Veinticuatro horas después de anunciar en sus redes sociales que ponía su cargo “a disposición [del] señor presidente de la República”, el ministro de Defensa, Walter Ayala, afirmó anoche ante un grupo de medios de prensa apostados en los exteriores de Palacio de Gobierno que continuaba en el puesto. “El presidente me ha pedido que lo acompañe [a Ayacucho]. Pero yo mañana tengo una cita con la Comisión de Justicia [del Congreso]”, informó con total naturalidad, como si la tormenta que su permanencia en el Ejecutivo desencadenó en los últimos dos días fuese apenas una garúa. La verdad es que no lo es.
Como sabemos, las denuncias que han hecho quienes hasta hace una semana se desempeñaban como comandantes generales del Ejército y la FAP, José Vizcarra y Jorge Luis Chaparro, respectivamente, y que fueron pasados al retiro sin previo aviso y a solo tres meses de haber sido designados por el presidente Pedro Castillo y el ministro Ayala son de una gravedad sin atenuantes. Ambos han contado que el secretario de la Presidencia, Bruno Pacheco, y el titular de Defensa les pidieron que beneficiaran a algunos cuadros en los ascensos que se suelen llevar a cabo en esta época del año en las instituciones armadas; unos pedidos que –según acotaron– eran inviables porque no cumplían con los requisitos para ser promovidos.
Vizcarra, además, ha revelado que el propio jefe del Estado le dijo por WhatsApp que tenía un ‘encargo’ y, una vez que él le explicó personalmente que no podía allanarse a los pedidos, este le consultó si se podía hacer algo, aunque sea respecto de una persona en particular: Ciro Bocanegra (para más luces, hijo de un amigo del presidente). Las presiones del Gobierno, finalmente, no tuvieron efectos y los ascensos se terminaron publicando tal y como las instituciones militares habían dispuesto. A los pocos días, sin embargo y sin que mediara explicación alguna, los generales Vizcarra y Chaparro fueron pasados al retiro.
Por increíble que parezca, el señor Pacheco continúa como secretario de la Presidencia; el señor Ayala, como titular de Defensa, y el señor Castillo solo ha aparecido para informar a través de su Twitter sobre su “respeto irrestricto a la institucionalidad de las FF.AA.”. La circunstancia, como es evidente, debe haber dejado perplejos a muchos, incluidos algunos dentro del propio Gobierno. Ayer en la mañana, por ejemplo, la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez, comentaba en el Congreso que, “dadas las situaciones denunciadas, que se consideran graves, estamos tomando decisiones que las vamos a comunicar en las próximas horas”. Mientras que, en la misma sesión, el ministro de Justicia, Aníbal Torres, afirmaba que “con relación al ministro de Defensa […] el tema está resuelto”. Curiosa forma, por decir lo menos, de resolver las crisis.
Anoche, además, en un intento por argumentar por qué no dejaba el cargo del que parecía ya desembarcado, el ministro Ayala se enredó en algunas explicaciones. Dijo, en primer lugar, que “el proceso [de ascensos] fue transparente”… algo que, en realidad, no se está poniendo en duda. De hecho, según lo que ha trascendido, si el proceso se mantuvo dentro de los cauces regulares fue precisamente por la negativa de dos mandos militares de someterse a los pedidos ímprobos del Gobierno.
Dijo, luego, que las salidas de Vizcarra y Chaparro fueron, primero, por “una facultad presidencial”; después, afirmó que ambos “ya se han metido en política” (en un esfuerzo por desprestigiar al mensajero) y, en un tercer momento, aseguró que los sacaron porque “nunca cumplieron” con algunos pedidos que les dio el presidente y porque todavía no han puesto a punto el avión presidencial. La verdad, sin embargo, es que el señor Ayala atendió sendas entrevistas el fin de semana y no explicó nada de eso, por lo que ahora daría la sensación de estar sacando de la manga cualquier excusa para justificar lo que parece un atropello.
Lamentablemente, hay que decir que, más que intentar convencer a la ciudadanía, el ministro Ayala parece estar buscando razones para convencerse a sí mismo. Su continuidad como titular de Defensa es, paradójicamente, indefendible. Y la renuencia del presidente a prescindir de él lo coloca también en una situación con poco margen para defenderse. Después de todo, el principal responsable de esta crisis, que es probablemente la peor desde que llegó al poder, es Pedro Castillo.