Rolando Arellano C.

Nuestra fue el resultado de una gran desobediencia popular al orden, o al desorden, establecido en el país por el gobierno de la metrópoli española. A un mes de terminar el año de conmemoración del bicentenario de la declaración de José de San Martín, conviene recordarlo porque su sentido parece seguir muy vigente. Veamos.

¿No será la una forma de declaración de independencia del 70% de la población frente a unas autoridades que no consideran legítimas? Unas autoridades que, en lugar de trabajar para el bien de la sociedad, abusan de su poder para imponer más cargas a sus ciudadanos. Yo no te reconozco como mi rey, dirían los peruanos, siguiendo el ejemplo de Túpac Amaru II y, por eso mismo, no te pago los impuestos que tú me impones.

¿No es quizás la anarquía de nuestro tráfico la muestra de que los choferes entienden que los encargados de dirigirlo son tan ineficientes que lo complican, más que lo mejoran? ¿Que un semáforo en mal estado o un policía que lo contradice permanentemente no son de confiar y, por tanto, prefieren independizarse de ellos, en vez de seguir sufriendo en sus vehículos por su incapacidad de dirigir? Ante un mal gobierno, se declaran más capaces de organizarse por cuenta propia, como lo proponía el gran precursor don Juan Pablo Vizcardo y Guzmán en su famosa carta a los españoles americanos.

Y el alto nivel de corrupción existente en el Estado, ¿no será quizás el resultado de un sistema que al ser también corrupto es ignorado por los funcionarios, pues delinquir no supone gran riesgo? De hecho, quienes le pierden el respeto al sistema y la toman por sus propios medios con linchamientos o ejecuciones ¿no estarán simplemente haciendo una declaración de independencia de un sistema que no cumple y no tendrán otra forma de encontrar verdadera justicia? Quizás piensan como don Hipólito Unanue, que fue funcionario en el Virreinato y luego ministro en la República, cuando declaró que es lícito desobedecer a un rey injusto, que promete y no cumple, como hizo Fernando VII con lo aprobado en las Cortes de Cádiz.

En fin, los casos mostrados aquí tal vez indiquen que es natural que los ciudadanos decidan ir más allá de lo que un sistema corrupto o ineficiente les impone y declaren su independencia frente a este. No es una decisión fácil, porque implica desconocer normas fundamentales que se suponen intocables, pero esa es justamente la esencia de las grandes gestas sociales. Hoy, en el bicentenario del gran movimiento de la Independencia del Perú, eso cobra mucho sentido. Que tengan una gran semana.

Rolando Arellano C. es presidente de Arellano Consultoría para Crecer