Editorial: Los hijos del desencuentro
Editorial: Los hijos del desencuentro
Redacción EC

El jueves pasado, en el Parlamento Europeo, el secretario general del ascendente partido político español , , y otros tres diputados del mismo grupo votaron en contra de la resolución que pide a Venezuela un mejor trato para los presos políticos que se oponen al régimen de . En esta ocasión, la justificación de la agrupación política afín al socialismo del siglo XXI fue que la resolución era “extremista” e “ideológica”, ya que equiparaba al gobierno de Venezuela con el de Arabia Saudí. 

Al final, la resolución europea, que llama al Gobierno de Venezuela a “acabar con la persecución política y la represión de la oposición democrática, la violación de la libertad de expresión y las manifestaciones”, y urge “acabar con la censura de los medios de comunicación”, fue ampliamente aprobada con 384 votos a favor, 75 en contra y 45 abstenciones.

Sin embargo, su voto no debería venir como sorpresa alguna. De hecho, hubiese sido incoherente que los diputados de Podemos votaran a favor de la resolución si es cierto que han recibido amplio financiamiento del , tal como afirman el partido de oposición de ese país Copei y la respectiva denuncia hecha ante el Tribunal Supremo de España.

Suenan fuera de contexto, entonces, las palabras de Juan Carlos Monedero, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y secretario de los programas políticos de Podemos, al afirmar respecto de la plataforma programática del partido que “su modelo electoral es Alemania, el fiscal es Dinamarca, el educativo es Finlandia y el de la regulación a los medios es Inglaterra”, cuando el único país donde ha puesto a prueba sus ideas ha sido Venezuela: recordemos que Monedero fue el responsable del Programa de Formación Sociopolítica de Cuadros del Centro Internacional Miranda, institución venezolana dedicada al adoctrinamiento político y al desarrollo de estrategias para profundizar el ‘socialismo del siglo XXI’.

Las afinidades políticas de Podemos y de su líder son un buen indicador de su programa en términos económicos. Así, entre sus principales propuestas destacan el impago de la deuda pública ‘ilegítima’, el establecimiento de una renta básica para todos los españoles dentro del régimen fiscal común (excluyendo a la Comunidad Autónoma Vasca y a Navarra), nacionalización de empresas en ‘sectores estratégicos’, la reducción de la jornada laboral y la relación vinculante del sueldo máximo al salario mínimo interprofesional.

Desde este Diario hemos advertido antes que las coincidencias entre Podemos y Syriza, partido oficialista griego de izquierda radical, son abundantes, pero pueden resumirse en la convicción de que los graves problemas económicos que enfrentan sus respectivos países no obedecen a su baja productividad, sino a la acción perversa del mercado o la distribución injusta de los ingresos. En respuesta, las propuestas que plantean las agrupaciones para solucionar el estancamiento económico y la obsolescencia de su clase política nacen de una posición que apela al actual descontento de la población para implementar –soslayadamente– grandes recortes a las libertades económicas e individuales que, una y otra vez se ha demostrado, son el germen de la pobreza, la escasez y la dictadura.

Más allá de las turbulencias económicas que aún sacuden España, la inusitada popularidad de Podemos es consecuencia directa de la falta de habilidad de la clase política española para canalizar y representar adecuadamente las demandas ciudadanas. En un contexto de partidos desgastados y descontento en el manejo de la política interna, el discurso antisistema para patear el tablero gana tracción. 

Aunque con matices regionales, esta historia no es del todo desconocida al otro lado del océano Atlántico. Basta con recordar los programas de gobierno utilizados por el actual presidente Ollanta Humala durante las primeras vueltas electorales del 2006 y 2011. El salto a la gran transformación propuesta entonces traía una serie de medidas, escritas con las misma tinta que la Carta de Compromiso de Podemos, cuya consecuencia hubiese sido limitar el crecimiento y desarrollo en nombre de una mal entendida equidad.

Así como en el mercado de bienes y servicios los inversionistas buscan consumidores que estén insatisfechos con sus actuales opciones de compra para ofrecer un producto innovador, en la arena política la debilidad y desgaste de los partidos generan incentivos para que agrupaciones al margen del sistema ganen notoriedad. El reto de España hoy será encauzar esta nueva fuerza política hacia consensos sensatos que permitan la gobernabilidad: un ejercicio democrático similar al que llevó al actual partido de gobierno en el Perú a ganar la segunda vuelta en el 2011.