La economía venezolana está enferma y uno de los síntomas más severos que presenta es la fiebre de la inflación (la inflación anual acumulada a octubre de este año superaba ya el 54%).
Para combatir esta enfermedad el gobierno chavista ha recurrido al fino discernimiento económico del que siempre ha dado muestras –aunque Maduro está superando en ello aun a su líder y creador– y ha encontrado un medio directísimo para detener esta fiebre: meter el dedo en el termómetro y bloquear así la subida del mercurio. En efecto, el pasado viernes Maduro ordenó la ocupación de una cadena de electrodomésticos para obligarla a vender sus productos a un “precio justo” (que en varios casos significaba una rebaja de hasta 50% sobre el precio de mercado de los bienes), y luego ha propiciado que se intervengan varias empresas más del giro, también bajo la acusación de “usura en sus precios”, deteniendo y dando órdenes de captura contra numerosos de sus directivos. Siguiendo las órdenes de Maduro, las “milicias bolivarianas” (que fueron creadas en el 2005 por decreto presidencial y que básicamente representan a los militantes armados del chavismo) han “apoyado” todo el proceso de tomas.
Entonces, de ahora en adelante las tiendas ocupadas solo podrán vender a los “precios justos” que decida el Gobierno. Habrá, pues, “temperaturas” de precios que ya no podrán ser marcadas. Y muerto el termómetro, se acabará la fiebre. O al menos con eso parece estar contando Maduro.
Todo apunta, sin embargo, a que la realidad decepcionará una vez más al presidente bolivariano –y, desafortunadamente, también a los venezolanos que le hayan creído que de esta forma logrará controlar la inflación–. Y es que la inflación no es una especie de geniecillo maligno que vive adentro del termómetro de los precios, como Maduro da señales de pensar. La inflación solo refleja una serie de fenómenos que están afuera de este termómetro y que no dependen de la existencia de este para seguir su curso. Entre estos fenómenos destacan la emisión inorgánica y la escasez generada por los controles de precios y por el desincentivo a la inversión. Tres prácticas en las que el Gobierno Venezolano ha incurrido sistemáticamente sin que ninguna de sus actitudes haga pensar que dejará de hacerlo en el futuro.
En nada cambian el fondo de lo anterior los casos –en los que se escuda Maduro– de algunos empresarios que están aprovechando los dólares baratos que les vende el Gobierno (al estilo de nuestros recordados dólares MUC del primer gobierno de García) para luego vender lo que importan a precios que no tienen en cuenta este subsidio gubernamental y que son, por tanto, mucho más elevados de lo que podrían. Los precios están subiendo en Venezuela en los casos de estos empresarios y en los de todos los demás también.
¿Qué se puede esperar que haga Maduro ante la cada vez más desbordada situación? Pues no hay necesidad de especular para saberlo: ayer (luego de la sospechosa vacancia de una diputada de oposición y su oportuno reemplazo por una persona que votó con el Gobierno) la Asamblea Nacional aprobó en primera votación dar a Maduro el poder de gobernar por decreto a la usanza de su antecesor, y el presidente ya ha d icho que usará esos poderes para profundizar “su guerra económica” contra “los usureros”, extendiendo los controles de precios venezolanos de los 19 sectores en que ya existen a varios más (o, por qué no, a todos). Adicionalmente, pondrá topes a las ganancias que las empresas venezolanas puedan tener. Es decir, por un lado, seguirá empujando hacia abajo el mercurio con el dedo, mientras, por el otro, alimentará aun más las razones que crearon la fiebre en primer lugar.