Abby Ardiles

En la puerta principal del penal de Lurigancho, un par de perros hacen guardia. Aunque no lucen uniformados, personal del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), bromea diciendo que son parte de la brigada canina. Las risas se sueltan, durante ese breve desorden dos hombres vestidos de verde militar nos piden los documentos y nos dejan ingresar. Adentro nos espera una realidad aún desconocida entre las paredes de ese imponente complejo carcelario que actualmente casi cuadruplica su capacidad de albergue.

Contenido Sugerido

Contenido GEC