El ser humano es un animal político per se. Zoon politikon, vivimos organizadamente en una sociedad con el propósito de asegurar su bienestar. Hacemos política siempre: en nuestras elecciones diarias, en lo cotidiano, en las reglas de la casa, en la asamblea del edificio, en el vecindario estipulando los códigos de convivencia, en el club o la asociación de la que eres parte, en el monopolio que juegas con tus hijos. Lo que pasa es que el término ‘político’ está tan corroído y desprestigiado que solo oírlo nos genera un rechazo visceral, radical y unísono: puaj.
Pero, como bien dice Platón, así como esa es una verdad ineludible, la otra verdad es que aquellos que se desentienden de la política están condenados a ser gobernados por los peores hombres. Para muestra, un Perú.
La buena noticia es que las cosas cambian, las generaciones rompen patrones y la conciencia se eleva. Si bien hay quienes han decidido escudarse bajo su silencio, hay miles, cientos de miles que no.
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Bravo por ellos.
Por los que saben utilizar sus poderosos canales para compartir información que sume, por motivar a los demás a buscar un cambio, por alzar su voz fuerte y clara.
Bravo por los que malograron sus ollas y sartenes, por los que no se callaron, por los que salieron a las calles, por los que con una valentía admirable se la jugaron contra la represión desmedida, por los que no tienen miedo de luchar por una democracia digna para su país. Gracias, Bryan. Gracias, Inti.
Bravo.
Bravo.
Bravo.
He visto abuelos, padres y madres de familia, estudiantes, monjas, ciclistas, extranjeros, todos juntos dejándose llevar por una ira canalizada en protestas al ritmo de tambores y arengas cantadas a todo pulmón.
He caminado junto a mi hija de 12 años, indignada, informada y comprometida de corazón. Y como ella, una juventud motivada por líderes que demostraron ser más que generadores de contenido de entretenimiento en las pantallas. Mis respetos a toda esa generación que ha utilizado inteligentemente la tecnología para informar e impulsar a sus pares a no quedarse ni quietos ni mudos.
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Segunda verdad: no reprimas tu ira.
Han sido días durísimos, de indignación y furia, pero la furia es una emoción natural que motiva la autoprotección. Es nuestra respuesta natural cuando nos sentimos atacados, bajo amenazas o agresiones. Cuando la sabemos canalizar de una forma sana, no a través de la agresión, podemos usarla para energizarnos, resolver conflictos, terminar con gobiernos absurdos.
No hay que temerle a la ira ni, en general, a ninguna emoción considerada negativa. No hay que temerle a la indignación, esa que hace que sientas que literalmente te hierve la sangre, esa que te impulsa a salir día tras día tras día tras día en busca de un futuro mejor.
No tengas miedo de discutir si alguien no está a favor de tu punto de vista. Pierde el miedo a perder las formas, pierde el miedo al qué dirán. Si algo debería realmente asustarte es la inestabilidad, el nivel de miserabilidad de la mayoría de congresistas de este país, el descaro con el que nos quieren mentir, la ceguera de quienes nos lideran enroscados al poder, la traición como dinámica política imperante.
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Estamos hartos.
Creo que eso ha quedado claro.
También, que las quejas sin acción no generan nada, que la responsabilidad más grande reside ahora que nos toca ser vigilantes de cada movimiento, de cada intento de decisión que nuestros políticos quieran tomar, vigilantes de cualquier ciudadano que tenga intenciones de llegar al poder, vigilantes de dónde recae nuestro futuro.
Tercera verdad: no podemos ser ajenos a la política de nuestro país porque somos los responsables absolutos de nuestra realidad. //