El síndrome hubris o la enfermedad por el poder
En mayo del 2008, el político y médico británico Lord David Owen publicó un interesante libro titulado “En el poder y en la enfermedad: enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”. En esa obra, no solo describe algunas de las enfermedades físicas sufridas por varios presidentes a través de la historia, sino también hace una descripción del perfil psicológico de esos mandatarios.
La revista “Foreign Affairs” realiza una magnífica revisión del libro, la que cito casi en su totalidad: “En muchos jefes de Estado, la experiencia del poder les provoca cambios psicológicos que los conducen a la grandiosidad, al narcisismo y al comportamiento irresponsable. Líderes que sufren de este síndrome hubris ‘político’ creen que son capaces de grandes obras, que de ellos se esperan grandes hechos, y creen saberlo todo y en todas las circunstancias, y operan más allá de los límites de la moral ordinaria [...] el libro de Owen debe ser leído por todos los médicos que cuidan la salud de los políticos y por los propios líderes también”.
Luego, en un artículo en la revista “Brain” en el 2009, y en el libro “El síndrome hubris: Bush, Blair y la intoxicación del poder”, publicado en el 2011, Owen establece los elementos psiquiátricos del síndrome hubris.
MUCHA SOBERBIA
La palabra ‘hubris’ proviene del vocablo griego ‘hybris’, que en su significado moderno describe a una persona que, por tener excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza, desprecia sin piedad los “límites divinamente fijados sobre la acción humana”.
También se lo conoce como “el orgullo que ciega”, y hace que la arrogante víctima de hubris actúe de manera tonta y contra el sentido común. Ejemplos de hubris en la mitología incluyen a Ícaro, que se atrevió a desafiar al sol volando directamente hacia él, y al rey persa Jerjes, que ordenó azotar al mar porque una tormenta destruyó sus buques.
En su rica mitología griega, la diosa Némesis era la encargada de castigar a las personas que sufrían hubris, y causaba su caída por los actos cometidos. Ellos pensaban que “el hubris precede siempre a la caída”, un concepto magistralmente expuesto por el historiador inglés Ian Kershaw al titular los dos volúmenes sobre la vida de Adolfo Hitler como “Hitler 1889-1936: Hubris” y “Hitler 1936-1945: Némesis”.
Al explicar el síndrome hubris, Owen afirma que los políticos y otras personas en posiciones de poder desarrollan un conjunto de comportamientos que “tienen el tufillo de la inestabilidad mental”. En su descripción, cita al filósofo Bertrand Russell, quien aseguraba que cuando el elemento necesario de humildad no está presente en una persona poderosa, esta se encamina hacia un cierto tipo de locura, llamada “la embriaguez del poder”.
Owen propone 14 criterios para diagnosticar a una persona poderosa con el síndrome hubris. Entre ellos, está que usan el poder para autoglorificarse; tienen una preocupación exagerada por su imagen y presentación; lanzan discursos exaltados en que usualmente dicen que ellos “son el país o la nación”; demuestran una autoconfianza excesiva y un manifiesto desprecio por los demás. Dicen que son tan grandes que solo Dios o la historia los pueden juzgar y que algún día esos tribunales los reconocerán. Pierden contacto con la realidad; son propensos a ser inquietos y a cometer actos impulsivos; permiten que sus consideraciones morales guíen sus decisiones políticas pese a ser poco prácticas o muy costosas; y demuestran un enorme desprecio por los aspectos prácticos de la formulación de políticas, desafiando la ley, cambiando constituciones o manipulando los poderes del Estado. Es obvio que con su comportamiento el poderoso hubrístico puede afectar el bienestar del pueblo que representa.
Según Owen, el hubris debe distinguirse (y muchas veces se mezcla) con el narcisismo y con el síndrome bipolar, trastorno de la salud mental que alterna períodos de manía y grandeza con períodos de depresión. Con respecto al tratamiento del hubris, dice que muchas veces basta con que la persona pierda el poder para “que se cure”, mientras que en muchos otros casos el hubrístico trata de mantener el poder de forma indefinida, para, precisamente, alimentar su trastorno.
La única manera en la que el poderoso pueda luchar contra el hubris es el ejercicio consiente y metódico de la humildad. En ese contexto, no hay duda de que el papa Francisco es una persona que lucha permanentemente contra el hubris. Él no ha querido aislarse viviendo en los aposentos papales sino que vive en una habitación de hotel; no se aísla comiendo a solas o con algunos escogidos sino que usa los comedores comunales; ha rechazado los vehículos de lujo y se mezcla constantemente con los humildes. Y cuando reiteradamente pide que recen por él, estoy seguro de que lo que en realidad pide es que lo salven del hubris.
La humildad es la única vacuna contra el hubris.