El fin de la adolescencia, por Adriana Urrutia
El fin de la adolescencia, por Adriana Urrutia
Adriana Urrutia

La audacia se volvió un rasgo de personalidad propio cuando hizo pública su oposición a la decisión de su bancada de archivar el caso . La bancada se retractó. Un “pedido de reflexión y reconsideración” de Keiko, afirmaron los voceros.  En un segundo momento, pidió al fiscal encargado de los delitos de lavado de activos, que lo cite para declarar en el marco de una investigación a sus hermanos. Después, colaboró unipersonalmente en zonas afectadas por los desastres naturales, lejos del recorrido de su hermana. También, como parte de estas actividades de ayuda humanitaria, apareció colaborando con las labores de acopio que realizaba la . Criticó luego el para “proteger las libertades y derechos informativos de la población”. Y, casi al mismo tiempo, escogió una nueva de una de sus redes sociales que era una forma de demostrar apoyo a las personas LGBTIQ. 

Ya había sido audaz en la campaña. En octubre hablaba de una #gestarevolucionaria mientras seguía los pasos de Túpac Amaru en Cusco. Revolución propia cuya máxima expresión fue su abstención en la segunda vuelta de las elecciones pasadas. Ese fue el último episodio de la crisis de adolescencia. 

Hoy, la seguidilla de acciones a contracorriente de su partido muestra la consolidación de un representante político con autonomía. Autonomía que le da haber sido el congresista más votado en Lima, su territorio. Obtuvo 326.037 votos preferenciales, lo que significa que 1 de cada 5 fujimoristas en Lima ha votado por él. O sea, 4 de cada 100 votantes limeños.  

El antagonismo protagónico que ha empezado a construir plantea una serie de desafíos para Fuerza Popular. 

El primer desafío es de tipo organizacional. En un partido personalista (Panebianco, 1990) el carisma juega un rol determinante. En el fujimorismo, el carisma ha sido construido desde el vínculo que tienen los líderes con los sectores populares. Una capacidad de conectar con un electorado que se encuentra en los márgenes de los proyectos políticos nacionales, a través de mensajes simples y una presencia ahí donde el Estado está ausente. El carisma ha permitido definir liderazgos. Y, hasta las elecciones pasadas, Keiko tenía el monopolio de ese carisma. Hoy, la apuesta del congresista Fujimori, obliga a replantear ese monopolio. 

El segundo desafío es el desafío ideológico. El proyecto político del fujimorismo se ha caracterizado por un ser un partido ubicado a la derecha del espectro político con un fuerte componente conservador. Fuerza Popular se ha mostrado a favor de la unión patrimonial de parejas del mismo sexo pero en contra de la adopción, por citar un ejemplo. Las recientes declaraciones del benjamín apostando por el derecho a la diversidad se desmarcan de la línea política de su partido. La pregunta que se plantea es entonces: ¿Qué representa el fujimorismo hoy? 

El final de esta adolescencia plantea también, el desafío de construir un futuro sostenible y, de cierta manera, exitoso para el partido. 

Las acciones recientes obligan a replantear la agenda para ganar mayor base social y superar el clivaje ideológico que les costara, en parte, las pasadas elecciones. 

¿Cuál es la razón del desacuerdo inicial con su hermana? ¿Se debe esta nueva bicefalia a problemas no resueltos de la campaña? ¿O estamos hablando de una transformación de fondo? ¿Cuánto se trata de la voluntad de innovar en política? ¿Con qué fines? 

Apoyando las causas de las minorías, defendiendo a los marginados, poniéndose del lado de las víctimas del ‘bullying’, Kenji está construyendo un nuevo carisma que podrá capitalizar. Está renovando la relación con los jóvenes, con sectores comúnmente opuestos a su proyecto. Quebrando fronteras tradicionales de la política, de manera paulatina, en cada una de sus medidas acciones (entiéndase: izquierda-derecha, oficialismo-oposición, popular-acomodado) Kenji va entrando en la adultez política. Y con esas acciones, Kenji está hoy, buscando redefinir el fujimorismo.