Un principio elemental de supervivencia política indica que no se debe provocar a un adversario cuya fuerza sea superior. La idea es muy simple (usted no va a desafiar a alguien si lo más seguro es que sea derrotado, se entiende). Sin embargo, eso es lo que viene sucediendo entre el gobierno y el fujimorismo. No se trata de una escaramuza más entre ppkausas y la principal fuerza de oposición, sino de un enfrentamiento que podría llegar a paralizar al Ejecutivo y, con ello, al país.
Veamos: el tema del indulto a Alberto Fujimori, hoy en agenda única y exclusivamente por iniciativa de PPK (“Estamos estudiando el caso”, 24/4/2017) y compañía, puso a la defensiva a Keiko Fujimori y a la mayoría que controla en el Congreso. El fujimorismo exige “respeto”. Siente que el Ejecutivo se lo ha faltado no una sino varias veces: cuando sobrepasó las facultades que le fueron delegadas al gabinete Zavala, cuando voceros oficialistas denuncian su obstruccionismo interesado –lobbies– (y a decir de la mayoría, “es todo lo contrario”), y con la enorme controversia alrededor de una prisión domiciliaria para Alberto Fujimori, tema fuera de las prioridades de la bancada naranja.
“Un día aceptamos lo que nos pide Fernando Zavala, y al siguiente nos llevan a un terreno que nos afecta al interior de Fuerza Popular”, esgrime el fujimorismo. Así, al no tener incentivos para actuar positivamente (desde su perspectiva), ¿por qué marchar al ritmo del gobierno? Luego lanzan una pregunta que a nadie le convendría haber atizado: “¿Quién es la mayoría aquí, quién debería tener la sartén por el mango?”.
En Fuerza Popular tampoco son santos y es obvio que un gobierno no puede quedar hipotecado a los caprichos de quienes perdieron la elección, pero cuando la política deja de lado el diálogo y la negociación, impera la improvisación, el caos. Cecilia Chacón, de obvio predicamento keikista, lo acaba de advertir: “No nos temblará la mano para censurar ministros”. Todo indica que le darán “una lección” al Ejecutivo, ahora que se avecinan las interpelaciones a los ministros Vizcarra y Basombrío.
La pregunta de fondo es si el presidente entiende la situación que afronta. En un país duramente castigado por la naturaleza, con una economía que no solo no se recupera sino que no reacciona, y con serios estragos morales como consecuencia de Lava Jato y de la corrupción que comienza a ser desvelada, necesita replantear su relacionamiento con la oposición a la luz de estos factores, estableciendo una agenda de trabajo conjunto –sí, es imprescindible–, sin descuidar las tareas de reconstrucción. Seguir jugando a la guerrita solo augura un suicidio político colectivo.