La comparación utilizada por Kenji Fujimori para categorizar al Congreso de mayoría naranja me recordó una frase muy popular de ese mundo antiguo, de leones hambrientos y gladiadores suicidas, al cual se refirió con cierta ironía. “Ave, Caesar, morituri te salutant” o “Salve, César, los que van a morir te saludan” es una sentencia latina citada en “Las vidas de los doce césares”, de Suetonio, para expresar la brutalización de las relaciones sociales que predominaban en la ciudad fundada a orillas del río Tiber.
La referencia a la vieja república-imperio, endeudada y decadente, no debe hacernos perder de vista otra frase lapidaria que explica la naturaleza intrínseca de la política peruana que tanto duele por su irresponsabilidad y egoísmo. El “canibalismo de las cámaras” fue como un escritor de inicios del siglo XX denominó al acto tribal de devorar a los ministros de turno, previo despojo de su honor y su dignidad.
Parece que nada ha cambiado a la fecha, y lo que más bien se nota es un tremendo retroceso, en educación y comportamiento probo, de quienes nos representan. ¿Cómo hemos llegado a este nivel de degradación, donde los congresistas falsifican incluso sus certificados académicos y aparecen todo tipo de denuncias contra ellos?
En una sociedad marcada por la guerra, la política degeneró y de ello da cuenta el accionar delictivo de, al menos, tres presidentes. Más aun, la domesticación de las pasiones no fue posible y mucho menos lo fue la forja de una cultura de las buenas maneras y la discrepancia civilizada.
El “disolver, disolver, disolver” junto al manguerazo de agua contra los representantes del “Congreso corrupto” –el cual obviamente no servía a los objetivos de la dictadura– fue el preludio del “coliseo de la República” que hoy pide la sangre fresca del gladiador de turno. Insultándolo, maltratándolo y denigrándolo con el pretexto de la fiscalización y el reglamento –al pie de la letra– y en aras de una moral que los moralizadores obviamente no practican. Vayan a sus hojas de vida si tienen alguna duda.
La humanidad y el respeto por el otro (‘Cosito 2’ le dicho el parlamentario Mauricio Mulder al presidente democráticamente elegido) simplemente no existen. Ni qué decir del respeto por el Perú, harto del escándalo y la ignorancia del que es, a mi entender, el peor Congreso de nuestra historia. Porque, pese al esfuerzo de muchos ciudadanos decentes, desde hace dos décadas vivimos cercados por la violencia, la corrupción y la impunidad y ninguna institución se escapa de la terrible trilogía. Pregúntenle si no al doctor Félix Moreno, quien pronto regresará, en olor de multitud, a la desgraciada región que preside.
País muy extraño el nuestro donde un convicto, apodado ‘Caracol’, declara que es un “hombre de bien, un caballero” y un contralor de la República –que se dedica a la compra y venta de carros y al dispendio generoso de los recursos públicos– pide la renuncia del ministro al cual aparentemente grabó. Creo que el tango “Cambalache” fue escrito específicamente para el Perú. “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor” aplica perfectamente a un país cuya tecnocracia no entiende que debe liderar con firmeza y objetivos nacionales claros. Y cuyos políticos, enquistados en “el Parlamento fiscalizador”, lo único que buscan, salvo honrosas excepciones, es mantener su feudo de poder, cueste lo que cueste.
Siempre he pensado que la guerra nos marcó de por vida, convirtiéndonos en un lugar de gente desconfiada que –mientras espera por la próxima catástrofe– sobrevive en solitario sin la más mínima piedad por el de al lado. Y en esas circunstancias, tan adversas, resulta casi imposible forjar un proyecto de vida en común.
Cuando me siento triste y desolada, me refugió en la lectura y esta vez me topé con un poema hermoso de Dylan Thomas, ese genio de las letras nacido en Escocia que murió en Nueva York abatido por el alcohol y la desesperación. “No entres dócilmente en esa noche quieta”, le canta Dylan a su padre agónico. Expresando, mediante la belleza de las palabras, su rebeldía y “rabia, contra la agonía de la luz”. Porque “los buenos” que con “sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde” se negaban a aceptar tan fácilmente ser lanzados al reino de la oscuridad. Tal como se negaron los “locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera”.
He conocido muchos de esos locos enamorados del Perú, José Faustino Sánchez Carrión el más notable. Y por ello tengo la convicción de que la “noche quieta” que estamos viviendo pasará y veremos un nuevo amanecer de la política peruana con ciudadanos jóvenes, buenos y honestos. El Perú, ciertamente, se lo merece.