Hace calor. El refrigerador regula su temperatura para asegurarse que las bebidas estén frías para cuando llegues a casa, en 30 minutos.

La televisión descarga tu episodio favorito y lo tiene listo para cuando enciendas el televisor. La vasija con agua para el perro se vuelve a llenar después de que tu mascota la ha vaciado.

Tú no estás haciendo nada. Internet lo está haciendo todo por ti.

La internet of things o IoT (como se le conoce en inglés) es un término que data de 1999 y que se refiere al concepto de que los objetos de casas, oficinas o ciudades puedan hablar entre sí a través de una conexión a internet.

Sus usos más allá de las anécdotas personales relatadas arriba pueden tener un fuerte impacto en políticas públicas.

Imagina por ejemplo una ciudad con electricidad inteligente. La compañía que provee el servicio registra a través de medidores especiales cuando estás en casa, cuando usas más electricidad y regula el suministro de esa manera. Así se ahorra energía, recursos y dineros. Todos ganan.

Según la empresa de redes Cisco hoy hay más de 10 mil millones de dispositivos conectados a internet. Para ponerlo en otras palabras hay más objetos que personas conectados a la red.

Para 2020 la cifra superará los 50 mil millones. ¿Qué pasaría si todos esos miles de millones de objetos hablaran entre sí?

El aumento de la población humana y la internet de las cosas no es una coincidencia. Entre más personas haya en el planeta más importante será el administrar sus recursos. Una internet que es capaz de administrarlos podría crear una gran diferencia.

Pero para que esta nueva red de dispositivos se convierta en una realidad, los objetos en cuestión deben tener un identificador que les permita no sólo conectarse a la red, sino además interactuar con otros objetos.

Uno de los identificadores que se está comenzando a utilizar es el NFC (Near Fields Communication por sus siglas en inglés) que permite que dos objetos interactúen entre sí con sólo tocarse. Por el momento se utiliza principalmente en teléfonos inteligentes. Uno toca el celular contra una etiqueta NFC y una acción se produce (pagar por una compra, reproducir música, etc.).

Por supuesto depender tanto de una red inteligente no está exento de riesgos.

El gran desafío es construir un circuito de dispositivos conectados a una red inteligente que sea confiable, seguro y respete los datos y la privacidad de sus usuarios.

En una era en la que los ataques cibernéticos son cosa de todos los días, ¿cómo se impedirá que un grupo de crackers o un Estado Nación no ataque la infraestructura inteligente de una ciudad?

A nivel más personal ¿cómo se evitará que todo ese flujo de información sobre nuestra actividad diaria en la casa o la oficina no se utilice para fines distintos a los originales? ¿Cómo proteger nuestra privacidad? Hay muchas preguntas y pocas respuestas.

El otro reto es cómo manejar y controlar los miles de millones de aparatos que formarán parte de esta red. Este desafío, sin embargo, me parece menos preocupante.

Cuando internet comenzó a expandirse hubo más de una voz que predijo el caos total, la falta de direcciones y un problema de recursos. Pero la experiencia demostró que internet, a pesar de crecer, siempre ha sido manejable. La internet de las cosas no tiene por qué ser diferente.

La internet de las cosas está aquí. ¿Estamos listos?