IÑIGO MANEIRO

En el colegio, dentro de sus charlas de educación ambiental que ofrecieron dar en varias localidades de la zona, hicieron una pregunta a un grupo de chicos. “¿Qué nos pueden decir de los pingüinos?” Uno de ellos se levantó y dijo, “que saben riquísimo”. Entonces se confirmaron que estaban ante una empresa de largo aliento.

Hace unos cinco años, los fotógrafos Abigail y Miguel, y los ingenieros pesqueros Olga y Rodrigo llegaron a la playa Punta Patillos buscando lugares para acampar en el hermoso litoral ancashino. Entonces esta bahía, que tiene forma de luna en cuarto creciente, su arena es blanca y el mar azul, se conocía como Playa Muerta. Por el norte limita con peñascos y cuevas, con un horizonte formado de enormes cerros de arena y montañas. Por el sur con una pequeña playa, y un cerro de tierra y piedras de colores donde anidan las gaviotas y corren las lagartijas.

Se la conocía como Playa Muerta porque el uso de la dinamita para pescar arrasó absolutamente con todo. También con las algas, ese bosque submarino que es una de las fuentes vitales del océano. Además, los mineros informales perforaban los cerros buscando minerales o restos arqueológicos, como los que abundan por los alrededores, como en Las Aldas o El Castillo. Cuando los cuatro fotógrafos e ingenieros llegaron, la playa era un infinito basural y no se veía un ser vivo a la redonda. Les encantó el sitio y decidieron luchar contra todo lo anterior. Era la Playa Muerta.

Ahora, cinco años después, tras convencer a la policía de que ese delito se debía perseguir, seguir con las charlas de ecología en los colegios de Huarmey, Culebras y alrededores, hablar con los pescadores, recoger toda la basura que se asoleaba en la arena, y hacer los trámites necesarios para que la Dirección General de Fauna y Flora Silvestre les conceda la categoría de Área de Conservación Privada, la playa, nuevamente, se conoce como Punta Patillos.

El mar es apacible, se puede navegar en kayak y recorrer sus islotes, hay lugares con viento para los que deseen practicar el deporte de vela y otros calmos y recogidos. Se ven pescadores locales usando cordel y, según la temporada, sacan cajas de calamares, pintadillas o lenguados, las pequeñas islas de piedra están blanqueadas por el guano de las chuitas y los guanayes, y, en el último campeonato de pesca submarina celebrado en Tuquillo, unos kilómetros más al sur, en Punta Patillos se sacó el mero más grande.

En la arena ya no se ve basura sino miles de cangrejos colorados y huesos de aves, lobos y nutrias que van a morir a la playa, y dos búngalos, para seis o 10 personas, que construyeron a punta de hombro y con mirada de fotógrafos, en el ínterin en que Playa Muerta volvió a ser Punta Patillos. Los búngalos cuentan con todo, desde cocina a hamacas en las terrazas que miran al mar. A ellos acuden los aficionados a la pesca, a las playas tranquilas y bellas, los que quieren leer y mirar atardeceres, familias con niños y perros, y a los que les gusta recorrer el desierto en camionetas 44.

El acceso desde la Panamericana Norte recorre un amplio camino afirmado que, unos cuatro kilómetros después y tras pasar un cartel que dice “Prohibida la pesca con dinamita”, llega a esta playa.

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