MARISOL GRAU

Dos veces al año, rumbo a Pucallpa, Juliane Koepcke repite la misma ruta de aquel fatídico avión de Lansa que se precipitara a tierra en diciembre de 1971. La única sobreviviente del accidente, en el que murieron 92 personas (su madre entre ellas), aún tiene miedo de volar. Sin embargo, asegura que es lo que debe hacer para llegar a Panguana, área de conservación privada (ACP) en el distrito de Yuyapichis, Huánuco, un paraje que ella busca proteger de la extracción informal de oro, que destruye cada vez más biodiversidad.

Aunque no le gustan las entrevistas, usted ha decidido divulgar su preocupación por el avance de la minería ilegal en los bosques huanuqueños. Luego del accidente no quise saber nada de la prensa hasta el año 1998, cuando hice el documental con el director alemán Werner Herzog. Comprendí que eso era parte de mi vida, aunque siempre he intentado escapar de aquellos pensamientos. Ahora mi misión es evitar que se destruya el medio ambiente selvático.

¿La extracción aurífera es lo único que le preocupa? También la amenaza que representan las carreteras, ya que son el principio del fin para el bosque. Lo noto cuando voy por la carretera Marginal desde Pucallpa a Panguana. Desde que se construyó en los años 80 la naturaleza ha ido desapareciendo. Otro problema son las compañías reforestadoras. Tumban los árboles, sacan la madera y luego siembran una sola especie, la bolaina.

Pero las actividades mineras informales generan más presión. Desde 1950 llega gente a la zona en busca de oro. Sin embargo, los precios del oro, cada vez más altos, incentivan la minería informal. Resulta difícil controlar esas zonas lejanas, nadie vigila.

La ausencia de autoridades debilita la fiscalización. El caso de la compañía china [Shuanghesheng Mining Group, del ciudadano Yi Yanguang, investigado por sus vínculos con la minería informal], que ha solicitado varios petitorios mineros a lo largo de los ríos Pachitea y Yuyapichis es algo completamente nuevo. Nunca hemos sentido ese temor de que dentro de poco podría desaparecer todo. Esa forma agresiva de meterse en los terrenos sin respetar la ley es preocupante. Además, [los mineros informales] prometen ayuda y desarrollo a la gente local. Quisiera que las autoridades tuvieran más valor para detener a esta gente. El Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) debería ocuparse. Si bien tiene el ánimo, le hacen falta fondos. Y si uno ve cómo actúa el Gobierno Regional de Huánuco a través de su Dirección de Energía y Minas, pues pierde la esperanza.

Usted le envió una carta notarial al director de Minería de Huánuco en la que le pedía cancelar aquellos petitorios que se sobreponían a su reserva. No sentimos ningún apoyo, al contrario. Pareciera que el señor estuviese ligado a la compañía china por como se expresa [en su carta de respuesta].

La compañía china a la que se refiere, Shuanghesheng Mining Group, señala en una carta al Ministerio del Ambiente que pretendía construir una vía. Se dieron cuenta del interés que tienen las comunidades nativas vecinas por construir una carretera. Hace años ya venimos lidiando con eso. Ellos querían que se ubicara en el límite de Panguana sin zona de amortiguamiento. Esto acabaría con el área natural, pues elimina la posibilidad de que los animales se desplacen. Antes de que comenzara el problema por la compañía china [pretendían ingresar en la zona maquinaria pesada], propusimos hacerla por el otro lado del río Yuyapichis. Incluso me ofrecí a apoyar económicamente.

La lucha es constante… Es un problema que nunca termina. He conversado varias veces con los jefes de las comunidades, quienes hablan de una manera muy inteligente sobre la naturaleza selvática cuando están solos. Siempre nos hemos llevado bien con los vecinos y las autoridades. Lo malo es que cada vez que hay elecciones estas cambian y debemos empezar todo de nuevo. Con el alcalde de Yuyapichis al principio nos llevábamos muy bien, pero ahora también insiste en construir la carretera. Es difícil ponerse de acuerdo con todos.

Pero es muy natural que la gente local desee mayor y mejor infraestructura. Lo comprendo, pero hay alternativas, como programas que pagan por conservar el bosque. La Amazonía es lo más importante que tenemos. Siempre hemos pensado que aquí la situación no es tan grave y que la destrucción no avanza tan rápido. Sin embargo, el humo producto de la quema y tala de árboles en tiempo de verano oscurecen el sol y la luna, y cuando llueve huele a quemado a pesar de que ocurrió a kilómetros del lugar. La minería ilegal destruye más rápido el ecosistema. Cuando me enteré de que habían tratado de ingresar maquinaria pesada en el área no podía dormir. Estaba desesperada en Alemania. Por motivos de trabajo no podía venir.

¿Es posible ocuparse de estos problemas desde tan lejos? Carlos Vásquez , o ‘Moro’ como lo llamamos de cariño, es el administrador de Panguana y vive ahí con su familia. Tiene un compromiso personal con el lugar. Cuando mi papá llegó a la zona era solo un adolescente. Me ha dicho que lucharemos hasta el final.

Incluso usted pidió ayuda al principado de Baviera. La princesa Auguste de Baviera es doctora en Biología. Se enteró de Panguana mediante un artículo. Como es muy influyente en Alemania pensamos que su apoyo era importante. Aceptó gustosa escribir una carta junto con su hermano dirigida al presidente Humala.

Lo que sea para proteger Panguana. Ese bosque me salvó la vida [el avión de Lansa se estrelló a 50 km de Panguana] y gracias a lo que me enseñaron mis padres pude sobrevivir. Hay un vínculo muy fuerte porque, además, soy bióloga y he estudiado ese ecosistema. Basta ver cómo la extracción de oro ha destruido Madre de Dios para querer detenerla y sentirme más comprometida. Muchos pensarán que pierdo la paciencia y dejo todo [al volver a Alemania]. Pero es al revés, me da más fuerza. Nunca dejaré Panguana.

“RECUERDO EL ACCIDENTE COMO SI HUBIESE SUCEDIDO AYER” Se ha escrito mucho, se han hecho documentales y hasta una película sobre su historia. ¿Qué la animó a publicar su autobiografía en el 2011? Mucho de lo que contaron no era verdad, al principio eso me molestaba bastante. Desde un comienzo quise relatar mi versión. Me mudé a Alemania después del accidente, un país nuevo para mí, y no tuve fuerzas. Después lo pospuse por el trabajo. En el 2009 ocurrieron dos accidentes aéreos horribles, uno de ellos el de Air France. Siempre que ocurre algo grave me llaman, en tiempos de Internet resulta imposible esconderse. Entonces, di una entrevista extensa a una revista alemana, hice contactos y me ofrecieron publicar un libro. Este salió justo al cumplirse 40 años del accidente, una fecha importante para mí. Hasta ahora estamos buscando una editorial en el Perú para publicarlo. Asimismo, cuento sobre mi labor de conservación en Panguana.

¿Después de tantos años aún recuerda con claridad lo que sucedió aquella tarde del 24 de diciembre? Recuerdo el accidente como si hubiese sucedido ayer, todo eso está presente. Para hacer la autobiografía revisé bastante información, leí las cartas que recibí y los artículos que se publicaron. Los colecciono todos en unas cajas grandes. Además, la hermana de mi papá murió y ella conservaba muchas cartas que él le escribió en esa época. En “Ímpetu”, una revista de Pucallpa, hallé una edición especial sobre la búsqueda del avión y los cadáveres. Eso fue nuevo y muy doloroso. Lloré cuando lo leí.

¿Cree que eso la ayudó? Fue como una especie de terapia. Me permitió entender varias cosas, como por ejemplo la forma en que mi papá se comportó. Él no habló conmigo sobre el accidente, solo tocó el tema una vez.

Su padre jamás volvió al Perú después del accidente. Me dijo que volveríamos juntos más adelante, pero no tuvo la fuerza. Murió en el 2000. Él y mi mamá formaban una pareja casi simbiótica, no podían estar el uno sin el otro. Mi padre hubiese preferido morir en lugar de ella. Fue una época muy dura. Yo regresé en 1977 por primera vez para hacer mi tesis de bachillerato.

¿Cómo se sintió aquella vez? Fue raro, pero me sentí cómoda en Panguana. Allí me siento más en mi casa que en Alemania. Aunque me gusta convivir entre ambos mundos.

Ha dicho que para seguir adelante hay que vencer el miedo. ¿Aún teme volar? Cuando el vuelo es tranquilo, no. Si se mueve mucho, veo nubes grandes o relámpagos, me pongo nerviosa y me sudan las manos. A mi esposo tampoco le gusta volar, así que no podemos ayudarnos mucho.

Su esposo la acompaña en su aventura de conservación en Panguana. Es entomólogo, trabaja con insectos, avispas y hormigas. Le encanta Panguana. Estuvo por primera vez cuando hicimos el documental con el director alemán Werner Herzog en 1998. Desde entonces ha vuelto conmigo siempre.

Al llegar a nuestro país imagino que le resulta inevitable recordar a su madre y tiene sentimientos encontrados… Claro, ella era una bióloga de todo corazón. Videntes me decían que se habían contactado con ella, era muy extraño.

Pero más raro es sobrevivir a un accidente de avión. Por eso Panguana es una misión, una pasión y una ocupación. Es un sitio especial.