El abanico de candidaturas presidenciales resulta un páramo para quienes nos consideramos liberales de derecha. Hasta hace unos años, profesaba el oxímoron que le escuché a mi padre, discípulo de Pedro Beltrán y Jorge Basadre: “el liberalismo es el extremo centro”. Pero Alfredo Torres me convenció con sociología: la opinión pública en el Perú considera “derecha” la defensa de la libertad económica. Así que derecha somos, pero la derecha liberal respeta todas las libertades. La libertad económica es una libertad política más; no se puede adherir unas y prescindir de otras. Pero ese “combo” de libertades no aparece en la oferta electoral del 2021, donde proliferan el oportunismo (bajo el disfraz de ausencia de ideología) y la polarización (algunos creen que solo existe ideología).
La izquierda –la moderada o “caviar”, incluso– llama sin empacho “esclavitud” al régimen laboral agrario que, siendo perfectible, ha generado pleno empleo y mejora de ingresos y calidad de vida para literalmente cientos de miles de personas. El vizcarrismo califica de golpista no solo a quienes vacaron al expresidente, sino también a quienes no nos creemos el cuento de que fue (solo o principalmente) la crisis política la causante de que no se compren vacunas.
Esos extremismos no ayudan porque los dilemas de hoy son complejos, llenos de aristas y claroscuros. Lo primero que exijo a mis dos hijos adolescentes cuando discuten sus respectivas posiciones sobre el aborto, es reconocer que hay tantos y tan importantes valores y derechos en juego, que la posición contraria no puede ser descartada a priori como aberrante. Otro ejemplo es la discusión sobre el cierre del Congreso ordenado por Martín Vizcarra. La situación era tan compleja y limítrofe, que el Tribunal Constitucional (TC) la dirimió por estrecha mayoría. Pudo ser al revés.
Pero la polarización niega el inmenso territorio de la contingencia. Trevor Burrus, del Instituto Cato, llama “falacia del jurado holgazán” a presumir el dolo; es decir, que quien defiende un punto es porque anhela sus consecuencias negativas. Así, quien discrepa es por malo, no porque el tema sea discutible. En la derecha –la no liberal, también llamada bruta y achorada, o DBA– esa trampa argumental es cada vez más frecuente. Se acusa a quienes no adoptamos posiciones maximalistas o paranoícas –¡Sendero, chavismo, marxismo cultural!– de ser tibios, relativistas y/o de hacerle ingenuamente el juego a la izquierda, que estaría a punto de tomar el poder.
Pero no hay relativismo moral, sino constatación antropológica: la verdad externa es objetiva, pero el ser humano es imperfecto incluso en su más desarrollado atributo, la cognición. Los extremistas no salen ganando cuando hay moderación y prudencia, sino justamente cuando hay polarización y todo es absoluto e intransigible. Entonces, los que están al medio tienen obligatoriamente que optar por un extremo y las elecciones se ganan por diminutas fracciones porcentuales (como ocurrió con Ollanta Humala y con Pedro Pablo Kuczynski).
Nada menos liberal que el extremismo. El liberalismo es hijo de la razón ilustrada; de la búsqueda incesante de nuevos conocimientos y de la revisión de los antiguos. Es humilde porque duda metódicamente y se resiste a imponer. No se puede, pues, ser liberal autoritario, y no puede haber “liberalismo DBA”. Brutalidad implica renunciar a la razón. Achoramiento es prepotencia e imposición, según Hugo Neira.
La izquierda dice que se criminaliza la protesta, pero los liberales creemos en la protesta pacífica; lo punible es la violencia. La derecha (no liberal) defiende la reacción incluso desproporcionada de la policía, pero olvida que ella existe para proteger la vida y la libertad, incluso de los equivocados y hasta de los delincuentes (salvo cuando atacan a otro). La brutalidad policial traiciona doblemente la razón de ser de la policía.
El liberalismo de derecha no defiende un status quo, ni mucho menos una clase social (a diferencia de otras derechas), sino principios y valores. No puede, por tanto, ser parte o aliado de la DBA. Por eso añoramos –ni siquiera decimos ser– una derecha inteligente y mesurada.