Ya se perdió la cuenta de cuántas marchas pro-vacancia se han realizado. A pesar de que cada nuevo mitin se anticipa como el definitivo e irreversible, hay una notoria frontera en su convocatoria que suele dejarlos a media cocción. Son un éxito auto referencial, pero al resto de la opinión pública –el fiel invisible de esta balanza- el tema no les mueve la aguja.
Son marchas dirigidas a los conversos. Invitan a quienes dan por hecho el rechazo al gobierno de Castillo. Por ello el resultado de las movilizaciones no varía. Apuntan a donde no existe techo donde crecer.
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En cambio, hay una pregunta que va creciendo conforme el paso de cada una de esas convocatorias: ¿para qué sirven si siempre van a tener el mismo resultado? Esto es, que el congreso vote pensando en la quincena antes que en la historia.
La masa crítica que podría marcar un quiebre dramático es precisamente la que no participa. Si está invitada, no se ha enterado. Y si es que pudiera coincidir, así sea tardíamente, en su rechazo a la mafia sistémica, los calificativos que recibe hacen que se distancie. La hostilidad ya ha sido anunciada anticipadamente, como si fueran banderas principistas, a través de hashtags.
Este es apenas el problema menor en esta paradoja. No hay votos para la vacancia, pero lo grave es que tampoco hay líderes con la autoridad moral requerida para revertir un mecanismo de gobierno basado en la corrupción. Un atolladero perfecto.
Semana a semana la prensa levanta las capas de corrupción que como una cebolla envuelven a este gobierno (por eso este odia a la prensa). La gente está asqueada de la cleptomanía revelada puntillosamente y con grosero reguero de pruebas incriminatorias. El problema es que ese repudio no encuentra ninguna alternativa de salida y solución.
No existe una evangelización sólida y coherente respecto a la necesidad de unión frente al robo financiado con sueldo público. Es más, queda en terrenos de las ciencias sociales, de la psicología o de la magia, dilucidar si es posible lograr una convocatoria que llegue a todos en esta sociedad fragmentada y encrispada. A nadie le falta un insulto que enrostrarle al prójimo que piensa diferente.
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Una vez más, al rompecabezas le falta una pieza: un liderazgo común con una altura de vuelo por encima de las fobias que nos separan. Esta orfandad se extiende desde el lamentable Congreso hasta el improductivo y dañado gobierno.
La falta de cuadros es grave y será de efectos prolongados. Odebrecht tentó, capturó y destruyó a la clase política con la perversa complicidad de esta. Las consecuencias afectan al país más allá de la vacancia. No existe recambio dirigencial a la altura de la cuerda floja en que nos encontramos.
Existen candidatos, eso sí. Levantas una piedra y aparece uno, o dos. Pero líderes – como el insospechado Zelensky en Ucrania que se echó un país a la espalda y dijo síganme- no hay. Un agujero negro de vanidades e intereses ocupa ese espacio.
Existe algo cercano a esta necesidad de liderazgo y propósito, pero sería solo un consuelo pasajero: Ricardo Gareca abrazando a Cuevita tras marcar un gol imposible en Montevideo.
Consuelo hermoso. Pero no alcanza. //
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