El martes, a raíz de la ola de cuestionamientos por los indicios de que el gobierno podría estar espiando a sus opositores, el primer ministro se vio forzado a tratar de tranquilizar al país. Las palabras que escogió para hacerlo, lamentablemente, no podrían ser más reveladoras del bajo nivel de autoconciencia que él tiene acerca de los errores del propio gobierno. El señor Jiménez declaró: “Somos [] víctima de esta falta de credibilidad que se debe a la mala actuación de muchos políticos y circunstancias anteriores en el país”.

Que el pasado nos ha vuelto desconfiados a los peruanos es innegable. Pero afirmar alegremente que el actual gobierno es una simple “víctima” de la desconfianza generada por malas actuaciones de administraciones pasadas supone una incapacidad sorprendente de ver la viga en el ojo propio. Y es que si alguien ha trabajado arduamente en generar un clima de desconfianza ha sido el propio gobierno del señor Humala.

Para empezar, las respuestas evasivas, enredadas y capciosas del presidente y su esposa frente al cuestionamiento de que el gobierno albergaría un proyecto de reelección conyugal a lo kirchnerista solo han acrecentado los temores ya existentes. En vez de un tajante “Nadine no va a postular”, la primera dama prefiere dar rodeos y el presidente amenazar a quienes hablan del mencionado proyecto diciendo que no “van a evadir la justicia, el juicio del pueblo”. ¿Así se genera confianza?

Ello más aun cuando hay indicios de que el gobierno trabaja en afirmar el camino para algún tipo de esquema continuista. En vez de programas sociales que desarrollen capacidades en los beneficiarios para que generen riqueza por sí solos, se han expandido principalmente los programas puramente asistencialistas que, además de crear dependencia, son un gran negocio para quien quiere ganar puntos en las encuestas. La primera dama, además, tiene una recargadísima agenda de apariciones en eventos donde explota mediáticamente la entrega de esta ayuda. Y la televisión estatal no solo la sigue a donde vaya sino que, además, quiere invertir varios millones en un nuevo canal dedicado a cubrir “actividades oficiales”.

A todo esto se suma la coincidencia entre el inexplicable aumento en más del 700% del presupuesto de gastos reservados de la Dirección Nacional de Inteligencia y las denuncias de espionaje a opositores. Eventos que han sido adornados, además, con declaraciones de ministros que, en el mejor de los casos, dan la impresión de que no tienen claro a qué se dedican exactamente sus subordinados.

Como si esto fuera poco, el presidente se esfuerza en atacar a la prensa libre. Los periodistas críticos, para él, no son más que “gallinazos”. Y los medios son canales de comunicación que exacerban el morbo, “la promiscuidad”, que solo pasan “sangre y dolor” y que deberían en cambio informar sobre lo positivo de su gobierno. El señor Humala da señas de que lo intranquiliza una prensa que escudriña ahí donde a él le incomoda y que no está dispuesta a hacer de mero altavoz del Estado.

Además, olvidando la majestad de su investidura y las formas que por su cargo debería guardar, el presidente trata a sus adversarios de simples “políticos tradicionales”, “sinvergüenzas” y “desesperados por el poder”. Parece, a veces, que quisiera que todos los peruanos pensemos que el debate democrático no puede tener mayor nivel que el de una trifulca de esquina. Sus palabras, asimismo, como bien apuntó Diana Seminario el domingo pasado en este mismo Diario, nos hacen recordar al discurso de Fujimori, quien se dedicó a deslegitimar a los partidos para luego destruirlos y nos hacen pensar que, quizá, el trato despectivo viene con segunda.

El principal responsable de la situación de desconfianza existente es el propio gobierno y este hace mal en victimizarse y en echarle la culpa a otros. Si es cierto que, como señala el primer ministro, se trata de “un gobierno joven, que está aprendiendo a gobernar, que quiere hacer las cosas bien”, debería ser consciente de que, habiéndose cumplido casi dos de los cinco años de mandato, ya es hora de empezar a crecer. Y el primer paso hacia la madurez es asumir los errores propios y empezar a enmendarlos.