En su última visita a Nueva York, el presidente Humala dio nuevas señales de haber dejado atrás uno de los más anacrónicos prejuicios que durante un tiempo exhibiese y anunció, ante una pregunta del presidente Piñera, que no tendría ningún problema en que el Perú venda gas a Chile. Todo era cuestión, dijo el presidente con buen sentido, de que Chile ofreciese términos atractivos.

Después, sin embargo, pasó algo desconcertante. Fue como si, igual que en la historia de Peter Pan, la sombra (nacionalista) del presidente se hubiese separado de él y hubiese salido luego en CNN a poner una serie de peros a lo que él había dicho. Así, el presidente afirmó en la cadena internacional que solo vendería gas al vecino sureño si es que era con valor agregado –esto es, si es que se trataba de un gas ya convertido en energía o en productos petroquímicos– y precisó, además, que la “primera meta” del Perú respecto al gas era “la consolidación del polo petroquímico” y el desarrollo y la consolidación del mercado interno.

Todo hace presumir que el presidente sintió que de esta forma cumplía con su nacionalismo. Resulta difícil entender de otra manera por qué querría poner condiciones más difíciles para vender gas a un comprador específico (como se sabe, el Perú ya vende gas natural, sin mayor valor agregado, a varios países).

Si el anterior es el caso, sin embargo, lamentamos tener que decir que estamos ante un nacionalismo un tanto miope. Si Chile puede pagar más que otros por un producto peruano, entonces cuanto más le vendamos a Chile ese producto más estaremos ayudando a la que debería ser la verdadera causa nacionalista: el desarrollo. Y sucede que Chile, quien hoy tiene que importar gas de Argelia, está dispuesto a pagar bastante más que, por ejemplo, México.

Por otra parte, la noción de desarrollar “primero” la infraestructura y el mercado interno gasíferos parece destinada a servir únicamente de tapón del desarrollo. En nueve años de existencia, el mercado interno del gas ha consumido solo 0,95 trillones de pies cúbicos (TCF, por sus siglas en inglés), mientras que las reservas probadas del país son de 24 TCF (y las potenciales, de 60 TCF, según el ministro Merino). ¿Debemos sentarnos en el 99% de nuestro gas mientras desarrollamos la infraestructura para que este pueda llegar a todo el país y la demanda para que se consuma acá la mayor parte del mismo? ¿Y, cómo así vamos a desarrollar esta infraestructura con el minimercado interno que a la fecha tenemos?

El asunto, en realidad, es al revés de como lo plantea el presidente. Debemos aprovechar la gran demanda internacional que tiene nuestro gas para desarrollar la infraestructura gasífera que hoy no poseemos. El gigantesco y costosísimo gasoducto del sur, por ejemplo, solo puede ser financiado y operar a costos competitivos si logra transportar un volumen de gas que excede largamente lo que puede consumir el mercado interno (incluso si se generalizase el consumo de gas en él). Sin embargo, instaurar una planta de licuefacción para exportar gas a Chile podría justificar el desarrollo de este gasoducto de idéntica manera en que fue el proyecto de exportación de la planta de licuefacción en Melchorita lo que hizo económicamente viable la construcción del único gasoducto que a la fecha tenemos.

En otras palabras, es la demanda la que le da valor a los recursos y hace desarrollarse a las industrias, de la misma forma en que es la lluvia la que hace crecer a las plantas. Uno no pregunta de dónde viene la demanda para saber si aprovecharla, por el mismo motivo por el que uno no pregunta de dónde vinieron esas nubes que traen la lluvia para saber si cosechar o no. Y, ciertamente, uno no dice que aprovechará la lluvia de cierto tipo de nubes “más adelante”, porque uno nunca sabe si esas nubes volverán. ¿O es que, por ejemplo, la demanda que pueda tener nuestra eventual petroquímica no podría verse seriamente afectada cuando Estados Unidos comience a exportar la energía derivada del mucho más barato ‘shale gas’?

En suma, en este como en tantos otros temas nos iría muy bien si es que el presidente se adhiriese a ese lado suyo que ha dado tantas muestras de querer ser abierto y moderno, y si logra que su sombra lo siga.