La apertura de la industria láctea canadiense es una prioridad para el gobierno de Trump. (Foto: Reuters)
La apertura de la industria láctea canadiense es una prioridad para el gobierno de Trump. (Foto: Reuters)
Bjorn Lomborg

Dejar de comer carne es ahora el último consejo para salvar el planeta. Un “nuevo e importante estudio” sugiere que una “gran reducción en el consumo de carne” es “esencial para evitar la degradación del clima”, como lo expresa “The Guardian”.

Esto es consecuencia de las afirmaciones de la Humane Society de que “su dieta podría salvar el planeta” y de la propuesta del Partido Verde alemán de un día nacional vegetariano semanal. Incluso Yvo de Boer, el ex alto funcionario de las Naciones Unidas (ONU) sobre el clima, cree que “la mejor solución sería que todos nos volviéramos vegetarianos”.

La ciencia muestra claramente que la producción de carne, especialmente de res, emite metano y requiere insumos intensos de CO₂. Pero si profundizamos más, estas afirmaciones resultan exageradas.

He sido vegetariano durante cuatro décadas porque no quiero matar animales. Si gran parte del cambio climático pudiera prevenirse con más gente siguiendo este ejemplo, es una idea que debería ser discutida.

Hacerlo significa dejar de lado nuestra aversión a la idea de que los políticos o la ONU dicten lo que la gente come, e ignorar el lamentable dato de que 1.450 millones de los vegetarianos del mundo son, en realidad, las personas más pobres de la Tierra a las que nada les gustaría más que comer carne.

Casi todos los artículos sobre este tema sugieren que volverse vegetariano podría lograr reducciones de las emisiones de hasta un 50% o más. Pero estas cifras nunca son una reducción de las emisiones totales, solo de las emitidas por los alimentos. Es decir, que se están ignorando las cuatro quintas partes de las mismas, por lo que el impacto es cinco veces menor.

Las dietas vegetarianas también son ligeramente más baratas, y el dinero ahorrado se gasta en bienes y servicios que emiten más CO₂. Un nuevo estudio sueco muestra que una dieta vegetariana es un 10% más barata, lo que liberaría alrededor del 2% del presupuesto de una persona. El dinero extra probablemente se gastaría proporcionalmente en compras de bienes. Esto aumenta las emisiones de carbono en un 2%. Por lo tanto, comer zanahorias en lugar de bistec significa que se reducen las emisiones en un 2%. Esto no salvará el planeta.

El cambio climático es trivializado y obstaculizado por sensaciones de magnitud poco realistas, y por sugerencias tontas de que sus acciones o las mías pueden transformar el planeta.

Ni los paneles solares subsidiados ni las turbinas eólicas cerca de los centros comerciales proporcionan una solución significativa al calentamiento global. La Agencia Internacional de la Energía estima que a nivel mundial obtenemos menos del 1% de nuestras necesidades energéticas de la energía solar y eólica e, incluso en el 2040, haciendo todo lo prometido en el Tratado de París, conseguiremos solo el 3,6%. Durante el próximo cuarto de siglo, la energía solar y eólica no será una parte importante del escenario.

La compra de un vehículo eléctrico tampoco cambia mucho las cosas. La AIE estima que pasaremos de unos 2 millones de vehículos eléctricos en la actualidad a 300 millones en el 2040. Esto reducirá las emisiones globales en menos de un 1%, porque estos automóviles seguirán obteniendo la mitad de su electricidad a partir de combustibles fósiles, y porque el petróleo será más barato y se utilizará más en otros lugares, a medida que la demanda de los automóviles disminuya.

Hemos apostado tanto por la premisa equivocada de que el individuo puede tomar medidas significativas contra el cambio climático que estamos haciendo demasiado poco para reclamar colectivamente la inversión efectiva necesaria para abordar el calentamiento global.

La investigación y el desarrollo mundial en materia de energía verde deben incrementarse drásticamente para lograr que las energías alternativas superen a los combustibles fósiles.

Algunos de los avances necesarios ni siquiera están en la energía. La dieta podría terminar jugando un papel importante en la lucha contra el calentamiento global, pero solo a través de la tecnología. La carne artificial podría generar hasta un 96% menos de gases de efecto invernadero que la carne producida convencionalmente y permitiría a todos, incluso a los más pobres del mundo, comer lo que quieran. A diferencia del llamado al vegetarianismo masivo, es una idea que podría ser realmente transformadora.

–Editado–