En su presentación de hoy ante el Congreso, el flamante primer ministro tiene una oportunidad dorada, y tanto el Gobierno como el país necesitan que la tome.
Las poco satisfactorias explicaciones que dio hace dos días el presidente sobre el escándalo López Meneses han dejado sin respuesta a las mismas inquietantes preguntas que recogíamos en nuestro editorial del domingo y que ahora repetimos: ¿Qué clase de servicios estaba dando, a cambio de los beneficios que recibía, el señor López Meneses? ¿Quién era el usufructuario último de estos servicios? Y ¿como parte de qué plan los usufructuaba?
El Gobierno no debe subestimar el poder desestabilizador que este asunto puede tener si todas las sospechas simplemente quedan flotando en el ambiente por el resto de su mandato. Y cuidado que no hace tanta diferencia en este sentido la dirección en que vayan dichas sospechas. Tanto si quien estaba utilizando los servicios de López Meneses era un poder ajeno al del presidente, pero con suficiente fuerza como para movilizar a varios de los más altos cargos de la policía (además de, según parecería, a un ex jefe del Comando Conjunto), como si lo era el propio Gobierno, las noticias no son buenas para la democracia, ni, por lo tanto, para la estabilidad y el crecimiento.
Por otro lado, no hay que olvidar que estas noticias no han llegado en buen momento. La confianza y la inversión –y, consiguientemente, las posibilidades de continuar con la inclusión– venían reduciéndose en el país ya desde antes de esto, cabiéndole también mucha responsabilidad al Gobierno en ello.
Aparentemente, más allá de algunos puntuales meritorios intentos de reforma como la del servicio civil, el plan gubernamental era básicamente administrar la inercia favorable que había heredado, sin arreglar ninguno de los problemas de fondo que también recibió, mientras los buenos técnicos que tiene hacían de arqueros en sus respectivos sectores para ir evitando las metidas de pata más grandes.
Y así, mientras que en el país hay una brecha de infraestructura de transportes de US$20.935 millones, el Gobierno ha concesionado en sus dos años y medio en el poder únicamente un (1) proyecto de este rubro (un tramo vial). Por otro lado, a medio gobierno seguimos teniendo una situación en la que, según lo ha denunciado AFIN, construir los proyectos suele demorar menos años que la etapa de permisos necesarios para iniciarlos; ello, pese a las reiteradas declaraciones de toma de conciencia del gigantesco problema que, por enredada, repetitiva e irracional (además de por la corrupción que fomenta) significa nuestra sobrecarga de trámites burocráticos. Por su parte, la reforma meritocrática de la educación sigue atorada y con nuevas demoras anunciándose constantemente. Y en seguridad, en fin, el tema solo se ha deteriorado cada día más sin que el Gobierno encuentre, al parecer, la forma de dar pie con bola (o, para el caso, de gastar más de un cuarto del presupuesto de inversión del Ministerio del Interior en los diez primeros meses de este año). Y eso, por nombrar únicamente cuatro ejemplos significativos.
Pues bien, considerando todo esto, ahora que la inercia favorable se acabó, el riesgo es que el Gobierno acabe simplemente administrando la nueva inercia, la de la desaceleración, hasta el 2016 (y una inercia de desaceleración que ha sido agravada por este último escándalo). Es decir, el riesgo es que el resto del gobierno de Humala se parezca a un globo que, sin mucho ruido pero con constancia, vaya todos los días desinflándose un poco más.
Este es el peligro que el nuevo primer ministro tiene que evitar si no quiere acabar siendo parte del desinfle. Para ello, tiene dos grandes retos por delante. Empujar la creación de una comisión investigadora integrada por las figuras más serias de la oposición que investigue el caso López Meneses y dé respuesta pública a las tres preguntas antes planteadas. Y trazar una agenda de reformas concretas que devuelvan la confianza en el futuro de nuestra economía y nos haga rebotar de la inercia del desinfle a la del crecimiento acelerado.
El presidente Humala ha declinado implícitamente liderar ambas tareas. Considerando esto, junto con el capital político que le da la carta de una eventual renuncia suya en las actuales circunstancias, el primer ministro tiene las herramientas para liderar, despejando la cancha. Por el Gobierno y por el país, entonces, hoy debe hacer lo que hacen los jugadores que valen y salir a comérsela.