Son dos las enseñanzas de Cristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para los que creemos en Él, si ambos mandamientos se cumplieran habríamos logrado una sociedad justa.

La muerte de Jesucristo, conmemorada en Semana Santa, es para recordar su sacrificio. Su destino inexorable era inmolarse para borrar los pecados de la humanidad y abrirnos las puertas de la vida eterna. Su muerte dejó un proyecto con connotaciones humanistas.

Por esta razón los cristianos debemos construir una sociedad sustentada en valores que permitan la realización plena del ser humano. Esos valores deben ser practicados por los creyentes a fin de que se cumpla el enunciado del amor al prójimo. Si amamos a nuestro prójimo, debemos respetar su plena libertad, aquella que permite realizarnos superando los mecanismos de opresión que impiden el desarrollo pleno de nuestra dignidad.

El filósofo Immanuel Kant tiene una frase que resume esta relación entre libertad y dignidad: “Solo las cosas tienen precio, los hombres no tienen precio porque tienen dignidad”. La dignidad es un valor, y ser dignos significa valorarnos por el mero hecho de ser personas, creyentes o no. La dignidad consiste en que consideremos a nuestro prójimo como fin en sí mismo y no como medio al servicio de otros.

En la historia de la humanidad podemos advertir una constante lucha por la dignidad, y esta dignidad se afirma a través de la justicia necesaria para alcanzar la paz. Si amamos a nuestro prójimo, tenemos que construir una sociedad a partir de la libertad, la dignidad y la justicia social.

Una sociedad es justa cuando se sustenta en dos principios: el de no arbitrariedad y el de simetría. La sociedad no arbitraria es aquella que se organiza para que no haya abuso del poder, por eso es necesario que los pueblos vivan en democracia y no en dictadura. Esta última es la máxima expresión de la arbitrariedad, ya que en ella la voluntad de un individuo se impone a la fuerza sobre la voluntad de los demás y de las leyes.

El mensaje de Cristo está referido principalmente al desarrollo pleno de nuestra espiritualidad, a buscar esta perfección. Un camino difícil sin duda, pero uno que constituye una meta para mejorar la condición humana.

Pero también debemos mejorar nuestra condición material y es aquí en donde la economía juega un rol fundamental. Ella debe estar orientada a que todos los peruanos tengamos acceso a satisfacer nuestras necesidades básicas. Esto debe hacerse respetando las leyes de la naturaleza y protegiendo nuestro medio ambiente.

Ni el poder ni el dinero son malos en sí mismos; son una dimensión de la vida humana. La cuestión es cómo utilizamos estos medios para que las personas puedan realizarse plenamente, sin que “el hombre sea lobo del hombre” y sin “que el poder corrompa”.

La Iglesia, a través del cónclave cardenalicio, ha elegido a un nuevo Papa que ha tomado el nombre de Francisco en honor a San Francisco de Asís, una de las máximas expresiones de humildad y de amor al prójimo. Él amó a su prójimo como amó a la naturaleza y colocó con su comportamiento a Dios sobre todas las cosas. Igualmente, la carta encíclica “Populorum Progressio” de Pablo VI, promulgada en marzo de 1967, marca las pautas para que el progreso de la humanidad se logre con justicia social. Esta encíclica es una de las más grandes expresiones para la búsqueda de la justicia entre los seres humanos, una justicia en la que los valores deban guiar el comportamiento humano y en la que también el poder y la riqueza se tengan que adecuar a estos valores.

El Perú vive en un mundo globalizado y permanentemente en proceso de cambios políticos, socio-económicos, culturales, científicos y tecnológicos. Es una sociedad en donde la mayoría de personas es católica y es una sociedad que debe progresar. Sin embargo, nuestro progreso no tendría sentido si no se orienta en función a los valores, teniendo como principio y norte de nuestras vidas el amor al prójimo. Solamente de esta manera tendremos un progreso cristiano y humano, porque el progreso sin humanismo será siempre injusto.

La pasión de Cristo puede entenderse desde diversos ángulos, pero esta se cumplió para que reflexionemos sobre nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo. Que esta Semana Santa sea para todos un momento de profunda reflexión sobre nuestro destino personal y como sociedad y que reine la solidaridad entre nosotros para construir una sociedad con valores. De esta manera nos acercaremos más al ideal de la vida cristiana.

Es nuestro firme deseo.