Por: Fernando González Olaechea

Sentado sobre una silla de plástico, Franti G. recuerda sus borracheras menos como hazañas, que como eventos lejanos, casi ajenos. Habla rápido y de manera frontal, y al hacerlo usa los brazos. Una cicatriz de unos diez centímetros cruza su antebrazo derecho. Cuando escucha la pregunta sobre el origen de la herida que ya está cerrada, parece abrirse otra, más profunda. Su voz se hace grave y lenta. “Siempre digo que fue en un accidente, pero, en verdad, me la hice borracho”, dice y calla. Baja la mirada hacia el antebrazo. “Casi pierdo el brazo”, agrega. Pasa la mano por encima, como calmando un dolor.

Fue en una discusión hace seis años con su enamorada. Aquella que un par de años después sería su esposa y que lo dejaría durante el primer año del matrimonio por su afición a la bebida. Ahora, unos años después, Franti dice que han hecho las paces. Luego recuerda, otra vez durante la conversación, que ya lleva sobrio siete meses.

Contrariamente a lo que muchos podrán pensar, tener solo 25 años no fue obstáculo para que Franti se convierta en alcohólico. Él era un dígito más entre el millón y medio de peruanos adictos a la bebida, de acuerdo con cifras estimadas por la Estrategia Nacional de Salud Mental y Cultura de Paz del Ministerio de Salud (Minsa ). El número de alcohólicos en el país, el 2006, era de 600.000, según cifras de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida ).

Tras haber estado —como reconoce ahora— a punto de perder sus negocios y la vida, entró a Alcohólicos Anónimos (A.A.). Ayer Franti no solo celebró otras 24 horas sin alcohol, sino también los 75 años de la fundación del primer grupo de A.A. en EE.UU.

LA AYUDA DEL ANONIMATO La asociación funciona en el país desde 1955, según calcula Marcial B., gerente de A.A. en el Perú. Las fechas no están claras —según explica— porque no llevan un registro puntual de sus actividades.

En A. A. quien quiera unirse a uno de los aproximadamente 100 grupos que hay en Lima, o a los otros 100 en el resto del país, puede hacerlo. Y dejarlo cuando quiera. No hay matrícula, abono o diezmo. No hay lista ni expulsión. No hay donaciones ajenas a las que surgen de los miembros. Estos —dice Marcial— deben llegar a los 3.600 en todo el país y la mitad ha de concentrarse en Lima.

Rolando B está en el mismo grupo que Franti. Cuando llegó, hace cuatro años, pensó que la hermana que le aconsejó ir le había contado detalles de su vida a la persona que se puso de pie y relató sus experiencias como bebedor. No fue hasta el tercer testimonio que cayó en la cuenta de que no era algo preparado por su hermana. Lloró. Ahora, cuatro años después, esas lágrimas las recuerda sin ningún dolor.

ENFERMEDAD SOCIAL El alcoholismo, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud , es una enfermedad. Como tal —para el doctor Manuel Escalante, coordinador de la Estrategia de Salud Mental del Minsa— debe ser tratada.

“El alcoholismo no depende de la voluntad, es una enfermedad, y como tal hay que manejarla. Además no tiene cura. Es un mal que tenemos que controlar; viéndolo así es similar a la diabetes. Quien llega a conocer la enfermedad, la llega a manejar”, dice el médico. En tal sentido, agrega que ni el alcohólico ni sus familiares deberían sentirse avergonzados, sino que lo que deben hacer es acudir a tratamiento.

Escalante señala que en el Perú hay 36 centros de atención de adicciones. “En Lima tenemos uno, pero durante el año se implementarán cuatro más, así como otros dos en el Callao”, señala.

El asunto con el alcoholismo es que está vinculado a las costumbres culturales, y a una exposición temprana, normalmente en el hogar. En este sentido coinciden Escalante, Rolando Salazar, psicólogo de Cedro , y Julio César Vargas, especialista en tratamiento de consumo de drogas de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida).

Ese fue el caso de Franti y Rolando. También el de Manuel A., Serafín C. y Alfredo G., otros alcohólicos anónimos que reconocen que fue su casa el punto de partida de lo que luego sería la adicción que marcaría sus vidas. De hecho el consumo de alcohol en menores en el país se ha incrementado, y esa es la tendencia, según Julio César Vargas.

En una cebichería chalaca, cinco alcohólicos anónimos se sentaron a almorzar. Antes eso habría equivalido al inicio de una jornada etílica de unas 36 horas. Pero ya no. El cebiche ya no sale con cerveza, sino con chicha. La única resaca que les queda es la de todo lo vivido.

LAS CIFRAS 50% De los bebedores problemáticos (el consumo de alcohol ya tiene algún efecto negativo en su vida familiar o laboral) tiene riesgo de volverse dependiente, según Devida.

13 Años es la edad promedio de inicio para el consumo de alcohol, según Devida. Lima es la ciudad con mayor prevalencia de consumo entre escolares.

A SU SERVICIO Indicadores de la enfermedad 1. Un alcohólico no es necesariamente aquel que se embriaga todos los días, según los especialistas consultados. La enfermedad —aseguraron— no se relaciona exclusivamente con la cantidad de alcohol que se ingiera.

2. El alcohólico se define por la necesidad de consumir alcohol, sea en grandes cantidades y de manera prolongada, o en dosis más bien breves pero regulares.

3. También tiene que ver con el incumplimiento de las responsabilidades debido al consumo de alcohol.