Rudy Gobert lo sigue buscando. La torre de Francia, ganador de los últimos dos premios a mejor jugador defensivo de la NBA, nunca supo cómo descifrar a Luis Scola. El argentino lo tuvo loco, como Maradona a los ingleses en el 86. Lo llevó de un lado a otro, lo encaró como si no midiese 6 centímetros menos, lo engañó con fintas y lo destrozó con canastas claves, punzantes, dolorosas y heroicas. Lo sigue buscando Gobert y no lo va a encontrar.
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Los verdugos de Estados Unidos, que actuaron como un gran conjunto en esos cuartos de final, fueron vapuleados en el Mundial de básquet China 2019 por una Argentina que lleva el sello de Scola (anotó 28 puntos y bajó 13 rebotes en 34 minutos de juego).
“Y lo que hizo Luis Alberto Scola hoy lo convierte en el mejor deportista argentino de la historia. Ponerse a comparar ahora es difícil, pero esto es histórico. Es algo que lo diferencia, lo pone a la altura de los deportistas más grandes de la historia”, escribió en “infobae” Andrés Nocioni, ex jugador argentino miembro de la 'Generación Dorada' que ganó el oro en básquet en Atenas 2004.
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Me olvidaba: Scola tiene 39 años y está sin equipo. Jugó 10 años en la NBA, luego se fue a China y hoy es pretendido por el Real Madrid. El equipo merengue tiene dudas de contratarlo o no por su edad. O podríamos decir que tenía: Scola ha demostrado que juega como si tuviera 25. Por si fuera poco, en este torneo se convirtió en el jugador con más partidos en la historia de los Mundiales, sumando así un nuevo récord. En 2010 fue el máximo anotador de toda la competencia.
Más no se le puede pedir al hombre de 2 metros y 6 centímetros. Hace de todo. Corre, anota, defiende, ordena, es un líder. Un profesional de primer nivel, como pocos, con una capacidad única para aparecer en los momentos más difíciles y dar las alegrías más emocionantes a un país que no sabía lo que era estar en una final del Mundial desde el 2002. Pasaron 17 años.
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Sus dos triples consecutivos sobre el final del último cuarto -Argentina sacó ventaja de 15 puntos-, su capacidad defensiva para hacer frente al juego interior de Francia, su inteligencia para hacer las paredes, rotar y aparecer en el lugar menos pensado, su energía, su corazón, todo lo que contagia en el equipo cada vez que celebra, en cada abrazo que deja en el camino -como con Manu Ginóbili-, hacen de Scola el Maradona del básquet argentino.
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