"El empujón pélvico en el coito", por Marco Aurelio Denegri
"El empujón pélvico en el coito", por Marco Aurelio Denegri
Redacción EC

En una conferencia que ofrecí en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, titulada “Naturaleza y artificialeza en el ser humano”, mencioné veintidós conductas humanas de carácter innato; es decir, conductas con las que uno nace y que son, por decirlo así, de fábrica; modos de comportarnos que nos son connaturales, consubstanciales e inherentes.

Por ejemplo, el empujón pélvico en el coito, que es privativo del varón. En la mujer no es connatural y ésta tiene que aprenderlo. En el varón tenía que ser connatural por la finalidad que lleva consigo: la de posibilitar la introducción del miembro.  Si el varón no empujara, si no hiciera presión, entonces no introduciría su pene.

La teleología del empujón pélvico es evidente. Telos, en griego, significa propósito definido o finalidad patente de una cosa. No era necesario, por lo que concierne a la mecánica copulatoria, que la mujer empujara para ser penetrada por el varón.  Por eso la naturaleza sólo programó el empujón pélvico masculino.

Sin embargo, la cultura o artificialeza consideró, y con razón, que si la mujer empujara también la pelvis, no sólo facilitaría la penetración, sino que haría más disfrutable la conjunción peneano-vaginal. Pero la pudibundez y la moralina no dejaron que prosperaran en el coito los movimientos y meneos femeninos.

Las más de las mujeres dejaron, pues, de moverse mientras copulaban. Los reaccionarios y antisexuales de siempre habían decretado que sólo las putas o las llamadas ninfómanas se movían durante la copulación.

A esto, que ya era de suyo lamentable, vino a sumarse la eyaculación precoz, que es lamentabilísima. En efecto, la mujer no sólo debía permanecer quieta por modestia y recato o por cualquier otra razón o sinrazón, sino que aun cuando quisiera moverse y aun cuando en principio se lo permitiese su pareja, no resultaba conveniente que lo hiciera, porque generalmente su compañero sufría de eyaculación precoz y en consecuencia cualquier movimiento femenino, el más leve meneo durante la cópula, intensificaría la precocidad eyaculatoria del varón.

Entonces la mujer, mal de su grado y resignadamente, dejó de moverse. Y el eyaculador precoz siguió durando uno o dos minutos (lo cual es deplorable pero al menos es algo) y se libró de durar tan sólo diez o quince segundos, como evidentemente duraría si hubiese meneo femenino.