El otro día se me ocurrió publicar un post, replicando una nota de El Comercio. Según esa información, a diario, cientos de peruanos reciben atención por problemas psicológicos y las principales causas de las consultas son ansiedad y depresión.
Casi de inmediato recibí cientos de correos y comentarios solicitando más información al respecto o pidiendo ayuda directamente.
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“Hola, creo que necesito ayuda”.
“¿Puedo conseguir ayuda aquí?”.
“Buenas, ¿dan terapias virtuales?”.
“Hola, vi el post y soy una de las personas que necesitan terapia”.
Resulta que el Estado cuenta con centros comunitarios que atienden problemas psicológicos de manera gratuita, cubiertos por el Seguro Integral de Salud (SIS) o a costos asequibles. Si tomamos en cuenta que la hora de un terapeuta puede costar 200 soles, resulta una maravilla saber que hay un respaldo de instancias de salud pública, pero la información a veces no está al alcance de todos.
Lamentablemente, muchos de los que llegaron a mi contenido intentaron comunicarse con esos centros y encontraron los teléfonos apagados, para luego escribirme y contarme que la información que había compartido no les había sido útil. Muchos otros me escribieron preguntándome directamente por mis servicios y pensé que, por más sorprendente que parezca, la demanda es real: muchísima gente necesita ayuda profesional para sobrellevar sus procesos.
¿Cómo hacer si no se puede costear una terapia y menos un tratamiento?
Como en toda enfermedad, la prevención juega un rol vital: hay que cuidar de nuestra salud emocional, así como cuidamos de la física. Para ello es indispensable tener un rol activo e incorporar dentro de nuestra rutina o dinámica espacios para guardar silencio, observarnos. Es básico poder encontrar un momento para estar presente, sin que nuestra mente divague o se pierda.
Si no tenemos tiempo de meditar, siempre podemos probar esto: elegir una actividad de nuestras favoritas y hacerla con todos nuestros sentidos puestos en ella, conscientes de lo que hacemos; podemos respirar profunda y calmadamente mientras le damos una pausa a nuestro día; podemos comer conscientemente y masticando, en vez de tragando.
Así como debemos estar presentes y aprender a estar presentes, también debemos aprender a darles espacio a nuestras emociones, sin corrernos de las que consideramos negativas. Toda emoción es información y necesitamos sentirlas, en vez de guardarlas y acumularlas.
Hacer algo que nos haga felices es un deber y derecho. No podemos pasarnos la vida haciendo algo en función a un sueño que no nos corresponde.
Debemos nutrirnos bien con alimentos saludables, pero también nutrirnos de buenos pensamientos, de buenos deseos, de agradecimientos, de prácticas que nos permitan conectar con la naturaleza porque científicamente está comprobado que tiene efectos positivos sobre el estrés desbordado.
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Atender nuestra salud emocional es expresar lo que sentimos, diciendo lo que tengamos que decir o escribiéndolo o convirtiéndolo en arte o en comida o en la forma que sea necesario transmutar y nos permita fluir y soltar.
Es darnos descanso cuando lo necesitamos y activar nuestra energía cuando sea requerido, es manejar el estrés sanamente, es rodearte de gente que te quiere, te cuida y te protege.
Es convertirte en responsable de tu vida, sin sentir que ella te pasa por encima y, en ese sentido, reconocer lo importante que es pedir ayuda, informarte, conocerte y conocer.
El Minsa, por ejemplo, ha lanzado un programa sobre bienestar (“Allin Kawsay, Sentirnos Bien”, en YouTube) con temáticas de salud mental. Además de la línea gratuita INFOSALUD (080010828), existe un programa creado y gestionado por Socios en Salud, que cuenta con asistencia gratuita en temas de salud mental. Intentemos todo lo que tengamos a mano. Un primer paso ya es un paso: es decir, un acercamiento hacia estar mejor. //