Puede que el presidente Humala esté preocupado. Y es que ayer se difundieron los resultados de la última encuesta de Datum en Lima Metropolitana que muestra que, desde abril, la aprobación presidencial viene cayendo en picada. Ha perdido 21 puntos porcentuales y llegado al nivel más bajo desde que inició su mandato: solo el 39% de los encuestados aprueba su trabajo.
No obstante, como de todo lo malo se puede sacar algo bueno, el gobierno debería aprovechar estos datos para mirar hacia atrás (por lo menos a inicios de abril, cuando tenía 60% de aprobación) y analizar con qué tipo de piedras se tropezó en los últimos meses.
Para empezar, debería aprender que toda persona tiene miedo a que le toquen el bolsillo. Y este miedo es mayor entre los peruanos que vivieron la crisis económica de las décadas de 1970 y 1980, pues, probablemente, no hay nada que asuste más que repetir una espantosa experiencia. Por eso, para muchos compatriotas, no pudieron ser más desalentadoras las señales que envió el señor Humala a fines de abril. Por un lado, aprovechó el Foro Económico Mundial sobre América Latina para declarar que quería reorientar el modelo económico hacia uno que aprenda del estatismo velasquista. Por otro, como para probar su convicción en lo anterior, en esos mismos días estuvo a punto de impulsar la expansión de la petrolera estatal a través de la compra de los activos de Repsol en el Perú. El miedo a regresar –aunque sea poco a poco– al sistema económico del pasado que descalabró la economía familiar de todos los hogares no podía dejar de tener un efecto negativo en la aprobación del presidente.
Todos sabemos en qué quedó esa historia y cómo luego el ministro Castilla anunció varias medidas para recuperar la confianza. Pero, aparentemente, no fue posible reparar todo el daño .
A este asunto, además, se le sumaron varios otros que le hicieron experimentar a los peruanos una suerte de ‘déj à vu’ respecto de otra década. Nos referimos a las señales de que el gobierno podría haber estado coqueteando con la idea de implementar un plan autoritario y de perpetuación en el poder. Primero, la innecesaria demora para descartar que la primera dama habría estado buscando la manera de sortear la prohibición que le impide postular a las elecciones del 2016 (lo que se agravó con las denuncias de que, supuestamente, se habrían usado recursos públicos para aumentar su popularidad). Luego, las acusaciones –que el gobierno enfrentó torpemente– de que se estaría utilizando a la Dirección Nacional de Inteligencia para espiar a periodistas incómodos y opositores políticos. Y, además, la insistencia de implantar un servicio militar obligatorio y discriminatorio, utilizando para ello argumentos que hacían pensar que para el presidente los jóvenes serían solo recursos de los que él puede disponer a su antojo.
Finalmente, el gobierno no ha logrado generar confianza en otro tema clave: la seguridad. Cosa que no extraña, partiendo de que recién en mayo –y luego de un buen período de negación– el ministro del Interior reconoció que este problema era real y no una falsa percepción de la ciudadanía. Por eso, un 87% de los encuestados se siente inseguro en las calles y un 52% desaprueba la labor del señor Pedraza.
En buena cuenta, en los últimos meses las acciones del presidente y sus ministros han tocado distintas fibras que gobiernos pasados dejaron muy sensibles en el país: sensación de inestabilidad económica, riesgo de enfrentar un proyecto autoritario y reeleccionista, e inseguridad ciudadana. Y es de la mayor importancia que no se vuelvan a dar las señas equivocadas en estos temas, entre otras cosas porque la popularidad es una suerte de línea de crédito que usa el presidente a fin de conseguir el apoyo para impulsar las reformas que el país necesita. Por ejemplo, la implementación de una reforma tan estructural y esencial (y que tanto ha costado pasar) como la del servicio civil, o la que se pretende realizar en el sistema de salud.
El gobierno últimamente ha dado muestras de que quiere hacer bien varias cosas. Ojalá sepa cuidar su línea de crédito para que, por el progreso del país, pueda realmente hacerlas.