En los años ochenta los estadounidenses tuvieron sus “reaganomics” y los ingleses sus “thatchernomics”. Ahora, al parecer, es nuestro turno: el presidente de la Confiep, Alfonso García Miró, ha comentado que el modelo peruano de desarrollo fue bautizado –y celebrado– en la cumbre APEC de este año como “inclunomics”; algo así como “economía de la inclusión”.
El nombre es justo, desde luego, si con él se quiere resaltar la manera como nuestra economía ha logrado en los últimos años incluir a un número de peruanos sin precedentes en los beneficios de una vida con condiciones materiales cada vez mejores. Sin embargo, se trataría más bien de un perjudicial error, si lo que se quiere decir con él es que esta “inclusión” se ha logrado básicamente por medio del protagonismo del gasto estatal.
Lamentablemente, este último parece ser el entendimiento del presidente Humala, quien declaró en la mencionada cumbre que están en un “error” quienes creen que el crecimiento económico genera per se desarrollo, poniendo como ejemplo de esto cómo en los últimos diez años el Perú ha duplicado su PBI, mientras que “al igual que el resto de Latinoamérica, tenemos una de las mayores desigualdades del planeta”. Todo lo cual volvería “fundamental –siempre según el presidente– la redistribución de ese crecimiento económico” por medio del “rol del Estado”.
Naturalmente, nosotros no seremos quienes discutiremos, mientras aún haya pobreza, la importancia de que existan niveles de redistribución si es que van a servir para que, por ejemplo, pueda haber cosas como buena alimentación, salud y educación para todos los peruanos. Pero de ahí a creer que ha sido el Estado, y no el crecimiento per se, lo que ha generado la mayor parte de la “inclusión” peruana de los últimos tiempos, hay un salto gigantesco. Y creemos, de hecho, que vale la pena demostrar cómo ese no es el caso, aunque solo sea para que en el futuro nadie caiga en la tentación de pensar, como tantos de nuestros gobernantes pasados, que es manejando bien un cuchillo de torta –en lugar de buscando que esta sea más grande– como se puede enriquecer a un país.
¿Por dónde comenzar? Pues acaso por lo más obvio: son pocos los beneficios en los que, al menos hasta la fecha, el Estado Peruano puede incluir a alguien porque, también al menos hasta la fecha, es muy malo prestando la mayoría de los servicios que da. Así, seguimos a la cola de las evaluaciones internacionales sobre comprensión lectora y razonamiento matemático, casi la mitad de los equipos de nuestros hospitales públicos necesita reemplazo o reparación, tenemos el segundo índice más alto de victimización por criminalidad en Latinoamérica, y esta semana hemos vuelto a ver cómo el programa bandera de la lucha contra la desnutrición continúa teniendo serias fallas logísticas que hacen que termine intoxicando a muchos de los que pretende apoyar.
¿Por dónde seguir? Pues viendo el argumento del mismo presidente: el ejemplo de la persistencia de la desigualdad en el Perú en los últimos diez años es falso. De hecho, en los últimos diez años la desigualdad ha disminuido en el Perú. Al menos según el coeficiente de Gini, nuestra desigualdad fue de 0,54 puntos en el 2002, mientras que hoy es de 0,46. Y, como ha demostrado un estudio realizado por Gustavo Yamada y otros economistas, las transferencias directas del Gobierno solo han contribuido con un 25% de esta reducción, mientras que la evolución de los ingresos laborales es la responsable de explicar el 75% restante.
¿Por dónde continuar? Pues acaso simplemente recordando que solo en la última década 10 millones de peruanos han ingresado a la clase media (conforme al BID). Un número imposible de explicar –ni de cerca– con todas las transferencias juntas de todos los programas sociales que el Estado ha tenido desde entonces hasta ahora, pero que, en cambio, encaja muy bien con hechos como que, en el mismo período, se hayan creado casi 5 millones de nuevos puestos de trabajo formal.
¿Por dónde finalizar? Pues recordando que el crecimiento es, por definición, inclusivo: más allá de un punto, no se puede aumentar el número de bienes y servicios que produce un país sin que también aumenten en él los puestos de empleo y, por lo tanto, los ingresos de las personas. Y, tal vez de forma más relevante para un país de emprendedores como el Perú, tampoco se puede aumentar la producción de un país sin aumentar con ello las oportunidades para hacer negocios en él: toda esa nueva producción, por ejemplo, necesita de proveedores de insumos, de comercializadores, de prestadores de mil y un tipos de servicios, etc.
Enhorabuena, pues, por nuestras “inclunomics”, pero siempre y cuando a todo el mundo quede claro que es sobre todo a causa de que crecemos que incluimos, de modo que nadie pueda tener la tentación de confundirse y volver a poner, en algún futuro, la carreta delante del caballo de la economía peruana.