RUDY JORDÁN ESPEJO

“Es mucho más tranquilo que el de Argentina, es mucho más lindo”, dice Federico, un argentino parecido a Ángel Comizzo (DT de Universitario) que ha buceado en distintos mares de Latinoamérica. Junto a un grupo de porteños, se retira el pesado equipo con el que acaba de sumergirse en las profundidades de la caleta de El Ñuro.

Esta cristalina bahía de oleaje tranquilo donde llegan las ballenas jorobadas y en la cual se interceptan dos corrientes, “tiene una temperatura agradable (21 grados) y una visibilidad muy buena la mayor parte del año”, asegura Michael Epstein, un experto buzo que dirige la escuela Spondylus.

Nos enfundamos el wetsuit, luego el cinturón, los plomos, el tanque de aire comprimido, el chaleco compensador. Así dispuestos, uno siente como si hubiera salido de un buffet criollo pero, paradójicamente, esa pesadez extra en tierra es la que nos permitirá sumergirnos en el mar.

“En el agua hay presión, así que van sentir una molestia en las orejas como si estuvieran en un avión”, advierte el buzo Maurice Epstein. Si sucede, dice, hay que taparse la nariz. Luego nos da un curso intensivo de lenguaje submarino, pide que respiremos tranquilos y ya estamos listos para adentrarnos seis metros bajo el agua.

ENCANTADORA VIDA BAJO EL MAR Los primeros treinta segundos lo único que uno quiere es salir a la superficie y jurar no volver a bucear nunca más. Por eso es clave recordar las palabras de Maurice (“respiren tranquilos”), que en ese momento sirven mejor que el más sofisticado salvavidas.

Con la respiración regulada, es encantador irse acostumbrarse al perezoso movimiento de las cosas y se enamora de la fauna del mar de El Ñuro; si no a primera, a segunda o tercera vista. Ya de los veleidosos peces multicolores que dibujan perfectas coreografías, ya de los diminutos y estilizados caballitos de mar, ya de las plantas y algas que bailan animadas por la invisible corriente marina.

Michael, nuestro guía, hace un círculo con dos dedos y me enseña los otros tres. Yo imito el movimiento. Bajo el mar, traducidas a palabras, estas señas quieren decir “¿Todo bien?”. “Sí, todo perfecto”.

De pronto una mole de más de 100 kilos, con prominente vientre y patas cortas nos empieza a circundar y nos mira con recelo. Otra vez, quien bucea quisiera cerrar los ojos y aparecer en su cama, pero luego se da cuenta de que las tortugas marinas típicas de este mar solo están haciendo un legítimo trabajo de espionaje.

Caminando en la orilla, otra vez pesa el cuerpo y se suceden las imágenes y sonidos que ya conocemos. Quien ha tenido la experiencia de bucear en este mar de Piura, camina hacia tierra con la sensación de haber descubierto un nuevo planeta, al que a veces uno quisiera regresar.

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