Tomar un avión al Cusco con mi hermana mayor, ir al Valle Sagrado y visitar al menor de la familia, y hacer juntos, los tres hermanos, acaso por primera vez, un viaje que nos permita, en la medida de lo posible, reconocernos.
Celebrar discretamente la llegada de mis 48 años, la edad en que Obama recibió el Nobel de la Paz, la edad en que Borges publicó «El inmortal», la edad en que Whitney Houston murió ahogada en su bañera.
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Rebajarle importantes centímetros a la estoica montaña de lecturas pendientes y verla convertirse paulatinamente en cerro, colina, loma y montículo, evitando la tentación de comprar tantas novedades capaces de restituir la montaña en un santiamén.
Alquilar mi departamento en Lima, esperanzado en que el nuevo inquilino se parezca más a Pascal (ese amable ingeniero francés que siempre pagaba a tiempo y no generó lío alguno) y menos a Tony (ese muchacho importador de aparatos electrónicos que armaba jaranas en plena pandemia y cuya novia, alcoholizada, pidió una noche auxilio desde la ventana).
Tomar menos sopas instantáneas y más cervezas sin alcohol. Comer más ensaladas y yogures, en vez de enchiladas y ‘Gusanitos’. Acudir al consultorio de mi médico familiar y hablarle de esas dolencias que, ciertas noches pesimistas, me hacen pensar en un final desagradable.
Encontrar entre semana esa hora, en apariencia inexistente, donde puedo ver una película en la computadora o, en su defecto, dos episodios seguidos de una serie, sin que absolutamente nadie me interrumpa.
Rebelarme contra los mensajeros de Amazon que me tocan el timbre a diario, interrumpiendo malamente mis cada vez más infrecuentes raptos de inspiración literaria, todo para traerme los extravagantes pedidos que, desde Lima, ordena mi querido suegro.
Volver a incursionar en el periodismo digital (sea lo que sea que eso signifique a estas alturas) y dedicarme a analizar la coyuntura solicitando, con pana y desparpajo, yapeos, plineos y otras formas de bonita mendicidad electrónica.
Abogar desde cualquier trinchera a favor del adelanto de elecciones, única alternativa viable antes de que el Perú termine por normalizar el alineado sistema de alcantarillas en que se han convertido los poderes del Estado.
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Dictar más talleres de escritura creativa y ver, con gusto y asombro, cómo los alumnos comparten historias impactantes y descubren su propio registro para nombrar el mundo.
Nadar el doble y correr el triple, con la urgente misión de perder los kilos extra que las fotos de fin de año ponen en evidencia, pero también para estimular ese flujo de ideas escurridizas que solo se activa cuando el cuerpo se pone en marcha.
Con un objetivo similar, revalidar la tarjeta para montar las bicicletas eléctricas del Ayuntamiento de Madrid y pasear por esa maravillosa ciudad en la que me instalé hace ya nueve años y en la que espero continuar viviendo muchos años más.
Mudarnos a un piso más grande, esperando que el nuevo barrio sea, como el actual, pródigo en bares, cines y farmacias.
Mejorar la calidad de mi sueño yéndome a la cama a una hora decente, ya no de madrugada, salvo cuando la ‘U’ juegue la Libertadores y la selección dispute las Eliminatorias, y pueda ver esos partidos en alguna página de Internet de nombre impronunciable.
Asistir a algún concierto de los muchos programados en España. Ojalá el de Bruce Springsteen, quizá el de Depeche Mode, con suerte el de Metallica o el de Manolo García. Cualquiera menos el de Andy & Lucas.
Despertarme más temprano para llevar a Julieta al colegio en bus o en Metro, pero no en taxi: es más caro y sobre todo aburrido, porque no podemos caminar jugando a «no vale pisar las rayas».
Continuar mis pesquisas para desentrañar un crimen irresuelto del siglo pasado, una historia violenta que, si no me falta tesón, con seguridad se convertirá en mi próximo libro.
Viajar lo justo y necesario en busca de nuevos lectores, y seguir hablando un tiempo más de la guerra, los bombardeos, la migración, la identidad y el destino.
Alistarme psicológica y físicamente para ese momento cumbre de mediados de mayo en que, después de seis años y contra muchos pronósticos, me convertiré nuevamente en padre. //