La obra de Tilsa Tsuchiya, que hoy aparece en el billete de 200 soles, tiene un poder de atracción único, imposible de ignorar. El mundo que creó la artista está habitado por seres mitológicos, dotados de sensualidad y misticismo, en paisajes en los que se confunden una inédita flora y fauna. Escenarios más cercanos a los sueños, razón por la que se le suele asociar con el surrealismo; sin embargo, según explica el curador e historiador del arte David Flores-Hora, Tilsa se mantuvo al margen de cualquier movimiento artístico. “Su vertiente pictórica es inclasificable, no existe nada parecido a Tilsa. Su pintura es reflejo de su personalidad, una sinceridad hacia ella misma, hacia sus intereses”, sostiene.
Una personalidad construida desde la resistencia, marcada por problemas económicos, la muerte de sus padres a temprana edad, su austera estancia en Francia y el fuerte vínculo con sus raíces orientales. “Tilsa era una intelectual de la época, una mujer iluminada en su entorno, de carácter muy fuerte, siempre con el cigarro en la mano, hasta la recuerdan con una voz muy penetrante”, comenta Flores-Hora.
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Tilsa Tsuchiya Castillo llegó y se fue de este mundo con la primavera. Nació en Supe el 24 de setiembre de 1928, y falleció en Lima, víctima de cáncer, el 23 de setiembre de 1984. Fue la sétima de los ocho hijos que tuvieron Yoshigoro Tsuchiya, médico japonés que llegó al Perú luego de realizar sus estudios en Estados Unidos, y María Luisa Castillo, peruana de ascendencia china.
Desde muy joven Tilsa sabía que quería ser pintora, su fascinación por el arte le llegó gracias a su hermano Wilfredo, a quien siempre veía dibujar. Así, en 1947 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, pero la muerte de su padre ese mismo año, y la de su madre dos años después, la obligaron a interrumpir sus estudios. Por lo que se graduó recién en 1959, en la llamada Promoción de Oro de Bellas Artes, integrada por figuras de la talla de Gerardo Chávez, Alberto Quintanilla, Milner Cajahuaringa, Enrique Galdós Rivas, Alfredo Gonzales Basurco y Oswaldo Sagástegui. De ese grupo de notables artistas, Tilsa destacó con la nota más alta de su promoción. Sacó 21, calificación nunca antes vista en la historia bellasartina, y de esa forma obtuvo el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro.
Tras su graduación, Tilsa viajó becada a Francia para estudiar grabado e historia del arte. “Su estadía le sirvió para hacer una exploración general de su vínculo con lo oriental y su vínculo con el Perú”, señala Flores-Hora. En este viaje, además, se casaría con el francés Charles Mercier, con el que tuvo un hijo.
A su regreso a Perú, hacia finales de los 60, recibe el premio Francisco Lazo, como parte de las celebraciones por el cincuentenario de la Escuela Nacional de Bellas Artes; en 1968 realiza una individual en el entonces afamado Instituto de Arte Contemporáneo, y en 1970 gana el prestigioso premio Teknoquímica, que la consagra como una de las artistas más destacadas de su época.
Imposible pasar por alto la amistad que Tilsa cultivó con algunos poetas y artistas de su entorno. Es bastante conocida aquella anécdota del inicio de su fuerte amistad con el poeta José Watanabe y el artista plástico Lorenzo Osores, quienes entusiasmados luego de apreciar su obra en la muestra del Instituto de Arte Contemporáneo fueron a buscarla inmediatamente a su taller ubicado en la calle Portugal, en Breña.
“Con Lorenzo Osores vimos unos cuadros de ella y nos impresionó mucho. En esa época teníamos actitudes más poéticas que ahora y pensábamos que todos estábamos para todos, entonces fuimos a buscarla, averiguamos esa misma noche su dirección y fuimos a buscarla. Nos hizo subir, nos invitó té y empezamos a ser amigos ahí, desde ese momento”, se le escucha contar a Watanabe en un programa de televisión dedicado a la artista.
También es conocida su amistad con el poeta Arturo Corcuera, con quien se embarcaría en la ilustración de su poemario Noé delirante, obra que aparecería con sus dibujos en 1971, en la edición de Carlos Milla Batres.
A propósito de su muestra Mitos de 1976, realizada en la galería Enrique Camino Brent, Tilsa ofreció una entrevista a El Comercio en la que habló de su trabajo, su forma de ver la vida, entre otros temas.
Confesó, por ejemplo, que sentía vergüenza de que la gente vea sus cuadros. “Es como si me estuvieran viendo por dentro”, declaró. Asimismo, señaló que algunos de los mitos de su obra surgieron de mitos peruanos. “Como el mito del Árbol de la Coca al que he titulado ‘El Mito de la Laguna’. Después está el ‘Mito del Guerrero Rojo’, originario del Bosque de Piedra, de Cerro de Pasco. Y el ‘Mito del Pájaro y las Piedras’, que es del Cusco”, contó a este Diario.
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Finalmente, cuando se le preguntó si de su obra se desprende una filosofía de la vida y el arte, Tilsa respondió que esta es “Vivir jugando bellamente, honestamente, sin trampa”. Palabras que reflejan una vida dedicada al arte en el sentido más puro y que la eternizan como una creadora sin parangón.