A nadie le gusta hablar de la muerte.
Hasta hace algunos años atrás el solo hecho de pensar en ella me paralizaba: la vorágine de pensamientos en mi cabeza se condensaba en un nube compacta, pesada, gris, de nada. Vacío.
Habitar esa imagen producía rápidamente cambios en mi estado físico: aceleración del corazón, respiración superficial y agitada, ansiedad en descontrol; entonces lo bloqueaba. Como un karateca deteniendo en seco un golpe adverso.
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No me daba tiempo de pensar en ella. No me compraba tampoco eso que algunos entusiastas repetían como mantra: es parte de la vida.
Pero ha sido la vida misma la que me ha permitido entender algunas verdades que han ayudado a amistarme con la muerte. Como saber que soy más que un cuerpo físico, que dentro de mí habita mi verdadero ser, y que esa esencia es amor y que el amor nunca muere; que nada acaba cuando tus ojos se cierran, sino que empieza en otra dimensión y forma. Como entender que hay que vivir el presente plenamente, haciendo y dando lo mejor que podemos, aprendiendo a vivir cada vez con menos y menos apegos.
Digo esto pero hasta ahora no he experimentado la pérdida de alguien que amo.
Estoy leyendo y aprendido sobre duelo, debido a un proyecto personal en pleno desarrollo. Por lo que voy documentado, es uno de los dolores más intensos por los que atravesamos. Un dolor indecible, un dolor trastocado que no nos permite continuar funcionalmente con nuestro día a día. Un dolor que exige negación para transitarse.
Dentro de todo el contenido al que he accedido, me llamó la atención una cita con la que la escritora Nora Mclnerny –que perdió a su esposo y abortó un hijo– abrió su charla para la plataforma Ted:
“Cada ser que amas y quieres tiene 100% probabilidades de morir”.
Me reí. Es tan cierto, pensé.
Todos vamos a morir, así como todos vamos a experimentar la muerte de alguien que queramos, tarde o temprano. Perdonen la crudeza.
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¿Se puede preparar uno para eso? ¿Puede alguien llevar un duelo y quedar inmune emocionalmente?
Hay tantos duelos como personas en el mundo porque cada uno de nosotros atravesará el proceso de una forma íntima y personal, dependiendo de sus propios recursos.
La periodista americana Joan Didion no solo perdió a su marido –el amor de su vida– sino también a su única hija en un lapso de años. Lo que ella misma describe como una experiencia de dolor obsesiva tomó forma de un magistral libro al que tituló El año del pensamiento mágico.
“La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a la mesa a cenar y la vida, tal y como la conocías hasta ahora, se termina.
La cuestión de apiadarse de uno mismo”.
En el libro desarma y vuelve a armar el momento en que su marido pierde la vida, cómo sucedió, todo lo que sintió, qué hizo para encontrarse de vuelta, cómo transitó entre la casi locura y las emociones más intensas, plasmándolo todo en una obra maestra.
Milena Busquets, por ejemplo, otra escritora que ha desarrollado la temática del duelo, hace uso de la sátira y del puro cinismo para hablar sobre su madre muerta en Esto también pasará, otra obra maestra sobre el duelo, abordado desde una perspectiva distinta.
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Traigo a colación estos ejemplos porque para transitar por este doloroso proceso sí o sí uno tiene que hacerles caso a sus emociones y sentirlo todo. No reprimirse, como tampoco aislarse: rodearte de gente que te quiere, te escuche y te haga compañía.
Uno de los principales consejos sobre el manejo del duelo es tomar un rol activo en nuestra recuperación y hacer todo lo que sea necesario para volver a una nueva normalidad donde sabemos que coexistirá la pena y también la oportunidad de la nueva sonrisa.
No hay que pasar ninguna página, hay que aprender a vivir con ella. //