Desde su casa frente al mar de Lima, Alberto ‘Chicho’ Durant pone el parche antes de que la conversación con Somos se pierda por los vericuetos de la memoria. Acaba de escribir su primer libro de relatos, 72 fotogramas, pero quiere que quede claro que él no hace literatura. “Entiendo esta como el oficio de un escritor que permite que un lector se eleve y entre a un universo o espacio sagrado”. Él no hace eso, dice con toda modestia: lo suyo es el mundo del guion, que es otra cosa. En un guion no suelen usarse adjetivos. Es conciso. Lo que hermana a cineastas con novelistas es que son contadores de historias, y ‘Chicho’ sabe cómo atrapar a su audiencia, en una reunión, un almuerzo, un post en redes sociales, con narraciones tragicómicas que le han pasado en una vida dedicada al cine.
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Por ejemplo, está la anécdota de la vez que le dijo a un completo extraño a la salida de Roma ciudad abierta que la película le había parecido “más o menos”. Ese extraño amable, que llegó a sonreírle y decirle que compartía su opinión, no era otro que el director de la susodicha cinta, el italiano Roberto Rossellini. “Me di cuenta cuando entró a la sala y todos aplaudieron. Me sentí empequeñecido, el más burro de todos”, recuerda.
Durant, que ha dirigido películas peruanas como la taquillera Alias La Gringa, Coraje, Doble juego o Cuchillos en el cielo, descubrió que tenía habilidad para el relato corto en la pandemia. Los posts de Facebook que escribía con historias de su vida tenían gran acogida y eran muy compartidos. “Le enseñé algunas de estas historias a mi amigo Mirko Lauer, y él no es de elogios fáciles, pero me llamó y me dijo que le habían encantado. Alonso Cueto también los vio y me dio algunos consejos de estilo, como que cuente detalles y cosas así. Así fueron saliendo, poco a poco, los 72 relatos del libro”.
Consciente de la máxima cortazariana de que los cuentos se deben “ganar por knock out”, las anécdotas de ‘Chicho’ suelen tener un implante, un giro inesperado y un remate sorpresivo para hacer más atrapante la lectura. Como aquella vez en que, por azar del destino, lo sentaron en la primera fila de un festival de cine al que había asistido como espectador. Ahí estaba de pronto, al lado de las autoridades del evento y los invitados de honor. Cuando se dio cuenta de que tenía que haber un error, hizo las consultas y entonces lo ubicaron donde correspondía, la última fila.
‘Chicho’ recuerda esto entre risas, porque es una metáfora de la vida del cine, de sus altas y sus bajas. Si algo tienen en común estas narraciones es que son testimonios de la vida trashumante del cineasta, condenado a llevar una existencia de gitano en busca de financiación para sus proyectos. El resultado de esas incansables pesquisas por todo el mundo, en el peor de los casos, te deja, al menos, una bonita historia por contar. //