La negación, según el psicoanálisis, es uno de los mecanismos de defensa más primarios. Consiste en la actitud de negar o minimizar hechos evidentes de la realidad con los que el individuo no puede lidiar o cuya irresponsabilidad es incapaz de asumir.

Por alguna lamentable razón, en nuestro país, varios importantes funcionarios del oficialismo recurren a dicho mecanismo cada vez que se les pregunta por el problema de la inseguridad ciudadana. Y lo hacen de manera tan obvia y recurrente que nos llevan a pensar que no estaría mal que hiciesen una visita al diván con cierta frecuencia por el bien de toda la ciudadanía.

Para muestra de la mencionada tendencia a la minimización, basta con repasar algunas declaraciones de diversos funcionarios durante el año que cierra. Hace varios meses, como si se tratara de una simple ola de carteristas haciendo de las suyas, el presidente Humala sugirió a los peruanos enfrentar el tema de la inseguridad absteniéndose de salir a la calle con efectivo. Por su parte, cuando era vocero del nacionalismo, el congresista Jaime Delgado sugirió que no había razón para alarmarse y pidió a los medios “no magnificar” el asunto. A su vez, el ex ministro Pedraza, como todos recordamos, dijo que la inseguridad no existía en la realidad y que se trataba de equivocadas “percepciones” de los peruanos. Asimismo, en su momento, el entonces primer ministro Jiménez negó el problema y (mostrando que no fue bendecido con el don del tacto) nos acusó a los ciudadanos de sufrir de histeria colectiva. Además, hace un par de semanas, como para no perder la costumbre, el flamante ministro Albán declaró que “no hay racha [de crímenes] y que lo que está ocurriendo es que hay cada vez una mayor visibilidad de ciertas organizaciones y ciertas bandas”. Y el domingo, cerrando el año con consecuencia, cuando se le preguntó al presidente acerca de la magnitud del problema, este prefirió torear la pregunta respondiendo: “No sé si será el mayor problema del Perú. No tengo ni una bola de cristal [sic]”.

Pues bien, en un intento por ayudar al gobierno a superar su estado de negación, queremos contarle al señor Humala que no necesita una bola de cristal para darse cuenta de la magnitud del mencionado problema (y cuya responsabilidad de solucionar asumió voluntariamente). Y es que la magia, afortunadamente, es innecesaria cuando se tienen cifras.

Ya en el 2012, el Latinobarómetro informó que la tasa de victimización del Perú había saltado dramáticamente de 29% a 40%, llevándonos al deshonroso primer puesto en el ránking de este problema en toda América Latina. Este mismo hecho ha sido confirmado por el PNUD en su reciente “Informe regional de desarrollo humano 2013-2014, seguridad ciudadana con rostro humano”. Por supuesto, nada de esto debería sorprender a quien sea lo suficientemente diligente para darle una mirada a las estadísticas nacionales de criminalidad. Según el Ministerio del Interior, en lo que va de este gobierno el número de personas que ha ido a una comisaría a denunciar delitos violentos ha subido en 37%. Según el INEI, 38 de cada 100 encuestados declararon haber sido víctimas de la delincuencia en el segundo semestre del 2012. Y, por su parte, la Asociación de Bancos del Perú ha reportado que el asalto a bancos y cajeros aumentó en 100% este año respecto al 2012.

Ahora, sí existen algunas autoridades que se remangan la camisa y toman acciones. Por ejemplo, hace unos días informamos cómo el alcalde de Miraflores había logrado que en su distrito los delitos se reduzcan en alrededor de 45%. Pero, por supuesto, para eso hay que decidir liderar el tema: el alcalde se reúne semanalmente con todas las autoridades a monitorear el problema (a diferencia del señor Humala, quien en los últimos dos años solo ha convocado en dos ocasiones al Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana).

Ojalá que esta revisión de cifras ayude al presidente a percatarse de que no necesita de artefactos mágicos para descubrir la dimensión del problema de la inseguridad. Y, ahora que conocemos su fe en lo esotérico, le rogamos encarecidamente que no se le vaya a ocurrir encargar la lucha contra la delincuencia a un grupo de chamanes.