunos de los otros inquilinos no les gustó, Leidy decidió arrancar con el proyecto con el que se ganaba la vida en su país: impartir talleres formativos de manicura y cosmética.
“Al principio, mi único objetivo era ahorrar para volver a Venezuela a por las niñas”.
Solo su marido creía en ella. Le decía: “Tranquila, las alumnas acabarán llegando”.
Tenía razón. “Las cosas empezaron a funcionar y pudimos mudarnos a nuestro propio apartamento”. Como allí tenía más espacio, pudo aumentar el número de alumnas.
“Montamos un pénsum completo y empezaron a inscribirse también peruanas”.
“Algunas vienen de otros lugares del país”, cuenta Leidy con orgullo en el local que ha alquilado no hace mucho en Miraflores, una de las zonas más cotizadas de Lima.
Ha sido el último salto de un negocio en el que hay mucho más que uñas acrílicas y maquillaje.
“En Perú muchos hombres piensan que las mujeres deben quedarse en casa cuidando a los hijos y aquí les enseñamos un oficio con el que pueden alcanzar su independencia económica”.
“Las formamos en técnicas de marketing digital y les explicamos cómo atender sus redes sociales porque el objetivo es que puedan actuar como empresarias”.
Ya son más de 200 las mujeres que han pasado por sus cursos y espera que sean muchas más.
“Pudimos habernos quedado en la queja, pero decidí apoyarme en la receptividad de mis alumnas para avanzar”.
Hace nueve años, la especialista en políticas públicas venezolana Nancy Arellano se marchó de su Caracas natal rumbo al Perú atraída por “un sistema político que se había venido consolidando y una economía en la que había oportunidades”.
Completados sus estudios, se acercaba a los 30 y, según ella, el triunfo del chavismo le cerraba las puertas para trabajar en la administración pública venezolana.
“El sueño de tener un impacto en mi país se hacía imposible”, recuerda.
Al principio, hizo trabajos esporádicos de consultoría.
“Era hija de una inmigrante española en Venezuela y en el Perú por primera vez yo misma me sentía como una extranjera”.
Con la llegada masiva de venezolanos, empezó a trabajar en diferentes asociaciones que los apoyaban.
Hasta que en 2019 montó la suya propia, Veneactiva, un nombre con el que pretendía lanzar un guiño a los venezolanos que no se quedan parados.
Desde su oficina en la calle Junín de Lima, Veneactiva guía a quienes buscan obtener la documentación, y presta servicios de orientación laboral y atención psicológica, entre otros.
Una de las iniciativas de las que se dice más satisfecha es Venemprende, un programa de apoyo a emprendedores que empezó con 100 participantes y ya va por los 450, dice.
Con el programa Valiosos busca facilitar la inserción laboral de los venezolanos cualificados. “Nos dimos cuenta de que había necesidades en Perú que se podían cubrir con las capacitaciones profesionales que traían muchos venezolanos”.
La organización de Nancy también participó en un programa de la Fuerza Aérea peruana que sirvió para llevar técnicos venezolanos a atender comunidades vulnerables en zonas aisladas del país.
“Al principio empezamos con las uñas (con dificultades)”, recuerda Nancy, cuyo proyecto se vio golpeado por la pandemia de covid al poco de arrancar.
Pero su tenacidad y la de su equipo, y la magnitud del fenómeno venezolano en Perú lo sacaron adelante, y ahora trabaja con organismos internacionales como Unicef y recibe fondos de cooperación internacional de varios países europeos.
“13.000 venezolanos han logrado regularizar su situación con nosotros y tenemos a 68 consultores trabajando en diferentes proyectos”, afirma.
“Han sido apenas tres años, pero en este sector las necesidades han sido apabullantes”.
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