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VANESSA ROMO

La historia comienza hace cuatro años, cuando a las manos de Juan Luis, de 9 años, llega “Clemencia, la vaca”. Era un libro pequeño, lleno de dibujos y una historia que no dejó hasta terminarla. Pero no lo hizo por obligación. El profesor no los había dejado leerlo solos y en silencio como otras veces, sino que lo leyeron juntos, lo entendieron juntos. “Los libros servían para divertirnos”, descubrió Juan Luis, el niño cusqueño de ojos amables que se agrandan cuando lee.

Frente al nevado Pitusiray, en la comunidad de Banderayoc, Juan Luis y sus cuatro hermanos menores no saben qué es una vida sin historias. Su madre Agustina les tiene esta tarde una leyenda que le contaba su madre de niña, sobre un ave y un zorro. Su padre Feliciano les cuenta que pronto estarán listos los cuartitos que ha construido con adobe y paja para que cada uno tenga un lugar donde estudiar. A 3.900 metros de altura, la felicidad para Juan Luis es su presente.

UN TRABAJO DIARIO Para que la historia de Juan Luis exista, hace cuatro años se comenzó un trabajo fuerte y diario en la provincia de Calca, a más de una hora de Cusco. Trece colegios, tanto urbanos como rurales, fueron los escogidos para cambiar la pobre realidad de la comprensión lectora: en promedio, solo 28 de cada cien niños entendían lo que leían en Calca.

Daniel Yépez, asesor nacional en Niñez y Educación de la ONG World Vision Perú, cuenta que ahora son 71 de esos 100 los que comprenden lo leído.

“Hay que entender que cada niño es un agente de cambio y que no es una víctima; solo necesita oportunidades”, dice Yépez.

Bajo esta premisa, World Vision conversó con la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) de Calca para empezar con ludobibliotecas en los colegios, espacios amigables para que los niños pierdan el temor al libro. “Lo que hemos logrado es que al niño le guste lo que lee y, por consecuencia, lo entienda”, dice Dennis Huayhua, director de esta UGEL .

La capacitación de profesores con estrategias de animación a la lectura fue el primer paso a fines del 2008; luego siguió el compromiso de las autoridades locales con proyectos como el Festival de la Lectura y lo más importante, el papel de los padres en este cariño del niño al libro.

“Los papás nos preguntaban cómo iban a enseñarles a leer si muchos de ellos no sabían hacerlo”, dice Marisol Maldonado, educadora de la ONG. “Cuéntale a tus hijos la historia de cómo se enamoraron en la chacra, de las leyendas de tu pueblo”, les decía.

Los papás asumieron tanto la responsabilidad que incluso destinan un porcentaje de la cuota de Apafa para comprar libros. Por eso, ahora que acabó el proyecto con la ONG, la UGEL extenderá la experiencia a otros 111 colegios.

LOS CUENTOS SIN FIN En las alturas de Calca, la fría escuelita de Chaipa es un lugar feliz. Aunque algunos padres se rehúsan, los niños van con sus trajes de mostacillas e hilos de colores, típicos de la zona, para que aprendan a estar orgullosos de lo que son.

Aquí aprenden leyendo en quechua y en castellano. Para entender también teatralizan sus historias.

A una hora de Chaipa, en el colegio San Román de Calca, el timbre del recreo ha sonado. Ruby y sus 9 años corren felices hacia la biblioteca. Agarra un libro ilustrado de Julio Ramón Ribeyro y lo abraza como a una muñeca. “Yo tele no veo mucho. Más me gusta leer”, dice y se echa sobre la alfombra, apoya los codos en el suelo y se pierde entre las páginas coloridas.

“La idea de ir a la biblioteca como castigo ya no existe aquí. Incluso a mis alumnos les he pedido que lean 15 minutos antes de dormir. El otro día vino una madre a decirme que su hijo simplemente no va a dormir si no lee”, dice la profesora Elvira Cáceres.

En Banderayoc, el cuento de Juan Luis continúa. Muestra orgulloso “El viejo y el mar”, el libro de Hemingway que leyó en dos días. Ya ha comenzado con “Mi planta de naranja lima”. Pero este cuento no tiene final. Es decir, la historia del niño de los ojos amables y su amor por la lectura ya no tendrá fin, felizmente.

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