Un peruano nunca orina solo: esta sentencia nacional resume la camaradería implícita en el acto natural de desfogue líquido. Al hacerlo en la vía pública se convierte en una inconducta trasgresora que define y vincula.
Christian Cueva, Cuevita, suele orinar en la vía pública. En virtud de lo referido lo hace metafóricamente acompañado por una legión de apesadumbrados hinchas. En ese chorro indómito hallan temporal alivio al sentimiento contradictorio hacia el futbolista que un día celebran y al siguiente insultan hasta la matriz materna que lo depositara en este mundo.
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Christian Cueva, Cuevita, en su esmirriada anatomía trujillana, asimila el golpe. Lo hace con una frialdad que parece mindfulness, cuando en realidad es concha esencial anidada en la advertencia: si sabes como me pongo, para qué me traes.
Lo de Christian Cueva, Cuevita, fue precoz. Llegó casi niño al equipo de la Universidad San Martín, con apenas 16 años. Un día previo a un partido, desapareció alegando un improbable familiar enfermo. La verdad era que se iba a Trujillo a jugar un partido en donde se habían apostado 1000 soles y un toro.
Esto marcaría un estilo. En Alianza Lima formó parte de una expulsión grupal de seis jugadores (y el entrenador) en un partido contra el Real Garcilaso. Cuevita pechó al árbitro y le bajó la mano cuando este levantaba la roja.
Fue suspendido por seis fechas hasta que Ricardo Gareca, patrón de los imposibles, lo convoca a la selección. El resto es historia.
En el partido definitorio contra Nueva Zelanda por un cupo en Rusia 2018, Cuevita, con majestuoso desprecio del empeine, le sirvió un pase dentro del área a Jefferson Agustín Farfán Guadalupe. Ese primer gol nos abrió las puertas a un mundial tras casi cuatro décadas de luto futbolístico. Cueva era un ídolo de 1 metro 69 centímetros.
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Hasta que llegó el penal ante Dinamarca. Engañó al arquero pero no al arco, proyectando el balón a miles de kilómetros de Saransk hasta un incierto urinario en Trujillo. El ídolo había caído.
Y seguiría cayendo. Lo insultaron en un avión rumbo a su nuevo club ruso. La física del penal errado se convirtió en materia de estudio universitario. La falla tocó al equipo. Como cuando un cobarde comentó una foto que el portero Gallese posteara de él con su señora esposa, dando a entender parecido físico entre ella y Cueva.
- ¿Qué Cuevita no estaba en Rusia ya?
- Si, con tu hermana, respondió el arquero en justificada defensa del honor familiar.
De Rusia se fue al Santos de Brasil. Fue noticia extra deportiva al agarrarse a golpes en una discoteca donde, según él, había ido a conversar con su agente bajo la claridad mental de la madrugada. Por esa época, saliendo del regado cumpleaños de su compadre Carlos Zambrano, es captado miccionando en el estacionamiento del aeropuerto Jorge Chávez. Arriba, siempre arriba, apuntaba la parábola amarilla sobre la rueda de un auto.
Cueva fue declarado la mayor decepción del Santos en ese año 2019. Él respondió haciendo el paso del helicóptero en un concierto en Trujillo juntos a dos exintegrantes del grupo Skándalo, hoy orquesta Konfusión, ambos con k por razones artísticas.
Así como sumó al triunfo contra Chile, a Cueva se le atribuye la derrota ante Bolivia por esa huacha fallida. Contra Argentina, ten piedad señor, está por verse el veneno o magia de su incierta influencia.
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Acaso la resolución a su condición intermitente está embebida en las disculpas que diera por la orinada del aeropuerto:
-Sucedió, no lo busqué.
Con lo que nos dice que la pila, tal como la huella de nuestro paso por la vida, no se busca: sucede. Así es el fútbol. //