Aunque parezca paradójico, existe una forma con la que el señor Villanueva podría capitalizar, al menos parcialmente, toda la complicada situación generada por el escándalo López Meneses.
A todos nos queda claro que el señor Villanueva no llegó al gobierno con carta blanca (ni mucho menos) para realizar todos los cambios que él considerase necesarios para relanzar a este desgastado gobierno. Como ya es su costumbre, diese la impresión que el presidente usó la banda ministerial para amarrarle las manos al primer ministro en vez de para investirlo del poder que su alto cargo requiere. De hecho, el señor Humala parece no haberle dado la oportunidad al señor Villanueva de cambiar a ministros claves y no esperó ni siquiera que este último esté completamente instalado en su oficina para desautorizarlo declarando que quien realmente gobierna el Perú es su familia.
El último escándalo político, no obstante, ha puesto al primer ministro en una situación interesante. Una eventual renuncia de este último podría ser interpretada como que él –que hoy se encuentra en el centro mismo del gobierno– cree en su fuero interno que los tentáculos del montesinismo han atrapado a las más altas esferas del Estado. Y este sería un golpe demasiado duro para el señor Humala. Todo esto le da un gran poder de negociación al señor Villanueva, quien debería utilizarlo para obtener del presidente las facultades para formar un Gabinete que, por un lado, permita recuperar la confianza en que realmente nos gobierna un partido honesto y con vocación democrática y, por otro, que realice las reformas que son necesarias para evitar la desaceleración económica del país, para seguir reduciendo la pobreza y para combatir la inseguridad ciudadana.
El primer ministro debe ser consciente de que, si no aprovecha esta oportunidad para exigir el poder de hacer cambios, más le valdría ir comprando un pasaje de vuelta a San Martín. Primero porque, después de todo, las renuncias de Pedraza, Villafuerte y las remociones de varios generales no han calmado a nadie. Si el señor Villanueva no tiene la capacidad de reemplazar por gente sin cuestionamientos al ministro del Interior, al ministro de Defensa, a sus viceministros y a todos los funcionarios potencialmente involucrados en relaciones con el montesinismo, le será imposible recuperar la confianza del país. Y él, finalmente, será recordado como un títere más de la ya amplia colección de la familia presidencial. Si es que antes, por supuesto, no se convierte en la cabeza del primer Gabinete al que después de décadas el Congreso le niega su confianza.
Además, el señor Villanueva debe aprovechar esta oportunidad para exigirle al presidente que le deje reforzar a su equipo ministerial, ya que, entendemos, él aceptó el encargo de encabezar el Consejo de Ministros porque quería marcar una diferencia. Y esto último será imposible mientras sigan liderando varios de los ministerios funcionarios a los que claramente les queda grande el puesto. Por ejemplo, ¿qué se puede avanzar en el tema de seguridad con ministros del Interior y de Defensa que ni siquiera son capaces de ejecutar la cuarta parte de sus millonarios presupuestos de inversión? ¿O cómo así se puede seguir creciendo al mismo impresionante ritmo de la última década si no se solucionan los cuellos de botella de infraestructura que restringen nuestras exportaciones, las trabas burocráticas que impiden la operación de los negocios o las regulaciones laborales que impiden que más trabajadores se incorporen a la formalidad?
Todavía no hemos visto el final de la historia del escándalo López Meneses. Pero el primer ministro debería apostar por lograr que se aclare esta situación, por recuperar la confianza de la ciudadanía y por hacerse de un equipo que evite que el “milagro peruano” pierda lo milagroso durante este gobierno. Frente al señor Villanueva ha parado un tren que le podría permitir llevarnos al destino correcto y lo más probable es que no vaya a regresar de nuevo. Ojalá y no lo deje pasar.